I Grew Up Too Fast.

1) No sé si tengo mucho que decir sobre el último disco de Art Brut. Es difícil decir cosas nuevas sobre una banda que, en realidad, no esta tan interesada en hacer avanzar su música o influencias sino en trabajar sobre variaciones de los mismos sonidos que sirven vehículo para un front-man carismático.
2) Con el tiempo, en realidad, me he dado cuenta de que en realidad lo que más me gusta de Art Brut (por si queda alguna duda) es Eddie Argos. No hay mucho misterio en el porqué: parece un tipo divertido, alguien de quien me gustaría ser amigo, es ingenioso en sus letras y nunca se toma demasiado en serio a sí mismo, es un nerd al que le gusta la música y esa clase de gente es justamente la que debería estar haciendo música, le gusta el punk y el garage y la música que básicamente dice «fiesta!» y «diversión!», le gusta beber y escribe canciones sobre ello y, sobre todo, pareciera ser optimista y no dejar que nada lo ponga de mal humor.
3) “Art Brut Vs. Satan”, su último disco, es quizás aún menos inmediato que sus dos discos anteriores, no tiene ningún “Started A Band”, casi que ni tiene un “Pump Up The Volume”. Es un disco de más bajo perfil, como aceptando finalmente que no van a tener ningún hit, felices en su condición de underdogs. No demuestra la interminable ansiedad y hambre de fama de sus primeros singles. Es, definitivamente, un “grower”, que revela sorpresivamente cierta maduración.
4) Desde la tapa (dibujada por Jeff Lemire, cartoonist indie de cierta reputación, sobre todo por su trilogía “Essex County”) parece plantearse una dicotomía entre la ciudad y el campo, la vida tranquila y sin aspiraciones y los sueños de fama y de rock. O quizás es una representación del hecho de que uno puede “lograrlo” (sacar un disco, salir en revistas, cantar frente a gente) y sin embargo eso no quita que pueda seguir siendo un borracho imbécil, un faux-casanova que no llega a cumplir con las expectativas o un nerd demasiado entusiasta que no consigue que entiendan que es lo que hace. Eddie Argos se mudó a L.A. y no solo no se codea con las estrellas, sino que también tiene que tomar demasiados colectivos y todo el dinero aún se lo gasta en el fin de semana.
5) Frente a esta situación, Argos decide la inmersión en el mundo obsesivo que siempre le ha dado un hogar: los discos. La tendencia a ponerle nombres famosos a las canciones continua en este lp, igual que las referencias continuas a la música como algo que empapa todo momento de la vida (“You like the Beatles and I Like the Stones / But those are just records our parents owned”, “How can you sleep at night when nobody likes the music we like?”) y las pequeños detournements de frases de canciones famosas (“I fought the floor and the floor won”) pero todo transportado a un ambiente de la más pura normalidad, de los combates cotidianos de todo pobre palurdo, alejadísimo de la connotación inmediata que tienen esos referentes como parte de la historia del rock y sus sueños. Es totalmente amable y totalmente idealista, como diciéndole al chico que va al lado suyo en el colectivo, que acaba de salir de un trabajo espantoso de 8 horas y que está molido hasta los huesos que si, la música si tiene la capacidad para salvar algún pequeño pedacito de tu alma, aún cuando él venga de grabar un disco que quizás no se venda.
6) La producción de Frank Black es probablemente lo que más me entusiasmo del disco en un principio y lo que me hacía esperar cosas que al final el disco no entregó (como, no sé, su propia versión de “Debaser”, una canción que arrase con todo lo conocido en tu cerebro en ese preciso momento, obligándote solo a pensar en ella mientras la escuchas con puños levantados y a ponerla de nuevo, inmediatamente, cuando termina). En realidad la producción de Black resalta cierta limpieza de las guitarras, un mayor protagonismo de los coros en ciertos momentos (“Summer Job”, “What A Rush”) y bajos mucho más al frente. Les da cierto brillo que no viene mal, pero hubiese estado bueno una sinergia un tanto más avasalladora.
