Pavement, Putos.

Amadeo:

No sé en qué momento comencé a escuchar Pavement. Tengo recuerdos confusos: la llegada de ese número especial y final de Revolver a mis manos sin tener ninguna idea de que era Pavement y porque valía la pena, todo un lenguaje esotérico que hablaba de una banda que estaba lejísimos de mi universo de referencias; mi padre bajando todos los temas que encontraba en Audiogalaxy y grabándolos en orden alfabético y en algún momento esos cdrs llegando a mis manos; ellos en vivo en Space Ghost Coast To Coast tocando el Space Ghost Jam que es una de sus perlas desconocidas; un amigo alto e inflexiblemente moderno diciéndome «chango, escucha Pavement».

Lo que sí sé es que a lo largo de los años, de una manera mucho menos contundente que Guided By Voices (aquella banda que es su perfecto complemento, de la cual me bajé toda su discografía de una manera obsesiva) aquellas canciones entre insoportablemente pajeras, incompletas, chapuceras y hermosamente pegajosas, comenzaron a alojarse lentamente en mi memoria y mi panorama emocional. Tenían una verdad, esa sensación tan identificatoria de «sabemos que somos más inteligentes pero eso a esta altura de la historia no importa, no nos brinda ningún beneficio, así que bueh, hace demasiado calor para pensar y hacer algo correctamente».

En enero nos encontramos con Ezequiel después de mucho tiempo y una de las cosas de las que hablamos fue de Pavement y llegamos a la conclusión de que su espíritu fundamental era su estilo «Che, grabemos un tema country. / Paaah, que paja, lo hagamos así nomás». E igual les salía genial.

Su inescapable aura perdedora auto infligida. Algo que parece pegárseles como el destino. Dario me contaba que en Coachella todo estaba vacío mientras tocaban. Y todo lo que rodeó a sus shows en Buenos Aires estuvo teñido de ese espíritu. El hecho de que los hayan degradado del Luna Park (¿quién puede creer que Pavement podría llenar, alguna vez, un Luna Park, ese lugar gigante, donde se boxeaba?) a la Trastienda; el hecho de que nunca sentimos que las entradas se iban a agotar (y de hecho no lo hicieron). Los patovas decían que, incluso el domingo, la Trastienda no estaba ni de cerca llena.

Cuando llegamos la pista que para Yo La Tengo no daba más, tenía amplios espacios que permitían llegar muy cerca del escenario. Y ahí nos metimos, desaforadamente felices. Cuando comenzaron con «Silence Kid» no había manera de no saltar y comenzar a gritar hasta arruinar la voz. Todo era espiritualmente correcto: Bob Nastanovich gritando en Unfair, hedonista, tocando percusiones chiquitas, Spiral Stairs pelado y con boina, gordo, demostrando que algunas de las canciones más cristalinas, románticas, le pertenecían por temperamento y actitud, Mark Ibold sonriendo y con actitud de no me importa nada… Tocaron temas de todas sus épocas, tocaron Frontwards esa composición definitiva enterrada en un lado b. Tocaron Father To A Sister Of Thought, canción que cuando descubrí en «Wowee Zowee» no podía creer que sea real, tanta melancolía, tanta emoción, ese homúnculo country superior y desgarbado. Fue un show en donde terminamos con «la remera empapada y las zapatillas sucias«, donde la línea de guitarra de Grounded nos salvó, como nos viene salvando hace años. No parecía una banda a la que le importaba su supuesta estatura mítica, o tocar como profesionales cuarentones que deberían ser.

Algunos dijeron que Malkmus no tenía conexión con el resto de la banda, que estaba amargo, quería que todo termine. Pero eso incluso sumó al ánima Pavement. O sea: ¿qué mejor para una banda perdedora e intencionadamente smart ass y mala onda que haya tensión entre sus miembros? Quizás nosotros somos demasiado fans, justificamos todo, pero ¿no es maravilloso que el alma de la banda, su filosofía estética lo permita? Acaso eso sea el trasfondo que hace que la amemos tanto, que haya significado tanto en nuestras vidas. Pavement es una banda mucho más profunda, mucho más triste, mucho más vanguardista y personal de lo que nunca creímos, y detrás de su ironía que nadie supo prolongar, se ocultaba la más pura sinceridad producto de la experiencia.

