Project Rooftop es una gran página surgida, como los mejores proyectos, del puro entusiasmo. Dean Trippe, un joven dibujante, decidió que era una buena idea promover una serie de “memes” en internet que consistían en rediseñar heroínas famosas. Al principio fue una competencia que se centraba en Batgirl, competencia que rompió records de presentaciones en Live Journal. A partir de ahí decidieron armar este sitio, un lugar donde distintos dibujantes, amateur y no, envían makeovers de sus héroes favoritos.
El último gran meme era el rediseño de Wonder Woman, a tiempo para el relanzamiento del comic con los guiones de Gail Simone. Pero mi favorita sin lugar a dudas es esta entrada en la que una dibujante llamada Jenna Salume le da una vuelta a TODOS los Robins. Miren ese Tim Drake con toda la onda y díganme si no les gustaría que todos sus superhéroes fueran tan casuales y cool.


Those God-Damned Dead End Kids.

Deadenders ocupa un lugar desolado en la bibliografía de Ed Brubaker. No es su hermoso revival noir de Catwoman, no es su reformulación de los policiales en Gotham Central, no es su Capitán América paranoico, no es sus primeros comics indie apreciados por todas-las-personas-correctas. Deadenders es una serie huérfana.
Esto no es tan curioso cuando uno recuerda que la publicó Vertigo. El imprint de DC tiene la mala costumbre de dejar morir series prometedoras (¿alguna vez tendremos la oportunidad de ver algo tan loco como The Minx por parte de Milligan?) en la cuna. Esta serie fue publicada entre el 2000 y el 2001, un momento raro en el imprint, con Preacher terminando, su capacidad para exprimirle dólares a los niños goth fanáticos de Sandman también, Transmetropolitan con menos de un año de vida y un largo trecho aún para Y y Fables. En ese ambiente es que se lanzó Deadenders (Igual pareciera que en Vertigo siempre hay un ambiente raro, siempre todo esta a punto de cancelarse, siempre van a hundirse cuando cierre su próximo “éxito”).
Casi sin promoción, con un equipo creativo que estaba muy lejos de ser estrellas (el arte lo provee Warren Pleece, del cual se hablará mas adelante), situada en un escenario post-apocalíptico que prontamente podía revelarse como un cliché…No es ninguna sorpresa que solo haya subsistido 16 números. Solo se publicó un trade paperback que, calculo, hoy en día esta fuera de publicación. Hundida casi sin rastros. Pero hay vida en estas páginas aun. Y, más importante, hay ambiciones destrozadas.

En el primer número conocemos a Bartholomew “Beezer” Beezenbach, un adolescente rebelde que solo quiere andar en su Vespa, cometer pequeños robos, meterse anfetas y, básicamente, ser insoportable con todo el mundo. La vuelta de tuerca esta en que todo se desarrolla en un futuro cercano, apocalíptico, en una ciudad gigantesca (piensen The City de Transmet, pero mucho menos glamorosa. Si, menos) dividida en distritos de acuerdo a clase social. El sol desapareció hace 19 años, tapado por un cielo permanentemente marrón, y los únicos distritos que tienen clima artificial son los más ricos. El resto se tiene que contentar con suburbios casi destruidos, gente que camina por las calles con las orejas apuntando al cielo esperando que caigan las bombas, cielo marrón mierda y estrictos controles de frontera para que no se cuelen en los sectores afluentes.
Pronto conocemos a los amigos de Beezer: Jasper, Mikey, su novia Sophie, su prima Corey y su rival / amigo Hal. Todos son un montón de post-adolescentes slackers que se dedican, al igual que nuestro héroe, a la nada misma. Perder el tiempo en el restaurant donde trabaja Sophie, drogarse, andar en Vespas, robar autos. Todos son mods, pero tienen filosofía punk. Son chicos que no quieren crecer y a los cuales el Cataclismo les ha dado la excusa perfecta para pensar que mañana no será nada mejor que hoy, entonces ¿para que molestarse?. Al mismo tiempo, no hay figuras paternas ni ningún tipo de ley superior que gobierne sus acciones. Beezer, nos enteramos en el primer número, es adoptado, lo cual lo vuelve una figura sin raíces, sin enseñanzas, obligado a crecer sin modelo y desinteresado en construir uno con su responsabilidad personal. Las autoridades, la policía, el gobierno, son una especie de instancia última, lejanísima, desinteresada en ellos a menos que se manden una gran cagada. Si se drogan y roban autos está todo bien. Nadie trabaja. Lo único que les resta es dejar un cadáver hermoso. Y el mismo Brubaker subraya esta sensación inminente de no future al matar a Jasper en el primer número.
Bueno, no lo mata, lo hace tener un accidente a causa de Beezer y sus visiones. Ah, claro, olvidé mencionarlo: Beezer tiene visiones de la vida antes del Cataclismo y el gobierno de la ciudad lo anda buscando. El accidente de Jasper provee el impulso para el primer arco argumental, “Stealing The Sun”, en el que Beezer se propone robar una máquina de clima de los suburbios ricos para proveerle a su amigo de una primera y última tarde de sol en la playa.
Si ese argumento les parece un tanto cliché, un tanto medio pelo, es porque lo es. Deadenders esta plagada de esas situaciones. Ideas prometedoras que no son desarrolladas como corresponde (los oidores de bombas, la sensación de que hay una división no solo de clase pero también de edad entre los sobrevivientes del Cataclismo), personajes que parecen interesantes pero terminan sirviendo de relleno (Hal, Jasper, Corey), números que parecen gritar “¡acá hay suficiente material para un arco de 4 episodios!”. No se cuanto de ello se deberá a imposición editorial y a su pronta cancelación y cuanto a las limitaciones de sus creadores, pero uno por momentos tiene ganas de pararse un tanto desesperado y sacudir el comic gritándole “¡Se mejor, demonios! ¡Se que puedes ser mejor!”.
En ningún lugar se nota tanto esto que en el arte de Warren Pleece, a quien yo recordaba como un clon de Sean Phillips en Hellblazer, allá lejos y hace tiempo cuando Paul Jenkins escribía bien. Los primeros 8 números están entintados por Richard Case y es meramente correcto: pocos detalles, líneas angulares, caras que parecen a medio terminar. Es trabajo profesional, pero nada del otro mundo. Pero a partir del 9 lo comienza a entintar Cameron Stewart y logra un salto enorme de calidad básicamente haciendo que el dibujo de Pleece parezca suyo: bloques de negros, caras mucho mas expresivas, una cierta “cuadradez”, rispidez, del dibujo que le faltaba con el entintado mas suelto de Case. Es una lástima que para entonces, cuando el comic estaba adoptando una imagen un poco mas personal, solo le quedasen 5 números de vida. Lo único que no cambia y se mantiene en un gran nivel de excelencia son las portadas de Phillip Bond (¿qué pasa que este tipo no esta dibujando una serie regular?, ¿acaso las editoriales odian el talento?).
Lo curioso del asunto es la manera en que la limitada vida de Deadenders y, seamos sinceros, la continua sensación de imposición editorial, atentan contra la premisa misma del comic desde el inicio. Estos chicos que no quieren crecer, atrapados en un comic que de hecho nunca creció, empiezan a cambiar y hacerse cargo de sus vidas casi inmediatamente. Para conseguir la máquina del clima, Beezer hace un trato con su proveedor de drogas, de manera tal de poder infiltrarse en los sectores ricos. Tiene que llevarle muchas muchas anfetas a un cliente que resulta ser un buchón, y obviamente todo termina mal. A raíz de eso, luego de la muerte de Jasper y de escapar del gobierno, Beezer se dedica a ocultarse con su novia. Luego de una paliza, los encuentra un librero de un sector contiguo que les da asilo.
Y aquí Brubraker se anota un poroto al hacer que Sophie, contra toda chance (si, claro, Beezer es un pendejo insoportable, pero uno tiene la sensación de que a lo largo de esta historia crecerá, cambiará y arreglaran todo con el poder del amor, maaaan) se quede con el librero en su casa. Al mismo tiempo Beezer safa de su dealer de una manera que no revelaré (solo digamos que el conocimiento sirve, chicos) y para el número 8 esta de nuevo en el viejo sector 5, solo, haciendo nada de nuevo, ni siquiera vendiendo anfetaminas y viviendo en un garage. Después de todo, y para mayor ignominia, sus padres casi lo entregan a la policía.