7) Pero todo esto es solo un preámbulo para lo que realmente importa. Si hay un motivo por el cual ahora lo quiero más a Eddie Argos es por su confesado y vocal fanatismo por los comics. Desde mitades del año pasado tiene una columna en el sitio web Playback donde habla de sus recientes lecturas, pero el golpe maestro lo dio en este álbum, donde incluye una canción llamada “DC Comics And Chocolate Milkshake”, en la que en vez de sumergirse en la nostalgia de la infancia la traslada al presente, sin culpa ni vergüenza, apuntalando la filosofía de que hay cosas que son demasiado buenas para dejarse en la niñez y que los comics son escapismo, si, pero escapismo de la mejor clase, en este mundo de oficinas, ordenes, sistemas y arreglos.
A raíz de esa canción, los muchachos de Art Brut consiguieron una invitación a visitar las oficinas de DC Comics, que se puede apreciar en toda su magnifica nerdidad en este set de Flickr.
En él se puede notar la cara de asombro y timidez de Argos, su postura ligeramente extraña, la intimación de su panza, su sonrisa de niño en tienda de golosinas. Dios quiera que pronto le pidan guionar algo. ¿Cómo podría no gustarme esta banda?
Fantasmas y Apariciones.

Una de las características más sobresalientes del horror como género (al menos para mí) consiste en la anticipación. En esa cualidad que te hace esperar con ansias la aparición del monstruo pero que gana sus mayores monedas emocionales cuando el monstruo no aparece, o apenas se ve detrás de una pantalla de niebla y sombra, cuando podría estar ahí, detrás tuyo, mirándote desde la repisa de los libros.
La necesidad de observar el horror siempre termina traicionada, como cuando de niño veías las cajas de los VHS de terror en los videoclubes y leías el escueto resumen que incluían atrás e, inspirado por las imágenes de horror en sus tapas y por su descripción vaga, imaginabas cosas mucho más horribles que aquello que tenía la película. ¿Cuántas veces vi la caja de Leprechaun, o Creepshow o Fright House e imaginé espantos que iban mas allá de la cordura?
is it dark already?
how light is a light?
do you laugh while screaming?
is it cold outside?
(I’m Not Done)
En cambio la anticipación siempre es verdaderamente terrorífica. Son los lugares oscuros donde creemos ver ojos, aquello que se mueve justo en la periferia de nuestra visión, la sensación de estar con alguien, lo que acecha en el umbral. Es justamente aquello que no podemos ver. Por algo los cuentos de Lovecraft siempre terminan con gente loca y sus bestias son imprecisas e incomprensibles (por eso es también que tantas adaptaciones de Lovecraft al cine son tan malas [exceptuando la genial “In The Mouth Of Madness”]: el cine de terror tiene que mostrar al monstruo en algún momento [si es que lo hay], cuanta gente paga la entrada por eso solamente?). El horror no debe ser presenciado por el ser humano, y probablemente descansa en la mente tanto como en el afuera.
dangling feet from window frame
will i ever ever reach the floor?
(If I Had A Heart)
Esta larga introducción es solo la manera de adentrarme en el primer y último disco de Karin Dreijer Andersson. ¿Que quién es esta chica? Bueno, es la mitad de The Knife, junto con su hermano Olof Dreijer, aquel dúo sueco que les voló la peluca a varios con su segundo disco del 2006. Lamentablemente, su disco bajo el nombre de Fever Ray este disco ha sido recibido (en tanto y en cuanto puedo ver por mi recorte de the internets) con tibieza y, sobre todo, con silencio.
i’m very good with plants
when my friends are away
they let me keep the soil moist
(When I Grow Up)
Esto es quizás entendible. Es un disco mucho más monocromático que el trabajo en conjunto con su hermano. No tiene canciones que podrían ser hits en la pista de baile mutante. No tiene beats que no intuyan a algo ominosamente siniestro y oscuro. Es un disco de la profundidad de los bosques. De la tundra helada. Conjura casas abandonadas y espectros que se aparecen justo en el límite de las ciudades. Edificios en construcción sin terminar. Estaciones de servicio en medio de la ruta. Es un disco que parece grabado en una pequeña ciudad de Finlandia, muy al norte, donde nieva tanto que las personas viven en extraños iglús calefaccionadas y cada año deben acumular provisiones y pasar seis meses cubiertos por el hielo, solos en sus casas, sin internet ni cable. Y durante uno de esos largos inviernos donde la gente se suicida en sus domos blancos, esta chica se dedicó a grabar un disco gélido.

