Lunes.
Nunca duermo bien en la víspera de viajar por la mañana. Me pone nervioso la situación de levantarme temprano para tomar un avión y es por eso que ahora lo evito todo lo posible. Siempre trato de viajar la noche anterior a una reunión y dormir en el destino en vez de madrugar, pero esta vez fue imposible. Había llegado el viernes de noche de Chicago a casa y no iba a sacrificar la noche del domingo para estar a las nueve fresco de nuevo en la oficina.
La vida del consultor está bastante bien retratada en la película Up in the air. Según el proyecto en el que uno esté asignado lo usual es viajar casi todas las semanas a la oficina del cliente, de lunes a jueves. Yo ahora no estoy en un proyecto así y vengo zafando bastante bien de ese ritmo cruel pero por otras razones llevo ya tres semanas de viajes sin pausa. Este texto es un raconto de un lunes normal en esta vida de viajes de trabajo en Estados Unidos. Not quite like George Clooney in the movie, but almost.
Por eso mismo no dormí bien. Estaba cansado y pude conciliar el sueño rápido pero a mitad de la noche me desperté y pasé la segunda en ese estado semionírico en que podés entrar y salir de los sueños a tu antojo. Lo irónico es que mientras preparaba la valija antes de irme a dormir le dije a Analía que a fuerza de viajar tan seguido ya no me ponía tan nervioso como antes. Iluso.
El despertador sonó a las 6:15AM como estaba previsto y me levanté rápido. Me dolía un poco la garganta y tenía bastantes mocos. Lo de la garganta no es grave pero los mocos antes de volar me dan mucho miedo. Yo tomo bastantes precauciones para que no se metan en lugares equivocados con los cambios de presión del vuelo pero a veces termino con una sinusitis instantánea al aterrizar que es muy dolorosa y te deja medio sordo por uno o dos días.
A las 6:37 ya estaba duchado, afeitado y con un café con leche en la panza. El teléfono vibró en el bolsillo de mi pantalón a esa hora mientras me lavaba los dientes indicando que el remise ya estaba en la puerta. Sería un Escalade negro, coche Número 1 de Legends Limousine.
En el barrio donde yo vivo es teóricamente posible salir a la calle y tomarse un taxi verde o amarillo, pero como viajar me pone nervioso prefiero pedir un remise que sale más o menos lo mismo. La empresa que uso tiene buenos autos y generalmente llega en punto aunque me han clavado alguna vez. Me encanta porque puedo pedirlo por internet y así ahorrarme dar instrucciones por teléfono. Cuando no viajo por trabajo pedimos a Arecibo que también es del barrio y si bien es más barata y te dicen cosas como «el carro ya va para ahí, primo» no les podés pedir coches la noche anterior.
Me despedí y bajé a las 6:45AM exactas. El conductor era un mulato (¿es políticamente correcto decir mulato?) y si bien sospecho que habla español nos tratamos en inglés durante el corto viaje a Laguardia. Me dijo que tuvo que mover el auto 3 veces para dejar pasar a alguien. Es que la calle de casa es de una mano y a pesar de ser bastante angosta se puede estacionar de ambos lados y como consecuencia los autos que paran a cargar o descargar pasajeros bloquean el paso.
Me preguntó, como es costumbre, qué aerolínea iba a usar y cuando le dije American me preguntó de cuál terminal salía mi vuelo, «porque American vuela de tres terminales distintas en Laguardia.» Claramente se estaba confundiendo con Delta porque American vuela solamente de la terminal central.
Laguardia es el aeropuerto chico de Nueva York y tiene una historia interesante que recomiendo investigar. Como está cerca de Manhattan es el favorito de los viajeros de negocios. Hay un montón de restricciones para los vuelos a LGA y por eso casi todos son regionales operados con aviones no más grandes que los Boeing 737 y Airbus 319. Es un hub de Delta y American aunque la primera tiene un disparate más de vuelos por día que la segunda. En muchos aeropuertos las aerolíneas grandes tienen su propia terminal.