Justamente el numero 8 es, creo, el mejor de la serie. Titulado “My Secret Affair”, es una ventana a lo que la serie podría haber sido: una apropiación bizarra del genero romántico por adolescentes punks/mod en un futuro post-apocalíptico (los interludios llamados “Back In Sector 5” del arco argumental anterior tienen un tenor similar). La historia es simple: Danica (si, se llama así), la ex novia de Jasper, se enreda con Beezer en una relación que ambos saben no va a ningún lado. Enredarse es la palabra correcta, enredarse de ese modo pringoso en que uno confunde sexo, cariño y comodidad de vez en cuando con sus amigos cercanos. Se lee, casi casi, como un capítulo de Love And Rockets de Jaime Hernandez y es una pequeña ventana que demuestra el talento de Brubaker para escribir jóvenes que se comportan como jóvenes, que cogen, se drogan, tiene estilo y se hacen un poco de daño en el proceso. Estoy seguro que si hubiesen tenido más tiempo, hubiésemos visto más capítulos de esta naturaleza, que hubiesen explotado la gran ventaja de esta serie: sus personajes.
También hay otra imagen, paródica, de lo que Deadenders podría haber sido. En el numero 4 se reproducen paginas de “la versión original de Deadenders, creada en los 60 por Mort Himmelman”: un comic a lo Archie que parece sacado de la mesa de luz Dan DeCarlo, solo que con Betty, Veronica y compañía reemplazados por los protagonistas mugrientos de esta serie. Es otra marca de la enorme ambición nunca concretada de la serie que estos backups no sean vistos de nuevo hasta el numero 16, el final. Una vez más, si esta serie se especializa en algo es en oportunidades truncadas.
Luego de ese maravilloso número 8 supongo que la noticia de la cancelación ya andaba dando vueltas, porque Brubaker se larga de cabeza a cerrar la mayoría de las historias de la serie. Beezer experimenta un cambio radical y pasa de ser el mas vago entre todos los vagos a preocuparse por intentar averiguar de donde viene, que pasó con el Cataclismo y de que manera esta conectado con él. Aprovechando un pase entre zonas que le da el librero, se larga en una aventura a explorar los sectores ricos de la ciudad, en búsqueda de uno de los clientes del vendedor de libros que aparentemente tiene sus mismas visiones.
Todo se precipita: la persona que visita es una chica, se llama Anna y es casualmente la hija del gobernador de la ciudad; Brubaker introduce al primer villano-villano recurrente de la serie (que, casualmente, es un chico del mismo sector que Beezer, solo que crecido y convertido en policía. Don’t sell out to the man, kids!); el dúo se dedica a buscar a otros chicos como ellos, resultando en el capítulo mas apresurado de la serie, en el cual conocen a uno de ellos que es alabado como un Mesías por sus visiones; aparecen viejos científicos responsables del experimento que destruyó al mundo y, finalmente, todo se desenlaza en un enfrentamiento entre una célula terrorista que busca restaurar el experimento y las fuerzas del gobierno de la ciudad. Todo es bastante caótico y hay muchas decisiones en cuanto a caracterización que suenan falsas. ¿Era realmente necesario que Anna y Beezer terminen siendo una “pareja” y que nos intenten hacer creer que su amor es tan profundo? Las desventajas de no tener tiempo para desarrollar una historia orgánicamente, supongo.

Por suerte a esta altura Cameron Stewart esta consiguiendo que los dibujos sean un placer de leer, y hay imágenes (como la de la máquina a la que están conectados los chicos) que son realmente impresionantes. Hay una especie de mezcla entre la naturalidad de los Hermanos Hernández para las expresiones y la crudeza de Kirby para la maquinaria y ciertas escenas de acción que, al mantenerse cada uno en sus planos, combina realmente bien.
Finalmente descubrimos que el cataclismo fue producido por un científico que quería resucitar a su esposa muerta, Anna y Beezer se sacrifican y el mundo se restaura como debería haber sido si el desastre no acontecía. El último número es un maravilloso monstruo con piezas de distintas visiones de Deadenders cosidas para intentar dar resolución a la historia. Comienza como una historia normal; salta a la parodia de Archie; retorna a la historia normal pero 15 años en el futuro, de manera de cerrar los sub-plots de los personajes secundarios, y finalmente adopta el formato de un comic romántico de los 50 para contarnos que fue de Anna y Beezer.