i leave home
at seven
under a heavy sky
i ride my bike up
i ride my bike down
(Seven)
Todo el disco parece procedente de otro lugar. Los teclados y sintetizadores salen como de una rocola fantasma, las bases (con ciertos toques orientales) se asemejan a los ominosos sonidos del pasillo hacia la batalla con un jefe final en un videojuego, hay continuas líneas de teclado que parecen silbidos o vientos ululando entre arboles con cara. La voz de Karin se pierde en infinitos efectos, sonando por momentos como una mujer muy muy vieja, o como un pequeño demonio japonés o como una multitud de voces incorpóreas. Todo da la impresión de que hay alguien en tu casa, revisando tus cosas y cantándote cosas al oído. Lo peor de todo es que el disco también transmite la sensación muy precisa de la claustrofobia, de no poder escapar de ese lugar en donde hay algo que nunca podes enfocar con claridad compartiendo la habitación.
crushed and filled with all i found underneath and inside
just to come around
more, give me more, give me more
(If I Had A Heart)
Me recuerda al Horla, de Guy de Maupassant, ese ser invisible que se alimentaba de la respiración de su víctima, (también, por motivos obvios de ubicación, a esa película maravillosa que es “Let The Right One In”) y a los vampiros en general, sobre todo en ese precepto, tantas veces ignorado, que aclara que no pueden entrar en una casa a menos de que sean invitados. Porque tiene algo de terrible el hecho de que uno haga pasar al mal a su casa, ese momento en todas las películas de terror en el que los protagonistas toman la decisión que los va a conducir a la sangre y las tripas.
stands outside my window
sucking on the berries and
eats us out of house and home
keeping us awake
keeping us awake
(Triangle Walks)

Pero también me recuerda a otras cosas. Al folklore japonés y su idea tan particular de la coexistencia casi continúa del mundo espectral con el nuestro. Las letras parecen, por momentos, la compilación y descripción de un grupo de onis japoneses:
last night i drew a funny man
with dark eyes and a hanging tongue
(When I Grow Up)
you’ve got cucumbers on your eyes
(When I Grow Up)
my fur is hot, my tongue is cold
on a bed of spider web
(Keep The Streets Empty For Me)
Y también me recuerda a los cuentos de M.R. James, con sus pequeñas bolas de pelo y garras ocultas en iglesias apartadas, en casas derruidas, esperando la aparición del interesado en sitios antiguos para saltarle en la cabeza desde su rincón oscuro.
Es un disco para esta época del año, para los días cortos y las narices frías, para el momento en que te levantas y podrías jurar que algo se movió en tu habitación, para los retornos al hogar pisando hojas secas, para la penumbra de la tarde cuando caminas por la calle y no hay un alma a la vista. Es un disco para escuchar solo, mirando sobre tu hombro todo el tiempo, rogando que el diablo no te este siguiendo.
eyes are open the mouth cries
haven’t slept since summer
(Concrete Walks)

(Apéndice: no se cuanto de esta impresión proviene de la visión del video para el tema «When I Grow Up», una pequeña obra maestra de la amenaza y la inescrutabilidad. Veanlo:
Quirky Scottishmen (II)

The Yummy Fur fue una banda de Glasgow, que existió desde 1992 a 1999 y dejo atrás un puñado de discos maravillosos, algunas de las mejores frases de la década y un grupo reducido de fans fervorosos. Yo los descubrí allá por el 2004 en un blog que hoy ya no existe y me pase un tiempo armando una discografía que era bastante difícil de completar, incluso en estos/aquellos tiempos de Internet.
