Best. Mod. Ever.
Esto es increíblemente hilarante. Un demente armo un mod del Half-Life 2 que absolutamente reemplaza todos los sonidos por otros creados por su propia voz. Y si, es totalmente genial. Video aquí:
(via rock paper shotgun, y descubierto por dario)
Those God-Damned Dead End Kids.
Deadenders ocupa un lugar desolado en la bibliografía de Ed Brubaker. No es su hermoso revival noir de Catwoman, no es su reformulación de los policiales en Gotham Central, no es su Capitán América paranoico, no es sus primeros comics indie apreciados por todas-las-personas-correctas. Deadenders es una serie huérfana.
Esto no es tan curioso cuando uno recuerda que la publicó Vertigo. El imprint de DC tiene la mala costumbre de dejar morir series prometedoras (¿alguna vez tendremos la oportunidad de ver algo tan loco como The Minx por parte de Milligan?) en la cuna. Esta serie fue publicada entre el 2000 y el 2001, un momento raro en el imprint, con Preacher terminando, su capacidad para exprimirle dólares a los niños goth fanáticos de Sandman también, Transmetropolitan con menos de un año de vida y un largo trecho aún para Y y Fables. En ese ambiente es que se lanzó Deadenders (Igual pareciera que en Vertigo siempre hay un ambiente raro, siempre todo esta a punto de cancelarse, siempre van a hundirse cuando cierre su próximo “éxito”).
Casi sin promoción, con un equipo creativo que estaba muy lejos de ser estrellas (el arte lo provee Warren Pleece, del cual se hablará mas adelante), situada en un escenario post-apocalíptico que prontamente podía revelarse como un cliché…No es ninguna sorpresa que solo haya subsistido 16 números. Solo se publicó un trade paperback que, calculo, hoy en día esta fuera de publicación. Hundida casi sin rastros. Pero hay vida en estas páginas aun. Y, más importante, hay ambiciones destrozadas.
En el primer número conocemos a Bartholomew “Beezer” Beezenbach, un adolescente rebelde que solo quiere andar en su Vespa, cometer pequeños robos, meterse anfetas y, básicamente, ser insoportable con todo el mundo. La vuelta de tuerca esta en que todo se desarrolla en un futuro cercano, apocalíptico, en una ciudad gigantesca (piensen The City de Transmet, pero mucho menos glamorosa. Si, menos) dividida en distritos de acuerdo a clase social. El sol desapareció hace 19 años, tapado por un cielo permanentemente marrón, y los únicos distritos que tienen clima artificial son los más ricos. El resto se tiene que contentar con suburbios casi destruidos, gente que camina por las calles con las orejas apuntando al cielo esperando que caigan las bombas, cielo marrón mierda y estrictos controles de frontera para que no se cuelen en los sectores afluentes.
Pronto conocemos a los amigos de Beezer: Jasper, Mikey, su novia Sophie, su prima Corey y su rival / amigo Hal. Todos son un montón de post-adolescentes slackers que se dedican, al igual que nuestro héroe, a la nada misma. Perder el tiempo en el restaurant donde trabaja Sophie, drogarse, andar en Vespas, robar autos. Todos son mods, pero tienen filosofía punk. Son chicos que no quieren crecer y a los cuales el Cataclismo les ha dado la excusa perfecta para pensar que mañana no será nada mejor que hoy, entonces ¿para que molestarse?. Al mismo tiempo, no hay figuras paternas ni ningún tipo de ley superior que gobierne sus acciones. Beezer, nos enteramos en el primer número, es adoptado, lo cual lo vuelve una figura sin raíces, sin enseñanzas, obligado a crecer sin modelo y desinteresado en construir uno con su responsabilidad personal. Las autoridades, la policía, el gobierno, son una especie de instancia última, lejanísima, desinteresada en ellos a menos que se manden una gran cagada. Si se drogan y roban autos está todo bien. Nadie trabaja. Lo único que les resta es dejar un cadáver hermoso. Y el mismo Brubaker subraya esta sensación inminente de no future al matar a Jasper en el primer número.
Bueno, no lo mata, lo hace tener un accidente a causa de Beezer y sus visiones. Ah, claro, olvidé mencionarlo: Beezer tiene visiones de la vida antes del Cataclismo y el gobierno de la ciudad lo anda buscando. El accidente de Jasper provee el impulso para el primer arco argumental, “Stealing The Sun”, en el que Beezer se propone robar una máquina de clima de los suburbios ricos para proveerle a su amigo de una primera y última tarde de sol en la playa.
Si ese argumento les parece un tanto cliché, un tanto medio pelo, es porque lo es. Deadenders esta plagada de esas situaciones. Ideas prometedoras que no son desarrolladas como corresponde (los oidores de bombas, la sensación de que hay una división no solo de clase pero también de edad entre los sobrevivientes del Cataclismo), personajes que parecen interesantes pero terminan sirviendo de relleno (Hal, Jasper, Corey), números que parecen gritar “¡acá hay suficiente material para un arco de 4 episodios!”. No se cuanto de ello se deberá a imposición editorial y a su pronta cancelación y cuanto a las limitaciones de sus creadores, pero uno por momentos tiene ganas de pararse un tanto desesperado y sacudir el comic gritándole “¡Se mejor, demonios! ¡Se que puedes ser mejor!”.