A pesar de que mi resumen de arriba pueda hacerlo parecer confuso o desprolijo, funciona. Deja muchas preguntas en el aire, la resolución de los destinos de los personajes secundarios no siempre es buena, e incluso lo que les sucede a Anna y Beezer no se termina de explicar. Pero luego de varios números de jugar a ser los Invisibles (o algún otro comic de conspiraciones y ciencia ficción) Deadenders vuelve a ser ese familiar drama-comedia sobre personajes fallidos. La conversación entre una Corey crecida y Beezer es de una naturalidad tal que uno nunca siente que esta ahí solo para rellenar datos y el retorno de Archienders es siempre bienvenido.
Pero la verdadera pieza maestra es la porción de Anna y Beezer. Si bien he dicho que la explicación de lo que les sucede no tiene mucho sentido, el tono de las páginas se ajusta perfectamente a la idea detrás de la serie de Brubaker y Pleece: ¿cómo crecer en un mundo en el que todo te indica que no hay hacia donde hacerlo? La respuesta en el caso de los protagonistas termina siendo “se sale del mismo”.
Anna y Beezer parecen reencarnarse en un mundo donde el Cataclismo nunca sucedió, donde el mundo parece estar congelado en una visión de un comic romántico de los 50, todo líneas duras, primeros planos y angustia. Beezer no conoció a sus amigos, que aparentan no existir, pero estuvo predestinado a estar con Anna. Aquí se llama Noah y sueña con su otra realidad y sus días de slacker. Todo esta teñido de una melancolía enorme, de una sensación de pérdida gigantesca. Sin embargo, Brubaker, en primer lugar, se sumerge enormemente en la lógica de los comics románticos, causando que así como la angustia y el sentimiento de pérdida de Anna y Beezer son pantagruélicos, también lo sea su amor. En segundo lugar, uno siente que esta siendo caritativo con sus personajes, que se da cuenta de que les han quitado a sus protagonistas el entorno que les daba sentido, los mejores años de su vida, así que lo mínimo que pueden hacer es darles un final feliz.
Al final de la historia Noah deja de tener sus sueños y transcurren muchos años. Beezer y Anna envejecidos viajan por el campo y encuentran una vespa al costado del camino junto con un estuche de vinilos de bandas mod y un pequeño tocadiscos. Beezer los sube al auto y al llegar a casa y escuchar los discos le parece recordar un sueño que nunca tuvo.
Supongo que crecer tiene sus precios. Es, de alguna manera, como vender tu alma al diablo. Y uno siempre puede encontrarse una vespa y un montón de discos que te recuerdan cuan rápido eras y que canciones bailabas mientras intentabas furiosamente no ir a ningún lado.

Deadenders, entero, para el lector ladrón.


People.

“El 90% de todo es basura”

(La ley de Sturgeon)
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En estas últimas semanas estuve sumergiéndome en la blogosfera comiquera estadounidense. Debo admitir que me estuvo chupando bastante tiempo, ya que la frecuencia de los posteos es alarmante y la longitud y calidad de las discusiones sorprendente.
Hay varias cosas que la distinguen y la vuelven bastante interesante. En primer lugar, su organización. Una serie de blogs centrales que funcionan básicamente como blogs de noticias pero que de vez en cuando publican ensayos u opiniones mas largas (The Beat, Blog@Newsarama, Journalista!, The Comics Reporter) y luego una serie de blogs personales que recogen las noticias y generan discusión.
En segundo lugar la amplitud de los temas cubiertos. El objetivo de estos blogs es cubrir la mayor cantidad de noticias en el campo amplio y ancho de los comics: manga, superhéroes, indie, europeo, etc. Esto no es un rincón aislado que se centra en el comic de superhéroes y cuyo tema de discusión es quien ganaría en una pelea, ¿Superman o Hulk?
Lo cual me lleva al tercer punto: la calidad y la frecuencia de las discusiones. Sean estas sobre el manga para adultos que se puede comprar en Estados Unidos, el último escándalo sobre Eightball o la nueva estatua de Mary Jane, todas son en general se producen entre personas con una alta capacidad discursiva y de redacción, informados sobre el tema del que están hablando y donde se proponen *gasp!* ¡argumentos!. Esta bien que algunas de ellas terminan cerrándose sobre si mismas o debatiendo boludeces (las feministas suelen ponerse bastante densas), pero siempre generan lectura interesante que se responde de blog a blog. Creo que esa era una de las utopías de la blogosfera rioplatense cuando comenzó, ¿o no?. Así nos fue, también.
Y, por último, pero no menos importante, estos blogs alojan una masa crítica bastante interesante. Es curioso como ha florecido la crítica de comics en Internet. Esta bien que no tiene aun el nivel alcanzado en otras artes, que le falta un léxico propio y que, en definitiva, es un oficio que se encuentra en desarrollo. Pero parte del encanto es justamente ver como evoluciona en tiempo real y, por otro lado, mucha agua ha pasado debajo del puente desde el modelo “Wizard” consistente en bromas estúpidas para adolescentes retardados y repetición de datos estériles como si de una oficina compiladora de estadísticas se tratara. Solo hace falta leer a Jog, a Dick Hyacinth, a Marc Singer, a los Savage Critics, para comprobarlo.
Ahora, bien, de entre todos los tópicos, la discusión que sigue surgiendo con alarmante regularidad es aquella que se viene peleando hace por lo menos 30 años: comics de superhéroes, ¿si o no? Si bien la retórica se ha calmado últimamente y los manifiestos a favor de la muerte y reemplazo de los hombres en capas por otras formas “más artísticas” han disminuido, aun ocupa demasiados caracteres en las pantallas del mundo.
Los motivos para esta calma son dos: en primer lugar, es obvio que la aceptación de los comics por parte del mainstream (literario y de los otros) viene por el lado de lo que (hablando mal y pronto) podemos denominar “indie”. Chris Ware, Daniel Clowes, Craig Thompson y Alison Bechdel, entre otros, continúan la tradición iniciada por el polémico Pulitzer a Maus y se presentan como la avanzada de los “comics-como-medio-respetable-para-gente-que-piensa”. Ayudados por la apertura del canal de distribución en las librerías, las obras de estos autores son consideradas la avanzada de los “comics literarios”.