Pertenecientes a una escena relativamente aislada, un tanto alienígena y de bajo presupuesto, los Yummy Fur fue una de esas bandas “provinciales” que apenas tiene impacto más allá de su radio inmediato de acción. Me los imagino tocando en pubs de Glasgow para todos sus amigos y perdiendo dinero grabando discos que nunca terminan de sonar como quisieran, también muriendo de hambre en extrañas giras europeas.
Pero como dije, sus fanáticos son fervorosos. Y, por lo tanto, aquí he compilado 20 razones para amar a The Yummy Fur, una de las bandas más originales y hermosas de los 90.
1) Uno de sus primeros discos se llama Music By Walt Disney But Played By Yuri Gagarin (Thus A Political Record). ¿A que otra banda se le podía ocurrir una conjunción tan extraña de elementos? Yuri Gagarin + Walt Disney. Y es que el cosmonauta ruso es realmente un personaje de dibujo animado, el primer hombre en el espacio (pero no de nuestra calle), un titán de las estrellas detrás del telón de acero, el nuevo homo sovieticus. Me imagino que para los niños soviéticos, en algún momento, fue su Buck Rogers, su Superman, su Flash Gordon. Quizás en otro mundo hasta hubiese tenido una serie de cortos animados por los hermanos Fleischer… o Walt Disney.
Con esta melange capitocomunista se presentaba The Yummy Fur, bajo una tapa que parecía un collage dadaísta (o meramente incompetente y amateur) que mostraba a una mujer con un vaso y una pistola en cada mano, con una expresión que parecía entre divertida y llena de remordimiento.
Y su música reflejaba esta portada: una combinación de diversión y ansiedad que se traducía en salvos punk de 30 segundos cantados con la voz indefinida y, sinceramente, chillona de John McKeown, que parecían miniaturas de un grupo de músicos sobre-excitados, como adolescentes, que no podían tocar más tiempo porque las cuerdas de sus guitarras se disolvían de pura emoción y ellos eran presa de un ataque epiléptico.
2) Es una banda que nos retrae a un underground que ya parece prehistórico. Una banda tan ignota que no hay ningún sitio con sus letras en toda la internet. Que era lo suficientemente joven como para haberse visto directamente influida por The Fire Engines, The Swell Maps y Josef K. Que dependía y se amplificaba en el formato de sencillo de 7”. Que daba la sensación de que no ganaba un céntimo de su música y por lo tanto las copias de sus discos eran pocas, su búsqueda siempre complicada, su capacidad de promoción limitada y se mantenía, como tantos buenos grupos que han hecho música valedera, un poco oculta. Una banda que siempre fue un bicho raro en cualquier subcultura musical inglesa de los 90. Que ni se tocó con el brit pop o con el shoegaze y con la electrónica sólo de un modo muy oblicuo, fiel a su estilo. Que nos llena de una saludable “nostalgie de la boue” en estos tiempos de sobredosis de myspace.
3) Eran una banda propensa a la cita cultural, pero con humor y estilo, siempre descolocando lo referido de su contexto y dejándolo ligeramente en ridículo. Y, también, a ellos mismos por hacer esas bromas tan nerds.
4) Eso hace que tengan frases increíbles, referencias inverosímiles, en medio de los temas, que están dichas con tal autoconciencia que producen dos cosas en el oyente: primero que se ría del chiste interno y luego que se ría de si mismo, por reconocerlo. Mi frase favorita de estas, con la cual inclusive me hice una remera es “I’d like to make a civilized costumer complain / Why is Throbbing Gristle considered inappropiate in discos?”. Esta frase aparece en lo que (en mi mente solamente) es su hit más grande: “Deathclub”, del disco Sexy World. Es difícil de explicar porque me gusta tanto, pero creo que es porque la combinación de cortesía y civilidad que exhibe la queja te hace pensar por un momento en que es un pedido absolutamente razonable (¿y quien dice que no lo es? ¿Qué ley indica que Throbbing Gristle NO es aceptable en las discos?) hasta darte cuenta de la barbaridad que están pidiendo y de que, quizás, la intención oculta sea perforar unos cuantos oídos con la legendaria banda industrial y reírse del pánico que crea en la pista. Quemen la discoteca, un ataque de psicosis colectiva de un montón de ravers perdidos.