Ezequiel:

Me costó bastante entrarle a Pavement de chico. Eso causó que haya visto un show bastante confuso, y raro, allá por el 2002, cuando Malkmus vino a presentar su primer disco solista. El show fue bueno, correcto, adecuado nomás. Esteban – como lo estuvimos llamando cariñosamente todo el domingo y lunes – estaba contento y parecía un niño grande, un payaso que hacía chistes, le metía onda, se frustraba, sonreía todo el tiempo, jugaba al beisbol con su guitarra y los palos que le tiraba el baterista. En ese show toco Here e In The Mouth a Desert, que apenas conocía. Luego de profundizar más en la banda, me lamenté bastante de no poder escuchar esos temas, bien concentrado, conociendo cada línea de la letra, y cada arreglo.

La cuenta de twitter Discographies hizo unos comentarios muy acertados refiriéndose a Pavement. Decía que, por ejemplo, el primer disco era la idea de «una banda». El segundo, la idea de «canciones». El tercero, la idea de «un álbum». Y creo que es bastante así, que toda la banda tiene ese concepto detrás, borroso, de romper un poco las reglas, de intentar hacer algo pero hacerlo de forma tan fracturada, torpe, extraña y encantadora que crean algo nuevo, con personalidad. Por eso me animaría a decir que el show que vimos el domingo también se podría considerar la idea de un «show de rock».

Uno en su vida termina viendo un montón de show chakales, guerrilleros, y desprolijos, pero hubo pocos shows más encantadoramente desastrosos como el que presentaron los muchachitos de Stockton en La Trastienda. Aunque por un lado se veían aceitados y tocaban un tema atrás del otro, los temas se desarmaban, se caían a pedazos, se enchastraban, se borroneaban. Estamos todos de acuerdo con que la setlist fue soberbia, tocando una catarata de hits, y un montón de lados b, o esos temas geniales que muchísimos aman pero que son ninguneados un poco por ser pequeños (Zurich Is Stained).

Sí, Malkmus tenía toda la pinta de que prefería estar leyendo un libro en su sillón mientras su esposa le hacía un buen churrasco, antes que estar tocando sudoroso a miles de kilómetros de su casa. Pero me pareció bien que no la careteaba, como dijo Amadeo, que la banda no funcionara, que nos diéramos cuenta de que lo que veíamos era una reunión, no a Pavement en el 99. En ese momento del show, me parecía que era un excelente ejemplo de lo que era el zeitgeist actual de las bandas, reuniones, y el indie en general, todo se podía resumir en esa mala onda, en ese enojo, en esa energía, en esas melodías pop totalmente geniales tocadas tan toscamente.

Hubo dos momentos que me acuerdo muy bien. Uno, esa versión totalmente inesperada y perturbadora de She Believes (del “Westings By Musket And Sextant”), con su ritmo marcial y siniestro. En ese momento todo el público enloquecido quedó paralizado e incómodo. Era lo más lejos que podían tocar de un hit, y lo primero que pensé cuando terminó el tema fue «El show de Pavement en realidad se trata de ESTO».

El segundo fue el final con Fin, ese tema que siempre me gustó con cierta culpa, debido a que en una entrevista Malkmus había comentado que era un tema que no le gustaba mucho. Pero me pareció perfecto para cerrar el show, esa canción que es algo así como una balada de rock, con ese pseudo-solo de guitarra áspero, atonal, juguetón y triste. Sí, ese final fue totalmente perfecto.

Dario:

La palabra clave para describir el show de Pavement que vi es «vitalidad». Cuando mis amigos (entre ellos algunos compañeros de blog) me cuestionaban cómo podía hablar tan mal de las reuniones de bandas y estar tan emocionado por ver a Pavement más de 10 años después de que se separaran trataba de explicar con mayor o menor dificultad que lo que diferenciaba a esta reunión de otras era algo así de intangible, la vitalidad. Eso era lo que trataba de explicar y lo que el show demostró, a los que estuvieron ahí no tengo que explicarles nada más.

Al contrario que la mayoría de las bandas reunidas, con Pavement vimos una banda de verdad dando un show de verdad, vivo, en proceso, con tensiones y con intensidades, en lugar de ver un museo ambulante de canciones viejas, una reserva natural del indie. Pavement tocó con energía, posiblemente con un poco de mala onda también, en un show que había sido programado en un lugar para 10.000 personas y reubicado a un lugar para 700 (programado junto a un show de nada menos que Smashing Pumpkins quienes no tuvieron que cambiar de lugar y Billy Corgan pudo hacer el imbécil adelante de varios miles de personas) y que aparentemente era el final definitivo de la banda, tocaron temas que nadie esperaba escuchar y no tocaron temas que estábamos seguros que iban a tocar, sonó un poco desprolijo, Malkmus tocó la guitarra tan mal como la tocó siempre, Nastanovich tocaba la pandereta a destiempo y gritaba como un energúmeno desde el borde del escenario. Yo salí con el cuerpo arruinado, las zapatillas sucias, la remera hecha mierda y un golpe en el ojo que todavía tengo.