El viaje fue muy rápido y tuvimos un mínimo de tránsito antes del puente de Williamsburg pero nada más. El remisero estacionó en el andén equivocado confirmando su poca familiaridad con el aeropuerto. Pagué con tarjeta usando el ipad de conductor; el email con el recibo data de las 7:18AM.
Al cruzar la calle un chico rubio de unos veinticinco años se avalanza sobre la cebra y casi lo atropella un taxi. Tiene pinta de ser un consultor en uno de sus primeros viajes de trabajo por su traje azul y equipaje de mano laboral. Como es costumbre cuando veo a alguien en viaje de negocios vestido de forma elegante me asaltan sentimientos encontrados de envidia y lástima. Es mucho más cómodo (y beneficioso para la longevidad de la ropa) viajar, como hoy lo hago yo, de jeans, camisa y blazer, pero uno se siente mucho más despierto si se toma un avión para ir a trabajar vistiendo un lindo traje azul.
Me acerco al control de seguridad y le muestro el teléfono a la señora que asigna gente a las colas quien me hace pasar a la fila de TSA Pre que está vacía. Le extiendo la libreta de conducir al agente y pongo el teléfono sobre el scanner para que lo lea. El agente, que está de muy buen humor, me pregunta a dónde voy, me desea feliz cumpleaños atrasado y me recomienda que no trabaje demasiado y disfrute la de la vida. Claramente me nota mal dormido.
El programa TSA Pre es un control de seguridad simplificado para gente que la TSA (Transport Security Administration) haya validado de antemano. La diferencia es que no hay que sacarse los zapatos ni poner los líquidos y la computadora fuera de la valija. Como es un programa por invitación o pago (unos $100) también asegura colas más cortas. Estuvo en piloto por al menos 3 años y ahora lo abrieron a cualquiera por lo que los aeropuertos se lo toman más en serio que antes. La diferencia objetiva es de un ahorro de 5 a 10 minutos pero subjetivamente es una mejora inmensa de la experiencia del aeropuerto. Para alguien que viaja casi todas las semanas en avión es realmente una maravilla.
Paso el control en menos de un minuto y subo al Admirals Club. Dejo las cosas sobre el mostrador donde están las computadoras y me busco un nescafé de máquina, un muffin berreta del que terminaré comiendo solamente un mordisco y un mini bagel que tuesto y unto con queso crema. Vuelto al mostrador, abro la computadora, la conecto al hotspot celular wifi que me dieron en el trabajo (a pesar de que el Admirals Club tenga internet gratis), la enchufo para cargarla y miro el email y la agenda de reuniones del día. Ahí me salta Ezequiel por google chat. Son las 7:48AM.
Ezequiel me cuenta que se levantó muy temprano y que está trabajando como demente. Le cuento que estoy en LGA y me reta por tenerlo que googlear. Le digo que estoy quinto en la lista para el upgrade y que eso hace que sea casi imposible que me toque. Cuando le explico cómo funciona se me ocurre que este día relativamente común para mí puede ser interesante para los lectores de EBM y decido documentarlo. Cuando le cuento eso me habla del middling y leo lo que acaba de escribir sobre el ipad en el blog.
El Admirals Club es la sala VIP de American Airlines. Se accede pagando una membresía de entre 400 y 500 dólares por año según el status de volador frecuente de la aerolínea o poseyendo una tarjeta de crédito cuyo costo anual es de $450. Comparado con los de otras aerolíneas es bastante malo, pero es mucho más tranquilo que el área general del aeropuerto, está lleno de enchufes, tiene internet, siempre hay algo liviano para comer y un bar con una selección bebidas gratis que incluyen alcohol barato y otras bebidas mejores que hay que pagar. Una de las ventajas más grandes, sin embargo, es que tienen un mostrador de la aerolínea para cambiar vuelos en caso de retrasos en vez de tener que hacerlo por teléfono; hablar con una persona cara a cara es un lujo incalculable hoy en día. Como yo viajo seguido gasto esta plata con gusto pero es algo muy personal.