Nadie entiende de qué carajo habla mi remera, por otro lado.
5) “No veíamos ninguna razón por la cual uno no podía tocar melodías estándar realmente tontas y ridículas, pero tocarlas como si tu vida dependiese de ello, realmente intenso, porque todo el mundo parece todavía tener la idea de que si tocas intensamente, debes tener momentos muy serios en tus canciones, lo cual es un montón de mierda.”
6) Una de las cosas más fantásticas de The Yummy Fur es el modo en que florecen de un modo inesperado para terminar siendo una banda pop de teclados capaces de tocar una canción como “British Eyeballs Ltd.” con su colchón de teclados apenas audible y amable, su guitarra similar a una persona tocando con insistencia un portero eléctrico y su estribillo extrañamente amenazador. Una canción sobre una persona cuyos ojos se encogen “hasta parecer alfileres” y que mezcla una melodía inocente y aniñada con la imagen un tanto perturbadora de una persona con ojos de alfiler y piel picosa. En otras palabras: que conjuga la sensación pesadillesca/fantástica de un sueño infantil.
7) Y esa evolución está reflejada en los discos, en donde se los ve cada vez más confiados, más capaces de sostener un ritmo, más interesados en tocar canciones largas, más sofisticados en la yuxtaposición de instrumentos y la textura del sonido. Los lleva muy lejos de la mera copia de dos centavos de The Fall que parecían ser en un principio. Hace mucho tiempo que no puedo decir eso de una banda.
8) Tenían uno de los frontmans más inverosímiles en la historia del rock. John McKeown es un tipo que le da a la palabra desgarbado un nuevo sentido, con sus mejillas hundidas, sus dientes ratoniles y sus anteojos siempre demasiado grandes. ¿Qué hacía un tipo como ese liderando una banda? Supongo que es parte del conjunto de factores que hacen que The Yummy Fur sea a la vez una banda furiosamente personal y perdedora por siempre.
9) Ya dije que no existen sitios con letras de The Yummy Fur. Por eso me gusta imaginarme a Male Shadow At Three O’Clock, su genial ep de 1998, como una obra conceptual que habla sobre la persecución de la Inquisición cristiana, el protestantismo y la suave comodidad de la religión, pero situado en un centro comercial de Canadá en donde Torquemada es jefe de la seguridad de un inmenso poli-rubro donde uno encuentra de todo. Desde aspiradoras hasta rock and roll pasando por zeppelins. Pobre Coronel Zeppelin, nunca se esperaba a la Inquisición española.
10)Una frase de ese disco “Oh Lord preserve us from those catholics / They got the stupidest nuns and the most humorless saints/ Bar none!”
11) Y además es un pequeño disquito que suena de la san puta madre. Aquí su maestría del gancho oblicuo está totalmente dominada; todos los temas son totalmente infecciosos a la vez que no sabes exactamente de que se tratan, como un mundo surrealista recordado a medias. Las guitarras, por ejemplo, son punzantes pero jamás llegan a ser abrasivas, en vez de eso disolviéndose en sonidos que se asemejan a la risa. Mis temas favoritos son, seguramente, el primero y el último. El primero, “St. John Of The Cross” tiene unas guitarras que suenan a bostezo, a vagancia y una letra que habla de San Juan pero que nunca he podido descifrar realmente. Además de un puente singularmente amenazador. El último, “Young F**Ks Need Fingers” es una especie de humanoide disonante que anticipa su floración final como banda pop en su siguiente disco, Sexy World. Repleto de sintetizadores como cajas de música averiadas y un final apropiadamente mugroso, parece la marcha de un ejército de hojalata.