Pavement fue una celebración de la vitalidad y en contra de la museificación. A los que les pareció mal son los que prefieren el museo y deberíamos aconsejarles que dejen de ir a shows en vivo y se queden en su casa viéndolos en BluRay con audio 5.1 en el living de su casa en el que se escucha bien de todos lados y los músicos no pierden la buena onda ni le fallan a nuestras expectativas. Cuando escribimos un post similar a este sobre Jonathan Richman dije que ese show nos señalaba un camino mejor a seguir y en algún sentido este show también se sintió un poco así, transformador, revelador. Una de las bandas culpables del indie se había juntado para mostrar cómo se hacen las cosas y demostrar que nadie ahora lo puede hacer mejor que ellos. Una última victoria de underdog. Vinieron a clausurar el indie, ya está, acá no hay nada para ver, circulen, una última vez y ya está, nada de girar para siempre robándose la plata de la nostalgia sin un solo tema nuevo. Pavement dijo todo lo que tenían que decir. Y no lo escuchó nadie.

Esteban:

Antes de la música, Pavement fue una fotografía. Recuerdo estar sentado en la computadora de mis abuelos, en algún verano perdido de mi adolescencia, antes de la masificación del P2P, leyendo en AllMusic biografías de bandas que no tenía posibilidades reales de escuchar, bandas que, ahora me doy cuenta, todavía son mi canon personal, aunque no haya sido hasta mucho después que me enteré realmente como sonaban.

Es una fotografía en blanco y negro, enfocada muy cerca de sus rostros. Todos salen muy jóvenes y muy gringos, pelos cortos y felices, excepto por el flaco de cara larga, quien está evidentemente en drogas y mira a la cámara ensimismado. Para alguien cuya imagen de un grupo de rock era casi sinónimo de extravagancia, Pavement se veía normal. Reconfortantemente normal.

Cuando por fin tuve acceso a internet, uno de los primeros grupos que empecé a escuchar, canción por canción, fue Pavement. Es por eso que muchas de mis canciones favoritas (Folk Jam, Zürich Is Stained) no son las más populares dentro de un catálogo hecho precisamente de hits poco probables.

Fue recién durante mi viaje de intercambio en que me enamoré del grupo. Con mi reproductor de MP3 fijo en tres o cuatro discos que no cambié durante seis meses («Lesser Matters» de Radio Dept., «El mundo según» de Sr. Chinarro, «WOWS» de Los Zapping), fueron las letras oblicuas del Crooked Rain Crooked Rain las que más me acompañaron las mañanas frías de invierno en los tranvías. Porque las letras de Pavement son sarcásticas e intelectuales pero, al igual que el payaso del salón que hace reír a todos para no sentirse tan solo, están llenas de una tristeza y un romanticismo que las hace tan queribles.

El concierto fue, de acuerdo a lo esperado, buenísimo. A las pocas canciones de haber comenzado desistí de poguear, casi como homenaje a los amigos que no vinieron, y me paré en medio de un japonés gigante que me atacaba con su melena, un imbécil que se pasó todo el concierto abanicándose con un papel, Lucas, que me golpeaba la espalda cada vez (y era toda vez) que sonaba alguna canción que amamos, y un montón de veinteañeros zarrapastrosos y felices, a escuchar y saltar y sonreír y cantar.

Viendo a Pavement en vivo (y ya se ha dicho acá todo sobre la energía y la actitud que tiene la banda) pensaba en cómo es que, más que como el espíritu de su época, se les puede ver como el contrapunto de la misma. Canciones que resuenan a algo que está por ahí en el momento en que han sido compuestas (Box Elder al twee y al indie-ochentero, Perfume-V al pesimismo alternativo, el hit noventero que debió ser Stereo, los interludios de hard-rock de Rattled By The Rush) pero que tienen algo, adrede la mayoría de las veces, pero también involuntario, que hace que se disparen a los pies y se conviertan en esas pequeñas joyas imperfectas de las que nos enamoramos.

Cuando terminó, temblando de alegría, nos sentamos a ver pasar a la gente, sin comprender como alguien podría quedarse a ver algo más después de esto, sin comprender como es que la gente no entendía que no había nada más que escuchar, que debíamos todos dedicarnos a otras cosas, a la arquitectura o al budismo zen. Total, ya no tenemos ningún apuro.