En ningún lugar se nota tanto esto que en el arte de Warren Pleece, a quien yo recordaba como un clon de Sean Phillips en Hellblazer, allá lejos y hace tiempo cuando Paul Jenkins escribía bien. Los primeros 8 números están entintados por Richard Case y es meramente correcto: pocos detalles, líneas angulares, caras que parecen a medio terminar. Es trabajo profesional, pero nada del otro mundo. Pero a partir del 9 lo comienza a entintar Cameron Stewart y logra un salto enorme de calidad básicamente haciendo que el dibujo de Pleece parezca suyo: bloques de negros, caras mucho mas expresivas, una cierta “cuadradez”, rispidez, del dibujo que le faltaba con el entintado mas suelto de Case. Es una lástima que para entonces, cuando el comic estaba adoptando una imagen un poco mas personal, solo le quedasen 5 números de vida. Lo único que no cambia y se mantiene en un gran nivel de excelencia son las portadas de Phillip Bond (¿qué pasa que este tipo no esta dibujando una serie regular?, ¿acaso las editoriales odian el talento?).
Lo curioso del asunto es la manera en que la limitada vida de Deadenders y, seamos sinceros, la continua sensación de imposición editorial, atentan contra la premisa misma del comic desde el inicio. Estos chicos que no quieren crecer, atrapados en un comic que de hecho nunca creció, empiezan a cambiar y hacerse cargo de sus vidas casi inmediatamente. Para conseguir la máquina del clima, Beezer hace un trato con su proveedor de drogas, de manera tal de poder infiltrarse en los sectores ricos. Tiene que llevarle muchas muchas anfetas a un cliente que resulta ser un buchón, y obviamente todo termina mal. A raíz de eso, luego de la muerte de Jasper y de escapar del gobierno, Beezer se dedica a ocultarse con su novia. Luego de una paliza, los encuentra un librero de un sector contiguo que les da asilo.
Y aquí Brubraker se anota un poroto al hacer que Sophie, contra toda chance (si, claro, Beezer es un pendejo insoportable, pero uno tiene la sensación de que a lo largo de esta historia crecerá, cambiará y arreglaran todo con el poder del amor, maaaan) se quede con el librero en su casa. Al mismo tiempo Beezer safa de su dealer de una manera que no revelaré (solo digamos que el conocimiento sirve, chicos) y para el número 8 esta de nuevo en el viejo sector 5, solo, haciendo nada de nuevo, ni siquiera vendiendo anfetaminas y viviendo en un garage. Después de todo, y para mayor ignominia, sus padres casi lo entregan a la policía.
Justamente el numero 8 es, creo, el mejor de la serie. Titulado “My Secret Affair”, es una ventana a lo que la serie podría haber sido: una apropiación bizarra del genero romántico por adolescentes punks/mod en un futuro post-apocalíptico (los interludios llamados “Back In Sector 5” del arco argumental anterior tienen un tenor similar). La historia es simple: Danica (si, se llama así), la ex novia de Jasper, se enreda con Beezer en una relación que ambos saben no va a ningún lado. Enredarse es la palabra correcta, enredarse de ese modo pringoso en que uno confunde sexo, cariño y comodidad de vez en cuando con sus amigos cercanos. Se lee, casi casi, como un capítulo de Love And Rockets de Jaime Hernandez y es una pequeña ventana que demuestra el talento de Brubaker para escribir jóvenes que se comportan como jóvenes, que cogen, se drogan, tiene estilo y se hacen un poco de daño en el proceso. Estoy seguro que si hubiesen tenido más tiempo, hubiésemos visto más capítulos de esta naturaleza, que hubiesen explotado la gran ventaja de esta serie: sus personajes.
También hay otra imagen, paródica, de lo que Deadenders podría haber sido. En el numero 4 se reproducen paginas de “la versión original de Deadenders, creada en los 60 por Mort Himmelman”: un comic a lo Archie que parece sacado de la mesa de luz Dan DeCarlo, solo que con Betty, Veronica y compañía reemplazados por los protagonistas mugrientos de esta serie. Es otra marca de la enorme ambición nunca concretada de la serie que estos backups no sean vistos de nuevo hasta el numero 16, el final. Una vez más, si esta serie se especializa en algo es en oportunidades truncadas.
Luego de ese maravilloso número 8 supongo que la noticia de la cancelación ya andaba dando vueltas, porque Brubaker se larga de cabeza a cerrar la mayoría de las historias de la serie. Beezer experimenta un cambio radical y pasa de ser el mas vago entre todos los vagos a preocuparse por intentar averiguar de donde viene, que pasó con el Cataclismo y de que manera esta conectado con él. Aprovechando un pase entre zonas que le da el librero, se larga en una aventura a explorar los sectores ricos de la ciudad, en búsqueda de uno de los clientes del vendedor de libros que aparentemente tiene sus mismas visiones.