12) No sé porque nunca antes tuve el coraje de escribir sobre ellos. Tuve un proyecto alguna vez de escribir sobre cada canción de su disco Kinky Cinema, una compilación de 60 temas de muy pocos minutos cada uno, que reúne los primeros años de su historia. Era un proyecto faraónico y el cual jamás inicie más allá de unas muy escasas notas preliminares. Quizás esto sea porque es una banda tan cercana a mi corazón, del modo en que lo son las bandas que uno siente que le pertenecen individualmente (esa sensación que aúna la escasez de material y una cierta cepa pretenciosa con el atractivo individual de un determinado grupo) que sentía que no había modo de encarar un artículo que no se disolviese en pura hipérbole vacía. Pero The Yummy Fur tienen algo más. Pongámosle: si la historia siempre vuelve como farsa, y la cantidad de grupos engominados, de expresiones serias, trajes y sonidos electrónicos que han surgido en los últimos cinco años son el post punk como farsa, The Yummy Fur es el post punk como parodia, que no es lo mismo, tomando una veta de la historia distorsionada de ese movimiento, que comprende al legado escocés del mismo pero también a Gang Of Four o The Fall y re-enfocando su interés lirico en infinitas expresiones del absurdismo, con una filosofía de no tomarse nada muy en serio.
13) A veces actuaban como jóvenes hiper-hormonados, con canciones como “Prostitutes”, “Male Slut” o “Pink Pop Girls”. Pero todas exudaban un aire completamente underdog, como las fantasías sexuales de un grupo de jóvenes con gafas, angustiosamente breves y precoces. Además, “Pink Pop Girls” no solo es una imagen, al menos para mí, completamente encantadora (algo así como jovencitas del futuro en minifaldas espaciales y extraños cascos, como Judy Jetson) sino que es una canción completamente instrumental que se asemeja al aumento de los latidos del corazón a medida que nos dirigimos a nuestra primera cita.
14) Kinky Cinema, por otro lado, es un disco que se entromete en tu subconsciente de una manera completamente inesperada. Escuchándolo de nuevo para escribir esto me di cuenta de cuantas canciones me sabía y recordaba, aunque durante mucho tiempo me había parecido solo un conjunto de divertidos espasmos pop. ¡Pero qué capacidad para variar sobre el mismo template! Como “Flappy Clown Garry”, que incluye lo que parece xilofones en una canción con una línea de bajo gorda como una casa, seguramente grabada en el sótano de algún tugurio, o la gloriosa versión new wave de “Plastic Cowboy”, aquella canción que abría su primer disco, Night Club, en donde el cowboy del título iba a bailar a 120 BPM mientras el bajo sonaba de manera laberíntica y un conjunto de coros hacen “yop, yop, yop!”. Siempre me gustaron los discos de canciones cortas, creo que desde que escuché Short Music For Short People, y este es un conjunto de canciones punk grabadas “just for the hell of it” que mezcla mujeres, monstruos, quejas a la autoridad y guitarras chirriantes en dosis iguales. Y además tiene esta maravillosa tapa:

15) El nombre viene del comic homónimo de Chester Brown, aunque a McKeown le gustaba más Eightball, debido a que su hermana (de la banda riot grrl Lungleg de Glasgow) tenía un sticker pegado en su guitarra con el nombre y, en el momento de ponerse a buscar uno, les pareció bueno. Pero tiene una cierta lógica: el mundo discordante, sexualmente amenazante y arbitrario de “Ed, The Happy Clown”, la línea temblorosa, escatológica y perversa de Brown tienen bastante que ver con su música; y ambos proyectos vienen de un mundo muy similar, independiente, medio cochambroso y difícil de clasificar. Ellos sacaban singles, Brown publicaba comic books antes que “novelas gráficas”. Además, “Yummy Fur” suena, apropiadamente, como una mezcla entre lo adorable y lo sexual, entre lo amenazante y lo absurdo, muy similar a su música. Como vello púbico hecho de algodón de azúcar.
