Cut Ups

Hace unos años existía una publicidad antidroga, torpe, simplista y generalizadora como suelen ser esas cosas, en la que suelo pensar últimamente. La publicidad mostraba una estatua que representaba a un consumidor de cocaína, a medida que una voz en off decía cosas como “Te tomas una línea y una línea te recorre la cabeza. Y después otra. Y otra”. La estatua comenzaba a resquebrajarse, como si de golpe se hubiesen revelado las líneas teutónicas ocultas que recorren nuestro cráneo y los pedazos caían al suelo. Al final de la propaganda la cabeza de la estatua se encontraba deformada por completo y la voz en off decía algo así como “Y de vos no queda nada”.
Supongo que la idea era transmitir la manera en que las drogas nos hacen actuar como personas que no somos, comprometer nuestros valores, traicionar a nuestra patria y dejar de lado a nuestros seres queridos. Pero yo siento que la imagen de esa estatua con la cabeza deformada, destruida, con sus ideas completamente cambiadas era extrañamente persuasiva. Ese es el efecto que me gustaría que tengan todas las drogas: que cuestionen mi personalidad, mi manera de ver el mundo, que demuelan las preconcepciones que tengo sobre la manera en que vivo.
Y, además, alguien debería haber encerrado a esos creativos con un cocainómano totalmente pasado de rosca para que les hable a la velocidad de la luz de planes extraordinarios, su vida privada y sus ideas fantásticas y de ese modo se den cuenta que es una droga que se encuentra muy lejos de aniquilar el yo.

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Hay un fantástico poema de Robert Graves que se llama “En Imágenes Rotas” y dice así:

El es rápido, piensa en imágenes claras;
Yo soy lento, pienso en imágenes rotas.

El se vuelve obtuso, confía en sus imágenes claras;
yo me vuelvo agudo, desconfió de mis imágenes rotas.

Confiando en sus imágenes, el da por hecho su acierto;
desconfiando de mis imágenes, yo dudo de su acierto.

Dando por hecho su acierto, el da por hecho el hecho;
dudando de su acierto, yo dudo del hecho.

Cuando el hecho le falla, él duda de sus sentidos;
cuando el hecho me falla, yo apruebo de mis sentidos.

El continua rápido y obtuso en sus imágenes claras;
yo continúo lento y agudo en mis imágenes rotas.

El en una nueva confusión de su entendimiento;
yo en un nuevo entendimiento de mi confusión.

Mas allá de que este magnifico poema podría ser leído como una alegoría a favor de la imposibilidad de reducir la realidad a un conjunto de leyes o imágenes precisas que no fallan nunca (y por extensión, en una cautelosa impugnación de la ciencia), advocando por un conocimiento de la realidad laborioso, siempre cambiante, siempre intuitivo (y, quizás, mas apropiado para el artista) lo que a mi me interesa es la manera en que ilustra una aproximación a los procesos deductivos individuales que se acerca mucho a la experiencia cotidiana de cualquiera de nosotros.
Nos guste o no, casi todos pensamos en imágenes rotas. El problema es que las confundimos con imágenes claras. Todos tenemos siempre planes, organizamos proyectos, desarrollamos ideas que pretendemos ejecutar con la mayor eficiencia posible, de modo rápido y ejecutivo. Como la vida capitalista nos ha enseñado!!. Pero siempre hay imponderables, elementos externos, accidentes de la naturaleza que vuelven cualquier plan imposible.
Y la mayoría de las veces somos nosotros mismos quienes abortamos nuestros planes. Graves, ingles sabio si los hay, nos increpa para que abracemos una manera de percibir el mundo más cierta pero menos controlable. Esas imágenes rotas que en definitiva son una representación de nuestra propia identidad quebrada, de nuestra propia percepción del mundo sesgada por prejuicios y favoritismos y filtrada por un equipamiento técnico francamente pobre.
Las imágenes claras nos vuelven obtusos, cabeza dura, fijados en nuestras ideas. Que mejor que desconfiar, de nosotros mismos y del mundo, mirarlo como a través de una cerradura y no intentar completar la visión para que funcione perfecto, sino movernos con cautela por esa imagen fracturada, como nuestras propias y múltiples personalidades.