Néstor.

En el 2002 yo tenía 17 años y cursaba mi último año de secundaria. Con uno de mis compañeros, un tipo alto que jugaba al básquet, con un padre abogado con libros de política y de la dictadura en su casa, hablábamos de política aunque no sabíamos aún que hablábamos de política. En ese año a caballo, un tanto desdibujado, me decía: “A mí me gusta Kirchner, lo veo como un político polenta, pero para el 2007”. Quién sabe quién elucubrábamos como el candidato con más chances para el año siguiente. A veces me acuerdo de López Murphy. Todo se precipitó y en el 2003, la primera vez que voté, con 18 años flamantes, voté a Néstor Kirchner sin saber muy bien por qué. Me acuerdo de Menem saliendo por el televisor del bar de la facultad diciendo que nunca había perdido una elección y que se retiraba triunfante.

Hoy y ayer fui a la Plaza de Mayo, conmocionado, triste. Había chicas con marcos de anteojos blancos. Viejos con sacos gastados y bigotes gigantes comiendo hamburguesas. Una mujer cambiando los pañales de su hijo sobre un banco. Un morocho todo vestido de azul con pantalones cortos frente de los móviles de la televisión. Una joven vestida de hippie a metros nuestro que saltaba y lloraba y cantaba al mismo tiempo. Mucha, mucha, gente en silla de ruedas, en muletas. Sindicalistas gordos que aplaudían y mostraban los dientes. Una cola de gente increíble, que seguimos durante cuadras, donde las caras mareaban y confundían. Donde se mezclaban trajes, chombas, musculosas, zapatillas y zapatos. Lo que casi todos tenían en común eran sus ojos húmedos, una catarata donde no había vergüenza en sacarse los anteojos y limpiarse con la manga de la remera.

Me encontré el miércoles con mi amigo Fabrizio, al que conocí en mi primer año de Historia, lloraba y decía “Esto es lo lindo, ¿no?”. Con él nos juntábamos en el 2003 y 2004 a fumar porro y hablar de ese gobierno que comenzaba y del que veíamos muchas cosas a ritmo de vertigo. Él no tenía trabajo, yo tampoco, para él el menemismo era algo presente, para mí era un recuerdo difuso, yo no me había dado cuenta de que el país se caía a pedazos hasta el final. Venía de una familia donde la Marcha Peronista sonaba desde chico y yo de una familia donde mi padre se definía peronista pero se sentía en la obligación de defender a Menem, a veces, con dudas, como si siempre se esperase que volviese a ser lo que alguna vez prometió.

En el medio no sé que nos pasó. Bah, puedo saber que me pasó, que creo que es lo que les pasó a varios: nos recibimos, trabajamos precarizadamente, vimos luchas que se perdieron y momentos en los que todo estaba mal y también vimos triunfos fulgurantes, nos pusimos de novios y nos peleamos y aprendimos sobre el compromiso y también sobre ser un poco hijo de puta, escribimos mucho, discutimos con amigos, de pronto comenzamos a ver como nacía algo en nosotros que ni nosotros sabíamos que estaba. Ese mismo agujero que intentábamos cubrir escuchando discos, leyendo comics y novelas, viendo películas producidas por jóvenes llorones de Nueva York.

Para algunos lo importante fue la conmoción inicial de ese presidente que se tiraba al público y se rompía la crisma, que agarraba el bastón al revés. Comenzábamos a leer blogs, aquellos primeros blogs rioplatenses del 2003 y lo veíamos comentado por tipos que oscilaban entre la incredulidad y el cinismo. Otros tantos quedaron indeleblemente shockeados por la obra de gobierno inicial de Néstor, por esos meses y años brillantes donde todos los días parecía haber una nueva decisión. Para otros lo importante vino después, circa 2008 cuándo de golpe todos te puteaban si decías que eras peronista (y mucho menos kirchnerista) cuándo te miraban con cara de suficiencia y cuando todo parecía perdido. Para otros fue la apuesta posterior, el redoble de tambores que de golpe dio vuelta la tortilla. Quizás para unos cuantos muchos fue El Bicentenario.

No importa. Lo que importa es que en el medio este tipo estrábico y su esposa nos metieron un cable de alta tensión en el culo y nos hicieron saltar.

Mariano Canal escribe que “se cierra un ciclo iniciado en 2001: el arco sentimental y político de mi (nuestra) entrada a la adultez”.

Ezequiel, un amigo de Tucumán que en estos años perdió a su madre y tuvo que comprar una casa y aprender a vivir completamente solo, quién fue uno de mis primeros interlocutores a la hora de discutir sobre Néstor y Cristina, me manda un mensaje: “Intente tocar ese cajón, compañero”.