Son las 8:02AM y me distraigo con el ruido de la computadora que tengo a mi izquierda. Le saco una foto para ponerla acá y le digo a Ezequiel que me voy a embarcar porque como tengo salida de emergencia necesito ser de los primeros en subirme al avión. Hace mucho que no viajo en una salida de emergencia y por eso me paranoiqueo con subir primero para tener lugar donde poner el equipaje que llevo. Equivocadamente pensé que no se puede dejar el bolso pequeño debajo del asiento delantero y no quiero que me quede lejos (restricción que en realidad es solamente para la primera fila de cada clase). También me confundo con cuál de las filas de emergencia del 737 se reclinan (es la 15 y yo tengo la 14) por lo que al llegar al asiento unos minutos después me sentiré un poco tonto.
Llego a la puerta a las 8:15AM. El vuelo está programado para salir a las 8:45AM y si bien todo parece estar en orden me extraña que no haya empezado el embarque, algo que normalmente pasa 30 minutos antes de la salida. Me acerco a la ventana y me asusto porque el avión no está en la manga. La tripulación está revoloteando el mostrador pero no hay avión. Por experiencia la mayoría de los retrasos se deben a que el avión llegue tarde y ese parece ser el caso. Luego recuerdo que desde el Admirals Club vi varios aviones parados en el apron e imagino que uno de esos pueda ser el nuestro en su primer vuelo del día. A las 8:21AM veo que efectivamente el 737 está siendo remolcado a la manga. Respiro aliviado y me arrimo a la puerta para embarcar.
Soy de los primeros en subir después de la los de la primera clase, que va llena. Paso todos los asientos economy plus, se me engancha como siempre la correa del bolso en uno de los posabrazos de las butacas. Llego a la fila 14 y pongo mi equipaje en el compartimiento superior, incluyendo mi blazer y el bolso de la computadora, no sin antes tomar el kindle, los auriculares y la copia de la New Yorker. Me siento en el pasillo y en seguida dejo pasar al señor que se sentará en la ventanilla, un cincuentón de traje no muy elegante. Él cuelga el saco de la traba de la mesa del asiento delantero (que no está porque como es una fila de emergencia nuestras mesas se guardan en el posabrazos), algo que usaré de ejemplo durante mi regreso a NYC el siguiente jueves.
Cuando me siento verifico el estado de la lista de upgrades en el teléfono. Estoy ahora sexto pero los primeros cinco consiguieron el premio. Mierda, al final no estaba tan lejos como pensaba. Abro un block de notas para documentar el vuelo. Son las 8:38AM.
Cada aerolínea maneja los upgrades de forma diferente. Para los vuelos locales American tiene un sistema en el que a cada diez mil millas voladas te dan cuatro de unos puntos especiales, que en algún momento llamaban stickers, que valen por 500 millas de upgrade. Uno puede entonces pedir ser puesto en la lista de upgrade que está ordenada por un algoritmo secreto que toma en cuenta el estatus (hay oro, que se alcanza volando 25k millas en un año calendario; platino, que es el que tengo y necesita 50k y platino ejecutivo, 100k), las millas que tengas en ese momento y el orden de llegada. Si te toca el upgrade te descuentan tantos stickers como millas tenga el vuelo. Este LGA-ORD me costaría dos puntos. La primera clase en un vuelo corto como este no es la gran cosa. Te dan un desayuno medio choto y no es que se pueda dormir mucho porque los asientos se reclinan solo un poco más que los normales aunque son más cómodos. Te atienden sí mucho mejor, te cuelgan el blazer en una percha y te dan todo el alcohol que quieras tomar por lo que se disfruta mucho más cuando no se está yendo a la oficina a trabajar.