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¿Todos amamos a Wire, verdad?. Me sorprendo al darme cuenta que en tantos años de escribir en blogs, casi nunca he mencionado a esta banda extraordinaria. Como todos los intereses en la vida son circulares y recurrentes, esta ultima semana me encontré escuchando de nuevo “154” y maravillándome ante la capacidad creativa que tenían estos tipos.

Como en una mente esquizofrénica, pasan del synth pop a los ataques punk (nadie puede afirmar que lo habian abandonado: escuchen “Two People In A Room” para darse cuenta que esos dientes, como mínimo, habían crecido 15 centímetros) a las canciones esotéricas y oscuras. Lo más curioso es la manera en que en ningún momento el disco se asienta en un tono o en un estilo, prefiriendo navegar por un mar de sonidos e influencias sin casarse con ninguno. Es la manera más fiel (e inteligente), creo, de encarar un disco ecléctico, no como una colección de impresiones y estilos, sino como una especie de continuo donde la música cambia orgánicamente.
De todas las hermosas viñetas que ocupan el disco hay una que siempre llamó mi atención. En un principio, supongo que “Map. Ref. 41ºN 93ºW” me atraía porque era la canción más cercana a una canción “pop”: organizada, con estrofas y estribillo y una melodía pegajosa. Mientras el resto de las canciones pasaban por mis oídos como una especie de continuo (aun recuerdo preparar mis primeros parciales escuchando este disco) esta inmediatamente me obligaba a pararme y cantar.
La letra es típicamente Wire: pareciera que el narrador describe la composición de un mapa (o, mejor dicho, de la tarea del cartógrafo) con una objetividad absoluta. Pero lo que están intentando comunicar es la manera en que debajo de esa conjunción de líneas, paralelos, manchas que describen montañas y valles, se esconde “un país” o un conjunto de sujetos completamente incontrolables. Es la típica aproximación lateral de Wire: hablemos de algo completamente bizarro o poco común en las letras de rock para terminar implicando o sugiriendo algo completamente distinto. Como la letra de esa canción magnifica que es “Outdoor Miner”, ¿alguien se hubiese imaginado que en medio de ese imaginario lo que se estaba describiendo era a un insecto? Sin embargo, es curioso como mediante este método lograban enterrar en sus canciones frases o momentos o temas que de una manera subrepticia nos refieren a preocupaciones muy humanas.
Ahora bien, de toda la canción, el estribillo es el que mas me interesa:

Interrupting my train of thought
Lines of longitude and latitude

Define and refine my altitude

Tres frases nomás que parecen sencillamente comentar la manera en que el narrador se guía por un mapa. Sin embargo, hay algo magnifico en esas tres frases. Porque en definitiva lo que hacen es transportar algo tan alejado como la cartografía a la manera en que nosotros, las personas, pensamos, construimos nuestra personalidad y refinamos nuestras decisiones. Es casi como si los Wire quisiesen hacer una cartografía de nuestros cerebros. “Este elemento y este elemento, combinados, cambian todo lo que venia pensando” es en definitiva lo que cantan. Los elementos del ambiente, los accidentes geográficos, ciudades, líneas, espacios, momentos, definen quienes somos. Son input constante que procesamos y sobre los que actuamos en coincidencia. Y que en definitiva “definen y refinan nuestra altitud”. Determinan si estamos mejor o peor.
Y no puedo evitar pensar en el corolario: la cartografía define las cosas para siempre, marca los espacios, describe los ambientes. Pero al mismo tiempo nos permite ubicarnos en el espacio, nos da coordenadas, producto de la fragmentación del mundo en espacios mensurables. Y, si en definitiva esas mismas coordenadas informan nuestra manera de pensar y la definen, y el ser humano esta en constante movimiento, nunca parando en ningún lugar, entonces tenemos que cambiar todo el tiempo, procesar nuevas coordenadas que nos dan un lugar mas preciso en el espacio mental. O perdernos irremediablemente.

