Lata Brillante.
(Artículo publicado originalmente en la revista Haciendo Cine #136, de Mayo de este año, la versión que aquí se ve ha sido tuneada un poco, sin embargo. Contiene spoilers.)
Este año llegó al pueblo la última película de Marvel Studios y es apropiado conceder que la extensa secuencia narrativa construida por el estudio da un salto de calidad justamente con el personaje que fue su punta de lanza y el menos esperado para saltar a la pantalla de una manera exitosa: Iron Man.
Hay que tener en cuenta una cosa que mucha gente olvida, esto es, lo mucho que hicieron las películas de Iron Man por el personaje. Antes de su primera película, ¿quién mierda era Iron Man en los comics? Era un personaje mediocre, sin ninguna historia relevante, parte de una trinidad de Marvel que nadie sabe cuando se estableció ni por qué (la trinidad Iron Man-Captain America-Thor parece un intento de equipararse a la trinidad de DC en un momento en que esos personajes estaban en su punto más bajo de ventas y creativo) cuyo momento de mayor gloria era haber superado una adicción al alcoholismo bastante trucha. Era, en otras palabras, un personaje sin concepto, construido sobre una serie de detalles superficiales: rico, bon vivant, playboy, dualidad de identidad empleado-millonario. Pero nadie había logrado aprovechar esos elementos más que para que lidere un equipo de Avengers de la B que terminó horriblemente y para pararlo en escenas de grupo a que diga alguna cosa tecnológica.
Monster Robot Sex Craze From Hell.
(Cuidado: esta reseña tiene algunos spoilers suaves, pero se centra más en lo conceptual que en lo narrativo).
Pacific Rim era la película que más anticipaba de esta temporada de grandes blockbusters. El concepto es tan sencillo y tan grandioso que parece diseñado para mí: robots gigantes (llamados Jaeger) pelean contra monstruos gigantes (llamados Kaiju). No hay nada en el mundo que me guste más que los monstruos, y los robots están en un cercano segundo lugar. Nunca entenderé por qué, pero probablemente tenga algo que ver con la sensación de que este mundo es demasiado chico y aburrido, que le faltan COSAS, cosas gigantes y destructivas, MONSTRUOS que vayan en contra de la ley de Dios. Y que repten, vuelen, caminen y salten por todos los cielos y la tierra. Así que desde el momento en que me enteré del concepto, algo así como un año y medio atrás, que soy una máquina del hype, quemándoles la cabeza a amigos al respecto, que la mayoría de las veces me ven con una sonrisa de incomprensión.
Excelente Mala Película.
(Cuidado: aquí hay spoilers desde el primer párrafo, y quizás el post no es tan divertido a menos que la hayan visto).
1) La película podría llamarse Las Aventuras de Brad Pitt, el yeta. El bueno de Brad (no me pidan que recuerde el nombre de su tontísimo personaje, es Brad) se la pasa viajando por el mundo intentando descubrir que es lo que hace que la gente se vuelva zombie y, a los minutos de llegar a los lugares, las cosas se van a la mierda. Primero llega a una base militar en Corea del Sur y hace que maten a su comandante, luego llega a Jerusalén y al rato TODA LA CIUDAD ESTÁ INFECTADA, después se sube a un avión y obvio que dentro del avión hay un zombie que mata/convierte a todos los pasajeros hasta que Brad lo hace chocar. Por último llega a un laboratorio de la OMS en Gales y los obliga a arriesgar sus vidas para conseguir una muestra de virus en el ala del laboratorio que está infestada de zombies.
Universidad De Los Monstruos.
(Cuidado: Aquí hay spoilers).
A veces me olvido que yo también crecí viendo Pixar. Después de todo, cuando Toy Story salió en 1995, tenía 11 años, la fui a ver al cine. Como todos en el mundo, observé la transformación de Pixar de promisoria compañía de animación inteligente a inmensa contadora de historias que trasciende todas las barreras y luego a compañía de animación alojada en el corazón del imperio Disney que es bastante mejor que todas las demás pero hace un tiempo que no produce su mejor trabajo. Una historia (norte)americana, bah.
Man Of Kleenex.
(Cuidado: este post está plagado de spoilers).
En primer lugar, amo a Superman. Este es un amor que es muy difícil de explicar para la inmensa mayoría de personas que nunca leyeron un comic de superhéroes e inclusive para varios de los que han pasado todas sus vidas leyendo, coleccionando y obsesionándose con ellos. Existe ese prejuicio, estúpido, de que Superman es vainilla, aburrido, simplón, un mojigato, un santurrón. Existe esa estúpida comparación con Batman, que se transmite de generación en generación y que posiciona a Batman como la contraparte cool y oscura y peligrosa y violenta que está-bien-que-te-guste. El amor por Superman es difícil de explicar pero creo que puedo ponerlo, de algún modo, así: Superman, para aquellos que nos gustan los superhéroes por lo que potencialmente representan y no por sus elementos estilísticos pasajeros o por sus vicios más comunes, es el ideal platónico de todo aquello que está bien con el género. Es un personaje que corporiza todo lo que es bueno, y decente e inspirador, un personaje que debería darte ganas de ser mejor, de ser un poco como él. Superman tiene esa misma simpleza, esos mismos colores brillantes y ese mismo anacronismo de una época en que se creía en la humanidad y en la hermandad y en que los países avanzan tomados de las manos hacia la iluminación, que el Capitán América, otra creación que toca las mismas fibras morales y que mucha gente encuentra difícil de tragar. La sonrisa de Superman, su capa flotando al viento, su compasión, es quizás lo más cerca que he estado de creer en alguien que puede hacer que todo esté bien.