En segundo lugar, el lugar del mainstream que era ocupado ubicuamente por los superhéroes ha sido usurpado por el manga. Es evidente que lo que sucede es que Estados Unidos ha terminado poniéndose al día con el fenómeno mundial y que los jóvenes (y acá hay otro dato de fuste: los fanáticos cuentan en sus filas con una abrumadora cantidad de mujeres) consumen manga a niveles insospechados.
Esto deja a los superhéroes en una posición incomoda: una especie de tierra de nadie que alimenta a una fanbase que disminuye continuamente, que no se renueva, mas interesada en el periodismo al estilo Wizard y las minucias de la continuidad que en las buenas historias. Y con una industria que se dedica a alimentar sus peores instintos, dándole basura como Alex Ross y Brad Meltzer.
Es significativo, justamente, que esta fanbase sea la que rechaza con más virulencia a aquellos escritores y artistas que intentan ampliar las fronteras del género. Son los típicos nerds que repudian a gente como Milligan, Morrison o inclusive Bendis por considerar que están “violando a su infancia” al cambiar a sus personajes, que sus comics son “difíciles de leer”. “By golly, Batman, good writing doesn’t have a place in superhero comics!”. Lo cual demuestra su estupidez y anquilosamiento. Son equivalentes a los dinosaurios: especimenes que parecen destinados a desaparecer por su incapacidad congénita para adaptarse y reproducirse.
Y sin embargo, aun se ven discusiones como esta, en la cual se ataca a un crítico eficaz y ameno como Paul O’Brien con el solo argumento de que se dedica predominantemente a los comics de los X-Men y que eso inmediatamente le quita su habilidad discursiva. Lo cual es perder el punto de su X-Axis espectacularmente y habla mas de los prejuicios de sus interlocutores que de su actividad crítica. O’Brien declara sin ningún tipo de ambigüedad que es un fan de género, que lo que le interesan son los superhéroes y la franquicia X-Men, pero mas de una vez se ha dedicado a cubrir comics indie y su punto de vista cuando se acerca a estos comics protagonizados por personajes en mallas y leotardos esta informado predominantemente por las preguntas “¿Funciona como una historia?”, “¿Tiene buen storytelling?”, “¿Cumple con las reglas mínimas de la legibilidad?”, “¿Presenta ideas interesantes?”, “¿Cómo funciona dentro del marco mas extenso de la franquicia de manera temática y estilística?” etc. En otras palabras: lo que le interesa es ver como una historia se desarrolla y crece dentro de los marcos propuestos por un universo compartido y un género especifico y no determinar porque Wolverine actúa de una manera en un comic y de otra en otro y de que manera esto viola la Gran Biblia Claremont de La Escritura Correcta. Es una tarea loable, creo yo, y sus esfuerzos son muy entretenidos de leer. Además ayuda que sea uno de los tipos con más sentido del humor para destrozar comics tremendamente malos y que su actitud sea aquella tan digna de “do not suffer fools, ever”.

Por otra parte, existen dos filtros con los cuales yo leo estas discusiones: en primer lugar, como habitante de un país que no tiene industria del comic (si, si, ahora hay una pequeña explosión, hay avenidas por las cuales toda una generación de artistas consignados al anonimato o la marginalidad de la auto-publicación están consiguiendo exponer sus obras. Pero sigue siendo una llama pequeñísima, un primer grito sobre el cual hay que construir muchísimo. Estamos muy lejos de tener nuestra Drawn And Quarterly) y en segundo lugar, como fanático del género superheroico.
El primer filtro causa que pueda observar estas discusiones con cierta distancia que desnuda su cuota de ridículo: vamos, muchachos, deberían estar agradecidos de vivir en un país donde Adrian Tomine publica un nuevo numero de Optic Nerve y es un acontecimiento digno de conseguir cobertura en algunos de los medios escritos mas importantes. Mierda, ¡el solo hecho de que alguien como Adrian Tomine pueda hacer una carrera publicando comics debería ser motivo suficiente de alegría!
Esta bien que su audiencia es acotada, que no veremos a los escolares en sus colectivos rojos leyendo “Shortcomings”, pero esto no tiene que ver con el supuesto mal funcionamiento de la industria y el opresivo peso de los superhéroes. Tiene que ver con algo mucho más simple: la gente es estúpida, poco curiosa y abúlica. En la gran mayoría de los casos no les interesa el arte ni las ideas. Ese es el motivo por el cual los Pynchon y Vonneguts del mundo no venden tanto como los Coelho. ¿Por qué motivo de pronto “Acme Novelty Library” debería ser el comic que el americano medio lea antes de irse a dormir? ¿Porque tiene dibujitos y eso lo vuelve más digerible? Vamos, creo que ni siquiera querrían que el americano medio lea a Chris Ware. ¡No entendería nada! O lo entendería todo de una manera confusa y retorcida. ¿Realmente queremos eso?. Prefiero toda la vida una audiencia pequeña pero interesada y capaz de enriquecer el trabajo con sus lecturas, análisis y apreciaciones que la pantomima de construir una biblioteca porque es lo que da status y prestigio.
El segundo filtro da una lectura más parcial, pero me niego a pensar que completamente falsa. Todavía se produce mucho buen material dentro del género superheroico y es bastante idiota pensar que podes tirar todo solamente porque te cargaste al hombro la tarea mesiánica de rescatar a los comics de si mismos. Los Brubaker del mundo no deberían pagar por los errores de los Winick (aunque esos errores sean muchos, espantosos y desagradables). En este punto una critica inteligente capaz de señalar lo que vale la pena y defenestrar lo que no se vuelve importante. O, mejor aun, adoptar una actitud consciente que se traduzca en comprar y leer solo lo que nos da placer, para rescatar lo hermoso que existe en este medio y en ese género particular y no alimentar la maquina del hype y la perpetuación continua de trademarks agotadas. Obviamente que hay mucha (MUCHISIMA) basura, pero también hay gente talentosa produciendo cosas magnificas y yo creo firmemente que aquello válido artísticamente tiene una manera de manifestarse y brillar hasta el final y que algo como los Fantastic Four de Waid y Wieringo seguirán siendo leídos por las generaciones venideras, por su magia y amor a sus personajes y su medio, por su capacidad para construir historias emocionantes y geniales, mientras que las JLA meltzerianas terminaran siendo relegadas como lo que son: continuity porn, la paja de un fanático sobre sus héroes. Solo hay que tener fe y quitarse de encima los prejuicios. Los superhéroes le han hecho mucho mal al medio, pero hoy en día no son la amenaza, no son el enemigo y hay que dejar de darles ese status de cuco que se traga las aspiraciones artísticas porque a) hay demasiadas cosas buenas en ellos y b) ya no lo son.

Y, por otro lado, ¿cuanta basura se produce por el lado de los comics considerados “independientes”? Por cada “Fun Home” debe haber 10 minicomics inmundos que le roban el estilo de dibujo y los temas a Jeffrey Brown.
Una vez más, el problema radica en ser consumidores conscientes, capaces de separar la paja y el trigo y generar nuestros propios estándares estéticos. Claro que esto es mucho más difícil que armarse de prejuicios y odio y salir a quemar capas.