Dario, uno de aquellos con quienes en estos años comencé una de las empresas colectivas más lindas en las que participé, que jamás fue nada que se le pueda achacar K me escribe: “Me emocioné en la plaza, gran consigna Néstor con Perón el pueblo con Cristina”.

Mi novia, a quién la escuche defenestrar la asignación universal por hijo, lloró como nunca todo el miércoles, todo el jueves, no entendía que le pasaba, no podía estar en la plaza más de dos horas porque todo la abrumaba. Se enojaba, me puteaba por cosas que no tenían razón y sin saber por qué.

Yo no había dormido todavía cuándo me llamó mi primo Facundo, un tipo con el que discutí mil veces, un liberal clásico que detesta aquello difuso que se llama peronismo, el primero que me habló, notablemente conmocionado y me dijo “Viejo, sorry que te despierte pero creo que tenés que estar despierto ahora. Se murió Kirchner”. Y yo no lo podía creer.

Y creo que todo se resume en esas palabras de Diego Vecino, que fueron dos twits que casi pasaron desapercibidos y que cada vez que leo me conmueven y me llenan de lágrimas: “Néstor le enseñó muchas cosas a mi generación, compañeros. Casi casi que nos salvó. Hace diez años yo no me hubiese imaginado a mi generación llorando a sus líderes o llorando por nada.”

Es eso, compañeros. De la nada surgió alguien que, de golpe, nos hizo creer que se podía triunfar en algunas cosas, con todos sus defectos, con todas sus limitaciones. Que, quizás, la política podía servir para las mejores aspiraciones humanas, para no tener que caminar por las calles de una ciudad argentina cualquiera y sentirse tan solo, tan abrumado por todo aquello que vemos, ya sea pobreza, tristeza o apatía. El reverso de eso que vivimos, que al fin y al cabo fue ese momento de nuestras vidas donde todo se vive más intensamente que el acero al rojo, son todas esas lágrimas que no pudimos contener.

Nuestra identidad se marcó, se construyó, al mismo ritmo con la política que con el arte o el amor. Y por ello, eternamente agradecidos, Néstor.


¿The Greatest Show On Earth?

Sobre Blackest Night y Siege.

1) Partamos de una base que todos conocemos: el comic es un arte narrativo que se basa en el desplazamiento del tiempo en el espacio. O sea: un cuadrito, al lado del otro, al lado del otro, van representando momentos temporales al tiempo que configuran una página sobre la cual tenemos que desplazarnos. Es el único arte en el cual la espacialidad narrativa está tan presente, que cuenta con unidades de sentido cuya composición nos pone más difícil o más fácil la lectura. La manera en que están ordenados los cuadritos condiciona la velocidad de lectura y un buen artista es capaz de acelerar o demorar nuestra visión con pura plasticidad. Es por ello que la virtud cardinal de cualquier artista de comics, antes que ser un buen dibujante, es ser un buen story-teller (o un buen story teller empeñado en oscurecerlo).

2) En segundo lugar, hay que detenerse sobre la absoluta originalidad de ese experimento de narrativa que son los universos DC y Marvel. Prácticamente ninguna otra porción de cultura popular fantástica funciona de la manera en que, por composición de la industria, tradición y formato de producción, estos funcionan. Las características han sido reproducidas hasta el hartazgo pero vale la pena volver a mencionarlas aquí: miles de manos, personajes cuyas hazañas son seguidas durante décadas, continuo crecimiento de su bóveda intelectual, que es acompañado por un descarte de personajes por temporadas más o menos largas, enrevesadísima continuidad en donde todo (o nada) puede valer simultáneamente de acuerdo al humor del creador y editor de turno. Buffy no funciona así, Harry Potter no funciona así, Lord Of The Rings no funciona así. Quizás los ejemplos que más se acerquen sean Doctor Who o el Star Wars más amplio, que Lucas con su anal retentivismo no aprueba.

3) El tema es el siguiente: al mismo tiempo que el comic como unidad consiste en una narrativa que se expresa en un espacio temporal, los universos superheroicos consisten en una acumulación de narrativa en la cual la unidad básica es el comic book, publicado en un momento que se encadena con otros, mes a mes, acumulando a lo largo del tiempo (real, cronológico, histórico) una gigantesca historia que no es jamás totalmente descartada. Cada comic es un átomo en una construcción gigantesca que sigue creciendo e intimida por su complejidad, por su proliferación de personajes, por sus detalles, por sus eventos interminablemente renovados porque algo hay que publicar y algo hay que contar.