16) “Stuart es quizás la persona que he conocido por más tiempo en Glasgow – desde el 86 o algo así. Él siempre fue como la persona con menos probabilidades de triunfar, y la menos probable de armar una banda. Stuart trató de formar una banda de kraut-rock conmigo y Lawrence una vez, hacer esto, hacer lo otro, y siempre era “Si, si, Stuart. Otra de las ideas locas de Stuart”. De hecho su grupo solía llamarse, antes de que formase Belle and Sebastian, La Pastie De La Bourgeoisie. Mi hermana, Jamie y yo vivíamos al frente de Greggs (una panadería) y pintamos eso con aerosol. Queríamos hacer un slogan que sea como Jean Luc Godard mezclado con el 68, pero que sea una declaración vacía, realmente vacía. Pero Stuart debe haber visto eso escrito en la pared de Greggs y se lo apropió o algo así, lo cual yo creí que era muy simpático.”
17) Ninguno de sus discos esta comprimido ni nada de esas “novedades” de la nueva competencia musical tronante. Hay una evolución en el sonido, claro, pero esto nunca lleva a que suene, de ninguna manera, brillante, profesional, perfecto. Esto provoca ciertas discrepancias, ciertos momentos en que parece mal grabado o en que el volumen no se siente correcto para nuestros oídos malacostumbrados a “remasterizaciones” que solo intentan que las canciones suenen más fuerte en la radio (Dios sabe que durante mucho tiempo busque una copia de “Sexy World” que sonase más musculosa), pero con el tiempo uno se da cuenta de que en realidad esto es una ventaja, porque su música tiene escala, tiene ascensos y descensos, momentos en los que parece insoportablemente ruidosa y momentos en los que realmente es más sedada. De igual modo, sus baterías suenan secas, reales, austeras, verdaderamente tocadas, probablemente en un set muy barato.
18) Eran amigos de The Country Teasers, Lungleg y Mogwai, lo que demuestra su buen gusto y amplitud de miras. Por otro lado, tengo que escribir algún día sobre The Country Teasers, probablemente una de las bandas más ofensivas, acidas y graciosas del mundo.
19) Su mejor disco es Sexy World, el último. Lanzado en 1998, es un disco extraordinario, lleno de canciones que se merecerían sonar en la radio, sintetizadores viejos escondidos en cada recoveco, vocoders, baterías más precisas que nunca (a las que se agregan programaciones), ambiciones ligeramente espaciales y las melodías mas pegadizas que un hombre puede querer. Acá está “Deathclub”, himno inmortal con una guitarra similar a una sierra eléctrica. Acá está “Young Pop Things”, con su batería metronómica y su ambiente relajado de película sobre futuro utópico donde todo es blanco y la gente flota en el espacio. Acá está “801” con su increíble sensación de aceleración y jubilo, sus sintetizadores a lo rayo laser. Y aquí está la canción que les daría el único video de toda su carrera, “Shoot The Ridiculant”, una de esas cosas que son tan estupendas que uno no se puede imaginar mejor canción con la cual cerrar una carrera. Tiene dos versiones, una con guitarras y otra solo con sintetizadores, las dos son maravillosas, las dos están cantadas con puro vocoder y parecen una versión de bajo presupuesto de un grupo dance de mitad de los 90. McKeown habla de dispararle al “ridiculant” (¿el ridículo o el que ridiculiza? Nunca termine de decidirlo) y la banda continúa su camino por unas planicies soleadas en su transporte anti gravitacional hecho de partes de repuesto, que de vez en cuando se ve interrumpido por furiosas lluvias de guitarras.
El video, como la canción, es absolutamente de clase b, con la banda tocando sus tecladitos enfrente de un fondo completamente blanco, poniendo un disco con la enseña de los Ghostbusters o imitando a Kraftwerk.
20) Luego de este último grito de gloria, se pasaron un año y medio tocando las mismas canciones, en los mismos clubs de pequeñas audiencias en los que habían comenzado, mientras veían como las bandas que habían tocado junto con ellos o se mudaban a Londres y comenzaban a tener más éxito o dejaban de tocar. Además, su formación se volvió algo así como una puerta giratoria, con miembros entrando y saliendo tan seguido que solo podían tocar las canciones más básicas y que mejor funcionaban en vivo, ya que eran las únicas que tenían tiempo de enseñarles.