Update: luego de charlar un poco sobre el tema con Andrés Accorsi por mail, me doy cuenta que meter a Comiqueando en la misma bolsa que Wizard es, cuando menos, muy injusto. Si bien tengo mis diferencias estéticas y estilísticas con respecto al modo de encarar la crítica / periodismo sobre comics con quienes la realizan, es una revista que supera con creces el modelo Wizard, que creo todos podemos concordar es El Mal. Además, yo probablemente no sería fanático del comic de no haber leido la Comicú entre 1994 y el 2001. Por lo tanto, prefiero editar la frase donde la mencionaba para que quede «modelo Wizard». Creo que es más preciso y menos mala leche. No siempre hay que matar al padre.

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Si los comics son un tema que a muchos de ustedes les parece ajeno o misterioso, que opinaran sobre la historia, otra de mis pasiones. A esta disciplina que decidí estudiar la aquejan muchos de los mismos problemas que a los comics: inaccesibilidad, cerrazón, libros a precios prohibitivos, un lenguaje y presentación que desalienta al neófito y, sobre todo, una corporación que domina su conocimiento y difusión como si escondiese un secreto religioso. Y que esta mas interesada por su propia colocación individual y su capacidad trepadora que por comunicarle algo a su potencial audiencia.
Supongo que cualquier estudiante de humanidades se enfrenta al mismo problema y que, si es minimamente inteligente, se asquea de la manera en que la corporación de los profesores se maneja como si fuesen camarillas mafiosas, desesperadas por acumular recursos y arrastrar a sus enemigos por el barro. No es que los estudiantes sean mejores, de cualquier modo: o son imbéciles a los cuales la revolución setentista dejo atrás y que se enmascaran en un falso altruismo y activismo de corto plazo, ideas izquierdistas vencidas e idealismo francamente impracticable (cuyos estándares, por otra parte, de ser aplicados a ellos los revelarían tan podridos como aquellos que quieren combatir), detalles todos que revelan su completa ignorancia sobre el accionar político efectivo; o son pichones de esos mismos profesores, destinados a reproducir su accionar inmundo y a investigar cosas insignificantes, detalles arcanos, completamente desconectados del ahora e incapaces de generar discusión o intercambio de ideas. Su futuro reside en la reproducción del sistema de congresos en donde todo lo que importa es el certificado y quizás una publicación de segunda en alguna editorial universitaria.

¿A que viene todo esto? Hace un par de semanas se realizaron las XI Jornadas Interescuelas de Historia, aquí en San Miguel de Tucumán, el congreso mas grande de Argentina, el lugar donde se supone que la corporación de los historiadores se reúne a discutir ideas y a ponerse al día con lo que se viene investigando. ¡Una gran reunión de mentes! ¡Un acontecimiento científico sin parangon! ¡Un lugar donde la creme de la creme se reúne a iluminarse mutuamente!.
Patrañas. Lo que realmente son las Interescuelas es una gran usina expendidora de certificados, una bolsa de gatos donde hay más de 1500 trabajos y donde lo único que importa es decir tu parte y quizás chuparle la pija a alguna personalidad consagrada. El tamaño solamente de la reunión vuelve completamente imposible articular algún tipo de discusión interesante. Uno se mueve por los pasillos y aulas como un zombie, esperando encontrar alguna mesa decente. Temas e hipótesis perimidos son repetidos por personas a las que lo único que les preocupa es tener su papelito dictaminando que expusieron y largarse de ahí. Los asuntos de los que más se hablan en los pasillos no tienen que ver con nuevos avances en el conocimiento histórico o con intercambios intelectuales de altura, sino con luchas de poder entre camarillas y clavadas de puñales varios. Las mesas destinadas a temas contemporáneos que se salgan un poco del molde “politicasociedadeconomia” son mínimas. El concepto de fuente es vetusto y ridículo.
Caveat: yo este año fui solo…2 horas creo. Pero esas dos horas fueron suficientes para mandarme huyendo hacia las colinas y para confirmar lo que ya sabía: todos los idiotas que se quejan porque las masas consumen la versión para mogólicos de Felipe Pigna de la historia se lo tienen merecido. ¡¿Que es lo que proponen a cambio?! ¿Aburridas investigaciones sobre un gremio insignificante en los años 30? ¿Análisis demográficos de la colonia? ¿“La importancia de los exiliados rumanos en la Argentina del centenario”?. Fuck ‘em. La gente todavía se hace pajas pensando en la “revolución intelectual de los Annales”. Claro que olvidan mencionar que tiene…70 AÑOS. Todos son tan cautelosos para cuidarse los traseros y los contactos que la posibilidad de que surja un grupo dentro de la corporación que busque diferenciarse de sus precursores es ínfima. Todos buscan reproducir lo que ya se sabe, lo que esta probado, lo que ya se ha investigado, solo reduciendo el marco de análisis cada vez mas, hasta niveles microscópicos, que no tienen ningún sentido en el gran esquema de las cosas. Imaginemos una ucronía: el punk nunca sucedió, ni en espíritu, y ELP dominan los charts en el 2007. Bueno, algo así es la mafia de los historiadores profesionales.
Y aquellas voces que se alzan en descontento son aun peores. Durante las Interescuelas los estudiantes se reunieron y realizaron una de esas grandes asambleas donde chillan mucho y deciden nada. Una de sus conclusiones fue: “Se repudia el carácter elitista y alejado de las problemáticas sociales que se evidencian en estos congresos, expresado de manera exponencial en la apertura que se realizó este año con la charla de Chartier sobre Cervantes y Cardeña”. O sea que o nos entregamos al academicismo estéril o caemos en brazos de la dictadura del activismo social y político. “No señor, ni se le ocurra escribir sobre la Historia de la Moda (o de los comics, o de la masturbación o del diablo o de la Guerra Civil Española o de la Revolución Rusa o de los anarquistas sudamericanos) porque AQUÍ SE HABLA DE LAS PROBLEMÁTICAS SOCIALES”. ¡Espero con ansias que su auto designación como censores de lo que es políticamente correcto investigar nos guié a un futuro brillante! Seguro ellos ya están ahí, con sus trabajos punzantes sobre la protesta social y la lucha de clases. Ah, ¿no? ¿Que estaban muy ocupados intentando conservar sus míseros espacios de poder en centros de estudiantes y tomando vino barato? ¡Caramba! ¿Que será de nosotros sin su brillante ingenio para guiarnos? No, claro, se comprende, ¡la revolución es algo MUY DIFICIL de organizar!
“Pero Amadeo” me dirán, “el objetivo de esas jornadas no apunta a llegar al gran publico. ¡Es una MAGNÁNIMA obra de construcción colectiva! ¡En esas reuniones se ponen los ladrillos para el futuro!”. Basura, basura, basura. Para lo único que se ponen los ladrillos es para construir la muralla alrededor de la historia que la vuelve estéril y tan poco atractiva para un ser normal. Deberían quedarse en sus casas escribiendo, analizando y leyendo hasta llegar a construir algo que de hecho aumente el conocimiento histórico, que ayude a progresar a la disciplina. El talento de todos los grandes historiadores proviene de su ambición, de su capacidad para tomar muestras aparentemente insignificantes y a partir de ello pintar una imagen global. Thompson puede haber escrito sobre la lucha de clases en Inglaterra en el siglo XVIII, pero lo que lo vuelve un genio es la manera en que esa muestra aun nos habla sobre la manera en que funciona el capitalismo a escala global. Lo que lo vuelve un genio es su incansable insatisfacción intelectual, no el caer rendido ante formulas fáciles. Pero bueno, caer rendido ante formulas fáciles siempre es mas simple que pensar.