4) El mega-evento, entonces, no es una anormalidad. El mega-evento es la condición natural de un universo en el cual las referencias han crecido hasta tal punto de colapsar sobre sí mismas. Lo que los fanáticos quieren, ven y reclaman en el mega evento es un deseo de que la temporalidad COMPLETA de la historia de sus respectivos universos colapse sobre sí misma en un solo espacio: una mini-serie de entre 6 y 12 números. Eso es lo que fue Crisis, originalmente y por eso tuvo tanto éxito. Detrás de las altisonantes declaraciones de cambios cataclísmicos y modificaciones en los personajes lo que se oculta es un deseo pueril: queremos verlos a TODOS juntos, queremos sentir que nuestra juventud desperdiciada consumiendo ínfimas porciones de datos (como la identidad del Bug Eyed Bandit o la relación exacta entre el Absorbing Man y Titania) se vean validados por una aparición en ese gargantúa ya refinado que es el cross-over. Que se nos muestren como asuntos importantes. Que se nos haga el juego.

5) La función ostensible del cross-over, o sea, el establecimiento de un nuevo status quo en un determinado universo superheroico, fue en un principio un hecho primario pero hoy en día funciona secundariamente. El cross-over es la única forma narrativa posible mediante la cual se puede manejar con cierta racionalidad el avance de semejante monstruo de miles de cabezas que es un universo superheroico. Por la manera en que este ha acumulado piezas diversas que constituyen su cuerpo entero (cada falange de sus dedos = una historia complicadísima que debe ser reconocida en orden para dar un paso) la acumulación de personajes en un solo espacio tendiente a la saturación es la forma aceptada para mover al siguiente casillero a la entidad conocida como “Universo DC” o “Universo Marvel”.

6) Obviamente, un cross-over que llevase este pensamiento a su conclusión lógica, donde esta densidad colapsase sobre sí misma, sería incomprensible. Miles de personitas corriendo de acá para allá, cada una afectada de diversa manera por El Evento Que Nos Pone En Peligro, cada una entreverada en su propia historia, sin orden ni concierto. Una verdadera “Comedia Humana” superheroica se asemejaría bastante a la vida: caos y coincidencia, aleatoriedad e incomprensión. Es por ello que “Final Crisis”, con todas sus fallas, es un experimento de una bravura increíble porque apuesta justamente a esa destrucción progresiva del sentido. El comic superheroico como forma a caballo entre la novela realista del siglo XIX y la novela moderna del XX.

7) Es por ello, por la tentación del caos crepitante (además de por una industria naturalmente conservadora) que se ha impuesto un orden narrativo tradicional para estos eventos. Este consiste en lo siguiente: naturalidad (cada héroe en lo suyo, parece un día normal) – primeras señales de que algo anda mal (alguien desaparece, muere o es atacado) – revelación de la amenazarápidas y devastadoras conquistas de la amenaza que parece tener un plan infalibledescubrimiento por parte de un puñado de héroes de sus debilidades o de alguna pieza de información que les permitirá dar vuelta la tortillarally de las fuerzasataque finaltriunfo que deja algunos cabos sueltos que permitirán que la maquinaria de movimiento perpetuo editorial continúe adelante. El éxito y la alegría que uno extrae de un cross-over esta dado por cuan efectivamente se encuentre montada esta estructura típica.

8) Por otro lado, la muerte todavía es considerada un elemento narrativo de peso, destinado a introducir un verdadero “evento”, a puntuar una historia con aquello que, por ser irreversible en la vida real, todavía carga un halo de importancia en el universo ficcional. Todos los cross-overs, además de sus amenazas al status quo, incluyen una o varias muertes, como para remarcar que lo que se cuenta es de algo importante, para enojar a algunos o entusiasmar a otros. Siempre se dice que estas muertes son importantes para la narrativa, pero en el fondo son elementos contingentes. En realidad pueden tener significación para un período de tiempo de 5 o 10 años en la historia total de Marvel o DC, lo cual las vuelve importantes. Pero siempre serán revertidas. En algunos casos esto será motivo de tristeza o de alegría, pero siempre teñida, en nosotros los fans, con un grado de amargura.