Todo se precipita: la persona que visita es una chica, se llama Anna y es casualmente la hija del gobernador de la ciudad; Brubaker introduce al primer villano-villano recurrente de la serie (que, casualmente, es un chico del mismo sector que Beezer, solo que crecido y convertido en policía. Don’t sell out to the man, kids!); el dúo se dedica a buscar a otros chicos como ellos, resultando en el capítulo mas apresurado de la serie, en el cual conocen a uno de ellos que es alabado como un Mesías por sus visiones; aparecen viejos científicos responsables del experimento que destruyó al mundo y, finalmente, todo se desenlaza en un enfrentamiento entre una célula terrorista que busca restaurar el experimento y las fuerzas del gobierno de la ciudad. Todo es bastante caótico y hay muchas decisiones en cuanto a caracterización que suenan falsas. ¿Era realmente necesario que Anna y Beezer terminen siendo una “pareja” y que nos intenten hacer creer que su amor es tan profundo? Las desventajas de no tener tiempo para desarrollar una historia orgánicamente, supongo.
Por suerte a esta altura Cameron Stewart esta consiguiendo que los dibujos sean un placer de leer, y hay imágenes (como la de la máquina a la que están conectados los chicos) que son realmente impresionantes. Hay una especie de mezcla entre la naturalidad de los Hermanos Hernández para las expresiones y la crudeza de Kirby para la maquinaria y ciertas escenas de acción que, al mantenerse cada uno en sus planos, combina realmente bien.
Finalmente descubrimos que el cataclismo fue producido por un científico que quería resucitar a su esposa muerta, Anna y Beezer se sacrifican y el mundo se restaura como debería haber sido si el desastre no acontecía. El último número es un maravilloso monstruo con piezas de distintas visiones de Deadenders cosidas para intentar dar resolución a la historia. Comienza como una historia normal; salta a la parodia de Archie; retorna a la historia normal pero 15 años en el futuro, de manera de cerrar los sub-plots de los personajes secundarios, y finalmente adopta el formato de un comic romántico de los 50 para contarnos que fue de Anna y Beezer.
A pesar de que mi resumen de arriba pueda hacerlo parecer confuso o desprolijo, funciona. Deja muchas preguntas en el aire, la resolución de los destinos de los personajes secundarios no siempre es buena, e incluso lo que les sucede a Anna y Beezer no se termina de explicar. Pero luego de varios números de jugar a ser los Invisibles (o algún otro comic de conspiraciones y ciencia ficción) Deadenders vuelve a ser ese familiar drama-comedia sobre personajes fallidos. La conversación entre una Corey crecida y Beezer es de una naturalidad tal que uno nunca siente que esta ahí solo para rellenar datos y el retorno de Archienders es siempre bienvenido.
Pero la verdadera pieza maestra es la porción de Anna y Beezer. Si bien he dicho que la explicación de lo que les sucede no tiene mucho sentido, el tono de las páginas se ajusta perfectamente a la idea detrás de la serie de Brubaker y Pleece: ¿cómo crecer en un mundo en el que todo te indica que no hay hacia donde hacerlo? La respuesta en el caso de los protagonistas termina siendo “se sale del mismo”.
Anna y Beezer parecen reencarnarse en un mundo donde el Cataclismo nunca sucedió, donde el mundo parece estar congelado en una visión de un comic romántico de los 50, todo líneas duras, primeros planos y angustia. Beezer no conoció a sus amigos, que aparentan no existir, pero estuvo predestinado a estar con Anna. Aquí se llama Noah y sueña con su otra realidad y sus días de slacker. Todo esta teñido de una melancolía enorme, de una sensación de pérdida gigantesca. Sin embargo, Brubaker, en primer lugar, se sumerge enormemente en la lógica de los comics románticos, causando que así como la angustia y el sentimiento de pérdida de Anna y Beezer son pantagruélicos, también lo sea su amor. En segundo lugar, uno siente que esta siendo caritativo con sus personajes, que se da cuenta de que les han quitado a sus protagonistas el entorno que les daba sentido, los mejores años de su vida, así que lo mínimo que pueden hacer es darles un final feliz.
Al final de la historia Noah deja de tener sus sueños y transcurren muchos años. Beezer y Anna envejecidos viajan por el campo y encuentran una vespa al costado del camino junto con un estuche de vinilos de bandas mod y un pequeño tocadiscos. Beezer los sube al auto y al llegar a casa y escuchar los discos le parece recordar un sueño que nunca tuvo.
Supongo que crecer tiene sus precios. Es, de alguna manera, como vender tu alma al diablo. Y uno siempre puede encontrarse una vespa y un montón de discos que te recuerdan cuan rápido eras y que canciones bailabas mientras intentabas furiosamente no ir a ningún lado.
Deadenders, entero, para el lector ladrón.