A las 8:49AM se completa el embarque y cierran la puerta por lo que pongo el teléfono en modo avión. Justo antes de eso el sobrecargo avisa que ese es el último momento para bajarse del avión si alguien así lo deseara, una advertencia que no había escuchado en ningún otro vuelo. El misterio se devela un minuto después cuando el capitán avisa a las 8:50AM que ese día están poniendo en práctica el nuevo procedimiento de embarque derivado de la unión de American con US Airways. Me gusta y entristece un poco haber notado la diferencia en la rutina. Parece que tenemos dos aviones maniobrando detrás de nosotros y que en breve saldremos de la manga. Me pongo a leer la New Yorker.
A las 8:57AM salimos de la manga, el capitán dice que luego del despegue el vuelo debería durar 1:51. A las 9:09AM despegamos y noto que el recorrido no es el usual, estamos cortando por encima de la punta norte de Manhattan en vez de cruzar el Hudson por el Bronx, aunque no puedo jurarlo al estar sentado en el pasillo (lo confirmé al escribir esto en el sitio de flightaware).
A las 9:22AM terminamos el primer ascenso y por suerte los mocos no se metieron en lugares equivocados como temía. Tengo sueño, el despegue siempre me da sueño aunque no haya madrugado. Imagino que será algo relacionado con la aceleración pero siempre me da fiaca investigarlo. Esta vez, sin embargo, no me duermo.
9:35AM. Pasan con el carro de las bebidas. Pido agua sin hielo y me pongo a escuchar El Entusiasmo de Lucas Meyer, que es perfecto para relajarse en un vuelo como este, y me duermo.
A las 10:39AM me despierto con los preparativos para el descenso. Dormí casi una hora pero no se siente así. De no estar documentando el tiempo no me habría enterado de la siesta y solamente me habría parecido un vuelo corto. Me pongo a leer el libro de DFW que tengo en el Kindle porque no hay nada más en la New Yorker que me interese.
A las 11:00AM aterrizamos en O’Hare y cambio la hora a Central. Son las 10:00AM acá. Increíblemente el taxiing hasta la puerta dura solamente 8 minutos. Es que ORD es tan pero tan grande que he estado hasta media hora para llegar a la puerta desde la punta de la pista. Una locura de aeropuerto.
Salgo del avión y titubeo si comprar algo para desayunar. Tengo hambre pero falta mucho para el almuerzo. Al final no veo nada apetitoso en la terminal y me decido por esperar. Voy al baño y me encamino a la salida chequeando el tránsito en google maps. Como no hay embotellamiento tomaré un taxi hasta la oficina que es en el Loop, si no habría tomado el subte hasta el centro y un taxi desde ahí a la oficina.
A las 10:23AM estoy en la cola del taxi y cinco minutos después me subo al mío. El auto está mugriento y rotoso, huele bastante mal. El taxista no habla casi inglés y me pide la dirección porque no conoce el edificio de mi oficina que es bastante famoso y está frente al Millenium Park; es como decirte la Plaza Independencia en Montevideo.
El día está precioso: aire seco, 12 grados y mucho sol. Salimos del aeropuerto y nos trancamos en seguida en el tránsito. Leo el mail y un compañero que llegó de Boston un rato antes que yo dice que la autopista se libera en seguida y en efecto así pasa. Durante el trayecto participo por teléfono de una conferencia del equipo planificando las actividades para la semana. El cliente de este proyecto nos visitará el jueves en Chicago y tenemos muchas cosas que hacer para preparar la reunión.
Llego a la oficina a las 11:03AM, le pago al tachero con tarjeta y entro al edificio que es todo de vidrio y acero inoxidable y me hace sentir en el futuro. Como vengo seguido a Chicago tengo identificación para entrar como un empleado más así que no hay trámite de acceso. La hora es de poco movimiento de empleados así que el ascensor está vacío. Creo que es la primera vez que hago el trayecto hasta el piso 40 de un tirón y es muy, muy corto. Se me tapan los oídos dos veces al subir y me doy cuenta de que tampoco tuve problemas con los mocos en el aterrizaje; me pongo contento.