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Como dije arriba, los gustos (deberíamos hablar de obsesiones a esta altura) son recurrentes y en estos días me encontré, una vez mas, pensando mas de lo que es recomendable en Grant Morrison en general, y en Seven Soldiers en particular.
La culpa la tiene el capitulo del libro de Douglas Wolk que publicaron en Newsarama (primera, segunda, tercera, cuarta y quinta partes). En el analiza tanto Seven Soldiers como los Invisibles (que debo releer eventualmente) y sus ideas y sugerencias me enviaron al maravilloso mundo de la blogosfera comiquera para leer una tonelada de información sobre esta serie.

Seven Soldiers es el último GRAN proyecto de Grant Morrison. La idea formal, en un principio, era encarar la serie como una especie de evento modular: 1 numero especial donde comenzaba todo, 7 miniseries, cada una dedicada a un personaje olvidado o caído en desgracia en el universo DC (Zatanna, Mr. Miracle, Manhattan Guardian, Frankenstein, Shining Knight, Klarion The Witch-Boy y Bulleteer) donde se desarrollaba un arco individual que conectaba con la historia principal, y un numero especial de cierre. Lo novedoso de esta aproximación era que parte del concepto de Seven Soldiers era que los personajes no se encuentren nunca y que cada miniserie estaba plagada de detalles, pistas y elementos que solo tenían sentido en el marco de la narración mas amplia. En un principio Morrison dijo que cada miniserie iba a ser independiente de las otras y que no hacia falta leer todo para entender la historia. Obviamente esto resultó ser un engaño y, en definitiva, todo debe leerse como una gran serie de 30 números, como un archipiélago en el que a la vez las cosas pasan aisladas y contribuyen a la visión de conjunto.
La aproximación “semi-modular” y el hecho de que los personajes no actúen en conjunto jamás (como debería ser esperado de un grupo de superhéroes) mas la tendencia de Morrison a plagar sus series con referencias, temas continuos y subtextos, causan que esta sea, probablemente, la serie mas compleja en términos formales y temáticos que haya dado el comic de superhéroes en los últimos 10 años (o mas!). La serie se puede leer desde varios puntos de vista: como un intento de remozar a un grupo de personajes olvidados, un poco ridículos y con pocas posibilidades comerciales; como un comentario metatextual sobre el genero superheroico, sus posibilidades de crecimiento, la manera en que este crecimiento ha sido interpretado infantilmente como “oscurecimiento”; como una reflexión sobre lo que implica trabajar en una historia en continua evolución y que nunca cerrara, “escrita” por una miríada de guionistas; como una enorme aventura superheroica en su propio derecho (con piratas en las alcantarillas! y ciudades de puritanos bajo la tierra! y golems! y el monstruo de Frankenstein matando adorables animalitos mutados! y universos conscientes! y hadas malvadas! y caballeros arturianos que ven emociones como si fuesen monstruos! y MUCHO MAS) y como un especie de tratado filosófico / teórico sobre lo que significa el cambio individual.
Porque en definitiva lo que hace Morrison en las 7 miniseries es trazar un arco de cambio en sus personajes. Todos los protagonistas de Seven Soldiers comienzan las series con algún nivel de disfuncionalidad. Zatanna siente culpa por sus acciones como heroína y no puede hacer funcionar su magia, The Manhattan Guardian entra en una depresión después de matar accidentalmente a un niño de 13 años, Shining Knight es el ultimo superviviente de su cultura y siente la culpa previsible, Bulleteer es ignorada por su marido que navega la red buscando porno superheroico, Klarion ve como sus tendencias independientes son reprimidas por su sociedad, Mr. Miracle esta atrapado por la trampa de la fama y Frankenstein es una maquina de destruir en un mundo en el que las soluciones se han vuelto infinitamente mas complejas. Para el final de la serie general no solo han salido de su agujero emocional, sino que se han transformado en héroes con todas las letras, comprendiendo mejor su lugar en la vida e iluminándose en el proceso.
Acá hay un doble comentario por parte de Morrison. Este post en Barbelith intenta relacionar la serie con la Cabala judía y el concepto de la “dinámica en espiral”. El concepto de “dinámica en espiral” es bastante complejo, pero en su fuente consiste en lo siguiente: la raza humana avanza a lo largo de una serie de estados, caracterizados por un color y cada vez que adquiere un estado superior, evoluciona y aprende nuevos conceptos que le permiten resolver nuevos problemas. La humanidad avanza a través de estos estados al incorporar nuevos “vmemes” o ideas colectivas, que pueden ser aplicables tanto a individuos como a colectivos culturales enteros. A pesar de que se supone que cada nivel es más complejo que el anterior estos estadios no son técnicamente superiores uno a otro: la raza humana puede utilizar y cambiar de estado (a medida que los va alcanzando) de acuerdo a los problemas que se le presentan.
La idea es que los Seven Soldiers evolucionan a lo largo de esta espiral y que cada personaje consigue, luego de muchas dificultades, un estado que otro personaje esta abandonando con igual número de problemas, por ello es que nunca se conocen o trabajan juntos.
Pero mas allá de este elemento “teórico” un tanto oscuro, también hay en Seven Soldiers una critica a la industria del comic y el genero superheroico. En una época en que se considera que modernizar o madurar a los superhéroes consiste en oscurecerlos, darles pasado de asesinos o violadores y matar personajes secundarios, lo que Morrison dice es que los superhéroes tienen que iluminarse. Tienen que evolucionar, cambiar, llegar a un nivel superior de conciencia en el que les puedan hablar a sus lectores con mayor emoción, mejores historias, aventuras mas grandes y mas fantásticas que conmuevan hasta los huesos, que te hagan sentir cercano a esos personajes y den ganas de vivir en un universo donde “la tierra es amenazada cada cinco minutos y seres similares a dioses chocan en el cielo cada cinco minutos como fuegos artificiales” (Morrison dixit). En otras palabras, a diferencia de Alan Moore, que con Watchmen quería matar a los superhéroes, Morrison les esta diciendo “Crezcan, sean todo lo buenos que pueden ser, vuélenle la cabeza a sus lectores, yo se que pueden”.
O, para ponerlo en las palabras de Douglas Wolk:

Si los comics de superhéroes no le hablan a las realidades de sus lectores, no es un problema del género, sino una demanda para mejorar su ejecución. Seven Soldiers es un intento simultáneo de perfilar y ejemplificar ese salto formal; su ambición a veces sobrepasa su capacidad. Su premisa, sin embargo, es que cuando los personajes de dos dimensiones y sus historias alcanzan suficiente complejidad y profundidad, se vuelven efectivamente reales, estallando a través de la cuarta pared o la superficie de la pagina, deslizándose en el mundo de sus lectores y cargándolo con la energía de lo fantástico.

Finalmente, todo Seven Soldiers puede ser leído como un tratado a favor del cambio y en contra de una visión fijada de lo que una persona tiene que ser. Todos los personajes encuentran un lugar y “se completan” como personajes cambiando de situación y de perspectiva frente al mundo. Y simultáneamente son más felices por ello y contribuyen a la lucha general por mejorar a la humanidad y salvarla de los Sheeda, hadas maléficas que vienen a destruirnos. Morrison parecería estar diciéndonos: somos personas, el mundo y las cosas cambian a nuestro alrededor, combatir el cambio es generar un cáncer del alma, hay que dejar morir periódicamente la cáscara de quienes somos y renacer con más energía y fuerza.
O, como exclama Klarion en el número final de su miniserie:

“Quisiera ser muchas cosas antes de morir, madre.”