A finales del 99 decidieron ponerle fin a la banda, agotados por el esfuerzo de producir disco tras disco que volaban perpetuamente por debajo del radar, se agotaban y desaparecían de la faz de la tierra, y al mismo tiempo considerando que ya habían llevado al grupo lo más lejos posible y que el siguiente disco sería solo Sexy World II. En palabras de McKeown “No quería cambiar el estilo, pero ¿para que escribir “Sexy World II” si ya dije todo lo que quería decir?”.
Y así como así, en medio de la falta de energías, desapareció The Yummy Fur, not with a bang, but with a whimper, en firme concordancia con sus orígenes independientes, con su estampa perdedora y con su estigma de bajo presupuesto.
Por suerte, como decía alguien, siempre nos queda la música, y los Yummy Fur dejaron un conjunto de discos tan chispeantes como chupar pilas alcalinas. No pierda más tiempo y escúchelos, hombre, ¿que está esperando? ¿Qué hace ahí parado que no está bailando?
The Yummy Fur:
1996 – Night Club
1997 – Kinky Cinema
1998 – Male Shadow At Three O’Clock
1998 – Sexy World
(Todas las imagenes y citas fueron robadas de aquí, un excelente sitio de fans)
Tu propio Alan Moore en versión Paperdoll, para armar, colocar en la repisa y asustarse a la noche cuando te mira con sus ojos rojos y su bastón de serpiente.
(via)
Geriatric Teenagers.

“El problema presentado por el hecho de que Sonic Youth no sean “drogadictos hechos mierda” no es de ninguna manera único a ellos – es inherente a toda la mitología del rock, y explica el porqué la supervivencia de The Stones / Who, etc ha desacreditado fatalmente al rock como una mitología, permitiendo su conversión en mero entretenimiento. Ni siquiera hace falta apuntar que si hay un mainstream ahora, es el rock alternativo – no solo el manifiesto y horrorizante conservadurismo comedido del BritIndie, pero también y especialmente, la supuestamente música experimental al estilo de Sonic Youth, que ahora es experimental en términos de identificación de marca, no en términos de propiedades formales.»
Mark K-Punk, nuestro teórico musical/político de cabecera, escribió dos posts en los que EVISCERA a Sonic Youth, comparándolos con el prog rock, declarándolos otro síntoma (como Juno) de la fagocitación de lo que alguna vez fue alternativo y básicamente poniéndolos en evidencia como los yuppies artie que en realidad son.
De más esta decir que leerlos me puso feliz como un marrano, me divirtió y despertó en mi cabeza miles de ideas y conexiones. Pero son muy recomendables no solo para aquel que, ejem, no tiene una buena opinión de ellos, sino también para el admirador, porque Mark escribe tan bien y desglosa tan excelentemente los motivos de su desprecio por los New Yorkinos que al menos con alguna imágen sugerente, con algún desafío a tus creencias largamente guardadas vas a salir de leerlos.
“Si un grupo fuese desafiante y experimental, “extrañamente intensa enemistad” sería de esperar de algunos sectores. Pero el punto es que nadie, ni siquiera sus propios admiradores, realmente espera que Sonic Youth provoque ningún tipo de conmoción, solo genera una admiración blanda. Están de nuestro lado, son buenos tipos. Y, de hecho, es difícil generar algún tipo de respuesta emocional por ellos. La enemistad es un efecto de segundo orden a mi acción de primera orden, que es el aburrimiento (…) Esta re-normalización del aburrimiento, este re-establecimiento del consenso alrededor de “estándares aceptados” es lo que es tan pernicioso de Sonic Youth en estos momentos (…)
SY han desconectado el experimentalismo de la falta de adaptación social y existencial, de la misma manera en que el prog lo hizo. Pero mientras el punk aniquiló al prog después de solo media década de complacencia flatulenta, Sonic Youth todavía son alabados como héroes contraculturales a pesar de que han estado haciendo variaciones sobre el mismo disco por veinte años.”