Tengo una reunión con el equipo hasta la 1:00PM, en donde escucho la frase «she said she’d take her mom’s plane to come to Chicago» hablando del cliente. Nos reímos incómodamente y decimos que eso explica cosas sobre el proyecto. Bajamos a comprar comida a la cantina del piso tercero y volvemos a comerla al comedor de la oficina, que es hermoso, tiene una vista increíble al lago, bebidas gratis y otras facilidades. Good times. Yo pedí pollo con zanahorias asadas con comino y un brócoli que no como por la cantidad de sal insana que tiene.
La oficina de la empresa donde trabajo está en el edificio de Blue Cross Blue Shield. Tiene la particularidad de haber sido construido en dos fases. Los primeros 33 pisos se terminaron y ocuparon en 1997 y luego, en 2007, se le agregaron 24 más. Casi toda la gente que trabaja ahí es de BCBS pero hay otros inquilinos como nosotros. La oficina nuestra es creo más linda que la de Boston y Nueva York, que son las otras dos sedes de la empresa. Yo trabajo en la de Manhattan. Tiene dos comedores operados por una empresa gigante especializada en cantinas que ya conocía de otras oficinas en Estados Unidos, pero la comida está en general mu bien. Almorzar sale entre 6 y 12 dólares. Los ascensores del edificio son todos de vidrio que aparentemente tuvieron que esmerilar porque la gente se mareaba al usarlos. A mi me recuerdan al ascensor del Enterprise de Start Trek.
La tarde de trabajo se pasa relativamente rápido a pesar del sueño que me asalta a cada rato y que intento mitigar con el café espantoso de la cocina. Aclaro que es solamente espantoso para mis estándares über snob. Tenemos dos máquinas Keurig que son muy populares en Estados Unidos y tiran un café que al menos es fresco. Imagino que las cápsulas no deben ser muy baratas. Antes de salir del trabajo para el hotel arreglamos con el Project Manager para ir a cenar con el equipo. Proponen ir a otro restaurante de pizza al tacho al estilo de Chicago pero mi propuesta (casi imposición) de ir a un restaurante de verdad termina por prevalecer. Quedamos a las 7:00PM en Salero, un lugar de cocina española que encontré en Eater.
Esta vez me quedé en un Sheraton que hay cerca de la oficina así que a las 6:00PM salgo caminando despacito disfrutando la última luz de la tarde. El check-in es rápido pero la chica fuerza su simpatía demasiado y termina sonando falsa. Había reservado una habitación normal con la esperanza de que me pasen a una mejor por tener status platino en la cadena Starwood y así pasa. Me dan una más grande con vista al lago en el piso 33 pero con un ruido a helicóptero constante causado por el sistema de ventilación, algo que me molestará durante el resto de la semana. Subo y desarmo el equipaje. Yo siempre desarmo el equipaje si me quedo más de una noche. Me siento más en casa así aunque dé más trabajo y aumente el riesgo de dejar cosas olvidadas.
Las cadenas de hoteles tienen programas de fidelización similares a los de las aerolíneas. En vez de juntar millas uno junta puntos en proporción a las plata gastada en las estadías que puede cambiar por noches gratis. De todas formas lo más atractivo de estos programas, incluyendo los de volador frecuente, no son los premios si no las ventajas del status. En una aerolinea tener status implica upgrades, embarque prioritario (que te asegura tener espacio en el avión para el equipaje de mano), atención rápida al llamar por teléfono, acceso gratis a los asientos economy plus (que se reclinan más y tienen más espacio), filas especiales en los controles de seguridad de los aeropuertos y acumular millas más rápido. En los hoteles las ventajas no son menores tampoco. Cosas como upgrades a habitaciones mejores, check-out fuera de hora, acceso a lounges con comida y bebida, e internet gratis. Son cosas que pueden parecer pavadas pero para los que viajamos varias semanas al mes estas pequeñas simplificaciones nos hacen la vida más llevadera. Y eso no es casualidad porque todos los programas están diseñados para los que viajan por trabajo quienes significamos el grueso de la facturación de las empresas.