9) Y, así, finalmente, llegamos a lo que ostensiblemente es el tema de este post: «Blackest Night» y «Siege», los mega eventos de DC y Marvel (respectivamente) publicados entre finales del año pasado hasta mitades de este. Ambos son, como el año pasado, dos eventos que se supone fluyen orgánicamente del trabajo que sus autores habían realizado con el género en los últimos años (Brian Michael Bendis en el caso de Marvel, Geoff Johns en DC). El mecanismo perverso del cross-over, además, no permite su existencia en el vacío. Es imposible concebir un cross-over guionado por un don nadie, concebido de la nada misma. Tiene que ser el desarrollo del trabajo de su “creador” más destacado, lo cual obviamente implica una anticipación y emoción mucho mayor. El epítome de la despersonalización narrativa (obvio, los personajes importan, pero en realidad lo que interesa es el UNIVERSO) recubierto del aura dorada del creador individual, que en realidad es solo el canal por el cual transcurren los hechos y se alzan los ladrillos de la acumulación de propiedad intelectual de la compañía.

10) Del cross-over se pueden decir muchas cosas, menos que no sea efectivo. O sea: a pesar de este desglose cuidadoso y obsesivo de sus particularidades, no diremos que no nos emociona a la hora de su aparición, que, mínimamente, queremos saber lo que va a pasar. Queremos saber porque la observación de esos personajes ha ocupado una porción de nuestras propias vidas. Hemos caído, somos adictos, y el espiral de la narración superheroica nos interpela en búsqueda de un final que nunca llegará. Esa gratificación siempre diferida es aquello que nos hace pensar quizás ahora esté bueno.

11) Decía, entonces, que son producto del trabajo realizado en los últimos años por Bendis en los Avengers y por Johns en Green Lantern. De parte de Bendis, esto significa básicamente esa telenovela de espionaje y resistencia que construyó alrededor de Luke Cage y sus vengadores urbanos, escapando primero de la tecnocracia legislativa de Tony Stark y luego de la corrupción neocon de Norman Osborn. O sea: la salida a esa espiral de continuo falso realismo con ánimos de relevancia política que fue el universo Marvel en los últimos 5 años. En el caso de Johns, es el gran climax a su ampliación del universo Green Lantern hacía confines cada vez más inverosímiles que involucran anillos de diversos colores y una plétora de alienígenas al servicio de ejércitos fundados en la creencia en un sentimiento (¿religiones new age armadas?). Como se ve, dos visiones totalmente contrapuestas. Bendis es gris, cemento y concreto, responsabilidad y lucha, mientras que Johns es color, exageración, poder de voluntad y mágicas fuerzas naturales. Una postal de sus respectivos universos.

12) «Blackest Night» se suponía que, además, era una exploración de lo que significaba la muerte en un universo superheroico. En la gran cosmogonía Johnsiana, los sentimientos son 7 y cada uno tiene su batería de poder y su escuadrón de guerreros, pero la negación absoluta de ellos es la muerte (lo cual es un poco raro, pero funciona mejor de lo que debería). El problema es que semejante esbozo metafísico que podría haber significado un apuntalamiento metafórico interesante es pasada por alto. O sea: básicamente el maloso principal “puso en reserva” las miles de muertes de personajes principales en los últimos años del DCU para “aprovecharlas” y volverlos Linternas Negros (como los Pitufos) en su momento de gloria. Y la serie termina con una de esas aclaraciones recursivas, destinadas a que les falten el respeto de que “la muerte es muerte ahora”. El tema, aquello que tanto Johns (como Quesada en su primera época como editor en jefe) y tantos otros no perciben, es que una exploración de la muerte en Marvel o DC debería incorporar aquello que esta tiene de particular, que básicamente es su condición de puerta giratoria. Intentar ocultarlo o corregirlo es una empresa destinada al fracaso. Habría que SUBRAYARLO. Que denotar que siempre existe la posibilidad de que se vuelva, pero que en el fondo no se sabe a ciencia cierta. Que MEJOR que esa angustia interminable de vivir en la incertidumbre continua. Un universo sin duelo, sin procesamiento del dolor, un universo en que en cualquier momento se puede volver como gemelo malvado o zombie. Yo banco a Johns, pero el problema es que, comunmente, su ejecución no está a la altura de sus ideas.

13) Me doy cuenta que no he resumido el “argumento” de las dos principales sagas. Lo hagamos rápido. “Blackest Night”: llega la muerte en forma de batería de poder, resucita a un montón de héroes y villanos caídos que vuelven en un formato sádico y despreciable hasta que finalmente Hal Jordan y los cuerpos de color encuentran la forma de derrotar a Nekron (el avatar de la muerte). Consecuencias: un montón de héroes revividos que deben encontrar su lugar en el mundo. “Siege”: Norman Osborn finalmente sucumbe a su locura y su hubris y se decide a invadir Asgard (que se encuentra flotando sobre el medio oeste norteamericano), engañado por Loki y con el objetivo de solidificar su poder como súper policía del mundo. Consecuencias: Osborn en cana, Steve Rogers como el nuevo súper policía y una promesa de un mañana más brillante y heroico.