Y sobre todo, deberían aprender a escribir. ¡Por dios! Pocos grupos tan grises y aburridos de escritores he encontrado como los historiadores argentinos en estas reuniones. ¡Que poco preocupados por el estilo que están! ¡Que tremendamente carentes de vida que son sus trabajos! ¿Acaso no les interesa lo que investigan? ¿Acaso no se refriegan las manos como científicos locos ante el descubrimiento de un dato nuevo? ¿Para qué carajo estudiaron historia? ¿Para ser burócratas del conocimiento?
Llámenme iconoclasta o loco o reaccionario, pero creo que la única base para el estudio de la historia debería ser la pasión. La manera en que funciona el gremio tiende a convertirnos en engranajes, pedazos de una maquinaria que se perpetúa y nos hace olvidar todo lo hermoso que podría existir (y existe en obras increíbles) dentro de esta disciplina, el hecho de que en el fondo combina todo lo bueno de un detective, un escritor y un (seudo) científico. Las enormes cantidades de información que nos brinda y nos enseña a manejar. La manera en que ayuda a enriquecer y complejizar un mundo que la mayoría de las veces vemos en tonos de blanco y negro. La satisfacción que da poder entender las causas de un proceso. Lo hermoso que es poder relacionar todas las facetas de la actividad humana como en un puzzle que se extiende inconmensurablemente. La libertad de comprender que todo es historia y que podemos investigar sobre lo que queramos mientras lo hagamos con altura y conocimiento de causa. Y, sobre todo, el hecho de que siempre va a estar incompleta, de que siempre habrá algún debate nuevo, algún punto a discutir, algún espacio oscuro.
¿Hay algo mas satisfactorio y emocionante acaso para el practicante de una disciplina intelectual interesado en el discurso el saber que este nunca se va a acabar? ¿Y que los descubrimientos de hoy van a ser las discusiones del mañana, continua e infinitamente aumentando nuestra conocimiento?. Yo creo que no. No hay que dejar que los hombres grises del status quo oscurezcan este detalle maravilloso sobre la historia.

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El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquél que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.

(Italo Calvino, Las Ciudades Invisibles).


«Toma mucho tiempo encontrar una metáfora adecuada”, insistió, «y no tengo dudas que el 11 de Septiembre va a alimentar a las artes y el entretenimiento. Pero no se como, y creo que cualquiera que clama que lo sabe esta jugando a ser Nostradamos».

Frank Miller, citado en Comic Book Nation de Bradford W. Wright.

Frank Miller es un tipo meditabundo y equilibrado. Un artista que se pasó todos estos años buscando penosamente en las oscuridades de su alma la manera de representar los ataques terroristas del 11 de septiembre. Un hombre con conciencia social, que debe haber pasado muchas noches sin dormir intentando imaginar cual seria la mejor metáfora para tan horrible incidente. Y finalmente llegó a una conclusión. Pero claro! ¿Que mejor manera de canalizar esos eventos de una manera poética, sutil y elevada que…ESCRIBIENDO UN COMIC DONDE BATMAN LE PATEA EL CULO A AL-QAEDA?
Oh, comics, how I love thee.


Cut Ups

Hace unos años existía una publicidad antidroga, torpe, simplista y generalizadora como suelen ser esas cosas, en la que suelo pensar últimamente. La publicidad mostraba una estatua que representaba a un consumidor de cocaína, a medida que una voz en off decía cosas como “Te tomas una línea y una línea te recorre la cabeza. Y después otra. Y otra”. La estatua comenzaba a resquebrajarse, como si de golpe se hubiesen revelado las líneas teutónicas ocultas que recorren nuestro cráneo y los pedazos caían al suelo. Al final de la propaganda la cabeza de la estatua se encontraba deformada por completo y la voz en off decía algo así como “Y de vos no queda nada”.
Supongo que la idea era transmitir la manera en que las drogas nos hacen actuar como personas que no somos, comprometer nuestros valores, traicionar a nuestra patria y dejar de lado a nuestros seres queridos. Pero yo siento que la imagen de esa estatua con la cabeza deformada, destruida, con sus ideas completamente cambiadas era extrañamente persuasiva. Ese es el efecto que me gustaría que tengan todas las drogas: que cuestionen mi personalidad, mi manera de ver el mundo, que demuelan las preconcepciones que tengo sobre la manera en que vivo.
Y, además, alguien debería haber encerrado a esos creativos con un cocainómano totalmente pasado de rosca para que les hable a la velocidad de la luz de planes extraordinarios, su vida privada y sus ideas fantásticas y de ese modo se den cuenta que es una droga que se encuentra muy lejos de aniquilar el yo.

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Hay un fantástico poema de Robert Graves que se llama “En Imágenes Rotas” y dice así:

El es rápido, piensa en imágenes claras;
Yo soy lento, pienso en imágenes rotas.

El se vuelve obtuso, confía en sus imágenes claras;
yo me vuelvo agudo, desconfió de mis imágenes rotas.

Confiando en sus imágenes, el da por hecho su acierto;
desconfiando de mis imágenes, yo dudo de su acierto.

Dando por hecho su acierto, el da por hecho el hecho;
dudando de su acierto, yo dudo del hecho.

Cuando el hecho le falla, él duda de sus sentidos;
cuando el hecho me falla, yo apruebo de mis sentidos.

El continua rápido y obtuso en sus imágenes claras;
yo continúo lento y agudo en mis imágenes rotas.

El en una nueva confusión de su entendimiento;
yo en un nuevo entendimiento de mi confusión.