Había quedado con un compañero a las siete menos veinte en el lobby de su hotel así que tampoco tengo mucho tiempo para boludear en mi habitación. La caminata es corta y la ciudad ya está iluminada. Chicago me está empezando a gustar mucho a fuerza de venir seguido. Llego 6:36:PM pero este chico no está listo aún. Lo espero sentado en el espacio lujoso. De cadena de hoteles lujosos, quiero decir. A las 6:38PM una chica me pregunta si soy Thomas. Es que hay mucha gente encontrándose para cenar a esa hora en ese lugar.
Las cadenas de hoteles tienen varias marcas y cada una apunta a tipos de viajeros distintos. Starwood tiene el Sheraton como hotel de negocio medio pelo y a pesar de que la mayoría están bastante venidos a menos son mis favoritos en términos del balance entre pretensiones y servicios. Hay otros más chuchis en la cadena como el W o los Westin y más berretas como el FourPoints pero ninguno termina de convencerme. Salvo algunas excepciones todos estos hoteles son cualquier cosa menos lujosos a pesar de sus pretensiones de dorado y mármol (Sheraton o Westin) o luz negra y música fuerte en el bar (W). El lujo de verdad no está al alcance de los que viajan por trabajo porque nadie nos va a aprobar una reporte de gastos con una tarifa de más de mil dólares por noche. Esta semana el Sheraton me costó 226 más impuestos por noche, que no es barato pero sí razonable. El chico con el que me encontré recién empezó a viajar y todavía no tiene «su» cadena por lo que usa, como en este caso, aplicaciones para conseguir hoteles a último minuto, y se ha quedado en algunos muy buenos por menos plata que yo. Veré de intentarlo en el futuro.
Al final nos terminamos encontrando con un tercer compañero y nos tomamos un taxi. Foursquare dice que llegamos al restaurant 7:05PM. La comida estuvo bien. Como es usual las entradas estaban mucho mejores que los principales. Creo que comí pato pero lo más rico fue el pulpo que pedimos de copetín. A eso de las 9, y ya medio muerto de sueño, salimos del restaurante, nos despedimos de los locales y volvimos caminando a nuestros hoteles. Justo antes de llegar nos metimos en el bar del Radisson que está pegado a la oficina a tomar un gin and tonic (yo) y un par de coca y rye (él) y charlar del trabajo. Eran las 9:28PM cuando nos sentamos en la barra del local casi desierto.
En esta zona de Chicago hay casi exclusivamente edificios de oficinas y hoteles. Es ridícula la cantidad de hoteles que hay y lo llenos que están siempre.
A las 11:00PM volví al hotel y hablé por Skype con Analía. Para ella (,y para mí!) era ya la medianoche, así que fue una charla cortita. A las 11:12 anoté en mi block de notas del teléfono que me iba a dormir. Apagué la luz y me desmayé del sueño.
Pingback: el Abra » Blog Archive » Lunes en otra parte
En un momento me imaginé que el texto iba dar un vuelco y terminar en plan American Psycho. O como mínimo en algo onda William Gibson. No pasó.
¿O eso viene en un post posterior?
Un final American Psycho sería mucho, mucho más probable en el relato de un regreso a casa luego de visitar a un cliente. La vida de cubículo, comida de hotel y luz artificial de neon por varios días me dejan de un estado de ánimo próximo al manoteo de la motosierra.
Bien escribido Jav! Es una comodidad incomoda viajar en business, porque como que tenes que estar todo el tiempo en actitud de negocio no? con la camiseta de tu empresa. Yo cuando viajo a Uruguay por ejemplo me doy cuenta que estoy muy contenta porque por fin puedo meterme a hablar con extraños y otras ridiculeces.