Mas allá de que este magnifico poema podría ser leído como una alegoría a favor de la imposibilidad de reducir la realidad a un conjunto de leyes o imágenes precisas que no fallan nunca (y por extensión, en una cautelosa impugnación de la ciencia), advocando por un conocimiento de la realidad laborioso, siempre cambiante, siempre intuitivo (y, quizás, mas apropiado para el artista) lo que a mi me interesa es la manera en que ilustra una aproximación a los procesos deductivos individuales que se acerca mucho a la experiencia cotidiana de cualquiera de nosotros.
Nos guste o no, casi todos pensamos en imágenes rotas. El problema es que las confundimos con imágenes claras. Todos tenemos siempre planes, organizamos proyectos, desarrollamos ideas que pretendemos ejecutar con la mayor eficiencia posible, de modo rápido y ejecutivo. Como la vida capitalista nos ha enseñado!!. Pero siempre hay imponderables, elementos externos, accidentes de la naturaleza que vuelven cualquier plan imposible.
Y la mayoría de las veces somos nosotros mismos quienes abortamos nuestros planes. Graves, ingles sabio si los hay, nos increpa para que abracemos una manera de percibir el mundo más cierta pero menos controlable. Esas imágenes rotas que en definitiva son una representación de nuestra propia identidad quebrada, de nuestra propia percepción del mundo sesgada por prejuicios y favoritismos y filtrada por un equipamiento técnico francamente pobre.
Las imágenes claras nos vuelven obtusos, cabeza dura, fijados en nuestras ideas. Que mejor que desconfiar, de nosotros mismos y del mundo, mirarlo como a través de una cerradura y no intentar completar la visión para que funcione perfecto, sino movernos con cautela por esa imagen fracturada, como nuestras propias y múltiples personalidades.

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¿Todos amamos a Wire, verdad?. Me sorprendo al darme cuenta que en tantos años de escribir en blogs, casi nunca he mencionado a esta banda extraordinaria. Como todos los intereses en la vida son circulares y recurrentes, esta ultima semana me encontré escuchando de nuevo “154” y maravillándome ante la capacidad creativa que tenían estos tipos.

Como en una mente esquizofrénica, pasan del synth pop a los ataques punk (nadie puede afirmar que lo habian abandonado: escuchen “Two People In A Room” para darse cuenta que esos dientes, como mínimo, habían crecido 15 centímetros) a las canciones esotéricas y oscuras. Lo más curioso es la manera en que en ningún momento el disco se asienta en un tono o en un estilo, prefiriendo navegar por un mar de sonidos e influencias sin casarse con ninguno. Es la manera más fiel (e inteligente), creo, de encarar un disco ecléctico, no como una colección de impresiones y estilos, sino como una especie de continuo donde la música cambia orgánicamente.
De todas las hermosas viñetas que ocupan el disco hay una que siempre llamó mi atención. En un principio, supongo que “Map. Ref. 41ºN 93ºW” me atraía porque era la canción más cercana a una canción “pop”: organizada, con estrofas y estribillo y una melodía pegajosa. Mientras el resto de las canciones pasaban por mis oídos como una especie de continuo (aun recuerdo preparar mis primeros parciales escuchando este disco) esta inmediatamente me obligaba a pararme y cantar.
La letra es típicamente Wire: pareciera que el narrador describe la composición de un mapa (o, mejor dicho, de la tarea del cartógrafo) con una objetividad absoluta. Pero lo que están intentando comunicar es la manera en que debajo de esa conjunción de líneas, paralelos, manchas que describen montañas y valles, se esconde “un país” o un conjunto de sujetos completamente incontrolables. Es la típica aproximación lateral de Wire: hablemos de algo completamente bizarro o poco común en las letras de rock para terminar implicando o sugiriendo algo completamente distinto. Como la letra de esa canción magnifica que es “Outdoor Miner”, ¿alguien se hubiese imaginado que en medio de ese imaginario lo que se estaba describiendo era a un insecto? Sin embargo, es curioso como mediante este método lograban enterrar en sus canciones frases o momentos o temas que de una manera subrepticia nos refieren a preocupaciones muy humanas.
Ahora bien, de toda la canción, el estribillo es el que mas me interesa:

Interrupting my train of thought
Lines of longitude and latitude

Define and refine my altitude

Tres frases nomás que parecen sencillamente comentar la manera en que el narrador se guía por un mapa. Sin embargo, hay algo magnifico en esas tres frases. Porque en definitiva lo que hacen es transportar algo tan alejado como la cartografía a la manera en que nosotros, las personas, pensamos, construimos nuestra personalidad y refinamos nuestras decisiones. Es casi como si los Wire quisiesen hacer una cartografía de nuestros cerebros. “Este elemento y este elemento, combinados, cambian todo lo que venia pensando” es en definitiva lo que cantan. Los elementos del ambiente, los accidentes geográficos, ciudades, líneas, espacios, momentos, definen quienes somos. Son input constante que procesamos y sobre los que actuamos en coincidencia. Y que en definitiva “definen y refinan nuestra altitud”. Determinan si estamos mejor o peor.
Y no puedo evitar pensar en el corolario: la cartografía define las cosas para siempre, marca los espacios, describe los ambientes. Pero al mismo tiempo nos permite ubicarnos en el espacio, nos da coordenadas, producto de la fragmentación del mundo en espacios mensurables. Y, si en definitiva esas mismas coordenadas informan nuestra manera de pensar y la definen, y el ser humano esta en constante movimiento, nunca parando en ningún lugar, entonces tenemos que cambiar todo el tiempo, procesar nuevas coordenadas que nos dan un lugar mas preciso en el espacio mental. O perdernos irremediablemente.

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Como dije arriba, los gustos (deberíamos hablar de obsesiones a esta altura) son recurrentes y en estos días me encontré, una vez mas, pensando mas de lo que es recomendable en Grant Morrison en general, y en Seven Soldiers en particular.
La culpa la tiene el capitulo del libro de Douglas Wolk que publicaron en Newsarama (primera, segunda, tercera, cuarta y quinta partes). En el analiza tanto Seven Soldiers como los Invisibles (que debo releer eventualmente) y sus ideas y sugerencias me enviaron al maravilloso mundo de la blogosfera comiquera para leer una tonelada de información sobre esta serie.

Seven Soldiers es el último GRAN proyecto de Grant Morrison. La idea formal, en un principio, era encarar la serie como una especie de evento modular: 1 numero especial donde comenzaba todo, 7 miniseries, cada una dedicada a un personaje olvidado o caído en desgracia en el universo DC (Zatanna, Mr. Miracle, Manhattan Guardian, Frankenstein, Shining Knight, Klarion The Witch-Boy y Bulleteer) donde se desarrollaba un arco individual que conectaba con la historia principal, y un numero especial de cierre. Lo novedoso de esta aproximación era que parte del concepto de Seven Soldiers era que los personajes no se encuentren nunca y que cada miniserie estaba plagada de detalles, pistas y elementos que solo tenían sentido en el marco de la narración mas amplia. En un principio Morrison dijo que cada miniserie iba a ser independiente de las otras y que no hacia falta leer todo para entender la historia. Obviamente esto resultó ser un engaño y, en definitiva, todo debe leerse como una gran serie de 30 números, como un archipiélago en el que a la vez las cosas pasan aisladas y contribuyen a la visión de conjunto.
La aproximación “semi-modular” y el hecho de que los personajes no actúen en conjunto jamás (como debería ser esperado de un grupo de superhéroes) mas la tendencia de Morrison a plagar sus series con referencias, temas continuos y subtextos, causan que esta sea, probablemente, la serie mas compleja en términos formales y temáticos que haya dado el comic de superhéroes en los últimos 10 años (o mas!). La serie se puede leer desde varios puntos de vista: como un intento de remozar a un grupo de personajes olvidados, un poco ridículos y con pocas posibilidades comerciales; como un comentario metatextual sobre el genero superheroico, sus posibilidades de crecimiento, la manera en que este crecimiento ha sido interpretado infantilmente como “oscurecimiento”; como una reflexión sobre lo que implica trabajar en una historia en continua evolución y que nunca cerrara, “escrita” por una miríada de guionistas; como una enorme aventura superheroica en su propio derecho (con piratas en las alcantarillas! y ciudades de puritanos bajo la tierra! y golems! y el monstruo de Frankenstein matando adorables animalitos mutados! y universos conscientes! y hadas malvadas! y caballeros arturianos que ven emociones como si fuesen monstruos! y MUCHO MAS) y como un especie de tratado filosófico / teórico sobre lo que significa el cambio individual.
Porque en definitiva lo que hace Morrison en las 7 miniseries es trazar un arco de cambio en sus personajes. Todos los protagonistas de Seven Soldiers comienzan las series con algún nivel de disfuncionalidad. Zatanna siente culpa por sus acciones como heroína y no puede hacer funcionar su magia, The Manhattan Guardian entra en una depresión después de matar accidentalmente a un niño de 13 años, Shining Knight es el ultimo superviviente de su cultura y siente la culpa previsible, Bulleteer es ignorada por su marido que navega la red buscando porno superheroico, Klarion ve como sus tendencias independientes son reprimidas por su sociedad, Mr. Miracle esta atrapado por la trampa de la fama y Frankenstein es una maquina de destruir en un mundo en el que las soluciones se han vuelto infinitamente mas complejas. Para el final de la serie general no solo han salido de su agujero emocional, sino que se han transformado en héroes con todas las letras, comprendiendo mejor su lugar en la vida e iluminándose en el proceso.
Acá hay un doble comentario por parte de Morrison. Este post en Barbelith intenta relacionar la serie con la Cabala judía y el concepto de la “dinámica en espiral”. El concepto de “dinámica en espiral” es bastante complejo, pero en su fuente consiste en lo siguiente: la raza humana avanza a lo largo de una serie de estados, caracterizados por un color y cada vez que adquiere un estado superior, evoluciona y aprende nuevos conceptos que le permiten resolver nuevos problemas. La humanidad avanza a través de estos estados al incorporar nuevos “vmemes” o ideas colectivas, que pueden ser aplicables tanto a individuos como a colectivos culturales enteros. A pesar de que se supone que cada nivel es más complejo que el anterior estos estadios no son técnicamente superiores uno a otro: la raza humana puede utilizar y cambiar de estado (a medida que los va alcanzando) de acuerdo a los problemas que se le presentan.
La idea es que los Seven Soldiers evolucionan a lo largo de esta espiral y que cada personaje consigue, luego de muchas dificultades, un estado que otro personaje esta abandonando con igual número de problemas, por ello es que nunca se conocen o trabajan juntos.
Pero mas allá de este elemento “teórico” un tanto oscuro, también hay en Seven Soldiers una critica a la industria del comic y el genero superheroico. En una época en que se considera que modernizar o madurar a los superhéroes consiste en oscurecerlos, darles pasado de asesinos o violadores y matar personajes secundarios, lo que Morrison dice es que los superhéroes tienen que iluminarse. Tienen que evolucionar, cambiar, llegar a un nivel superior de conciencia en el que les puedan hablar a sus lectores con mayor emoción, mejores historias, aventuras mas grandes y mas fantásticas que conmuevan hasta los huesos, que te hagan sentir cercano a esos personajes y den ganas de vivir en un universo donde “la tierra es amenazada cada cinco minutos y seres similares a dioses chocan en el cielo cada cinco minutos como fuegos artificiales” (Morrison dixit). En otras palabras, a diferencia de Alan Moore, que con Watchmen quería matar a los superhéroes, Morrison les esta diciendo “Crezcan, sean todo lo buenos que pueden ser, vuélenle la cabeza a sus lectores, yo se que pueden”.
O, para ponerlo en las palabras de Douglas Wolk:

Si los comics de superhéroes no le hablan a las realidades de sus lectores, no es un problema del género, sino una demanda para mejorar su ejecución. Seven Soldiers es un intento simultáneo de perfilar y ejemplificar ese salto formal; su ambición a veces sobrepasa su capacidad. Su premisa, sin embargo, es que cuando los personajes de dos dimensiones y sus historias alcanzan suficiente complejidad y profundidad, se vuelven efectivamente reales, estallando a través de la cuarta pared o la superficie de la pagina, deslizándose en el mundo de sus lectores y cargándolo con la energía de lo fantástico.

Finalmente, todo Seven Soldiers puede ser leído como un tratado a favor del cambio y en contra de una visión fijada de lo que una persona tiene que ser. Todos los personajes encuentran un lugar y “se completan” como personajes cambiando de situación y de perspectiva frente al mundo. Y simultáneamente son más felices por ello y contribuyen a la lucha general por mejorar a la humanidad y salvarla de los Sheeda, hadas maléficas que vienen a destruirnos. Morrison parecería estar diciéndonos: somos personas, el mundo y las cosas cambian a nuestro alrededor, combatir el cambio es generar un cáncer del alma, hay que dejar morir periódicamente la cáscara de quienes somos y renacer con más energía y fuerza.
O, como exclama Klarion en el número final de su miniserie:

“Quisiera ser muchas cosas antes de morir, madre.”