14) Si “Blackest Night” intenta ser metafísica, “Siege” intenta ser política. Su idea básica es que luego de años de gobiernos ficcionales (interesante y retorcido hallazgo el de Marvel: objetivamente la figura de autoridad es aquella que está a la cabeza de la fuerza de seguridad, no hay realmente “presidentes”, esos putos, en el comic de Marvel) que han coartado las libertades individuales finalmente el peor de todos comete un error mortal que hace caer por su propio peso y corrupción su administración. Quizás es una metáfora diferida del fin de la era Bush, pero semejante pretensión, la verdad, me produce vergüenza ajena de solo tipearla. Quizás lo más notorio sea la admisión de que ahora se viene una época “heroica”. ¿Y qué nos pasamos leyendo los últimos 5 años? Un nuevo subgénero, inédito: héroes en sótanos mugrosos. El intento de comentario político se ve desbaratado desde el momento en que a) está desfasado, b) su resolución solo promete un nuevo estado del campo intrínseco a la lógica del comic de superhéroes, c) el villano gigante del final es The Sentry (por otro lado, lo único bueno de este cross-over: la muerte de The Sentry finalmente libera a los lectores de tener que soportar a ese aborto espantoso y patético de personaje).

15) En definitiva, muchachos, ¿que hemos aprendido? Que los cross-overs, a pesar de sus intentos de tematizar sus eventos, solo pueden hablar de su mismos, porque la especificidad de los universos Marvel y DC vuelve incompatible cualquier comparación con el afuera. A duras penas se asemejan a otras formas de ficción fantástica, ¿qué carajo se van a asemejar a la vida real, la política, la muerte y el amor? La perversidad es que seguiremos leyéndolos (comprándolos no porque…bueno…uds saben), persiguiendo aquello que siempre diferirán: un final, un cambio en el status quo que otorgue un cierre feliz. Cuando funcionan, nos elevan el espíritu y nos muestran un mundo en el que podemos cambiar todo el sistema que nnos rodea con voluntarismo. Cuando fracasan, nos hacen pensar en nuestra inexorable mortalidad, en el momento en que el universo real consumirá todo.


Modernistas 10: Kate Beaton.

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Kate Beaton es la encantadorísima autora del webcomic totalmente hilarante “Hark! A Vagrant”. Darío alguna vez dijo que no tenía ninguna tira mala, cosa que creo que es mucho muy posible, habiendo revisado los archivos para ilustrar esta entrevista, para rápidamente descender en un continuo desternillarse de risa (de hecho, si la entrevista tiene demasiadas imágenes es porque no podía elegir). Sus temáticas favoritas son las ridiculeces de la historia y la re-interpretación de clásicos literarios que revelan aquello que tenían de trágico vuelto mordaz y ácido. Pero más allá de eso, es una enorme caricaturista (en el sentido clásico) y una gran guionista y estamos eternamente felices de que haya accedido a contestar unas cuantas preguntas para sus fans perdidos del cono sur.
Con uds, Kate Beaton.

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La Biblioteca Inexistente (20).

1) Estremecedor (y aparentemente clásico) artículo sobre Mitchell Gaff, violador y depredador sexual, su posible liberación (es de 1995) y la imposibilidad de saber a ciencia cierta si volverá a hacerlo en algún punto de su vida. Tiene un poco de ese discurso medio new age, progresista y blando de la psiquiatría norteamericana (quizás el problema también resida en tratarlos con esa disciplina amorfa y basada en la voluntad de uno mismo), pero el continuo cambio de puntos de vista y la inseguridad básica del argumento «progresista» lo hacen un gran artículo.

2) William Gibson aporta una editorial para el New York Times donde habla de Google y como su nuevo paradigma nos envuelve pero al mismo tiempo construye algo que nos sobrepasa por mucho. Y donde, encima, no tenemos derechos. Vale la pena, sobre todo, por la concepción de identidades adultas e identidades infantiles separadas, por la posibilidad de que en el futuro seamos legión.

3) La supuesta carta que Clyde Barrow le escribió a Henry Ford para felicitarlo por sus autos. Discutida durante años como apócrifa, sin embargo tiene sentido: el primer ladrón moderno, que asaltaba bancos y utilizaba metralletas (y encima era impotente, algo muy siglo XX) por supuesto que tenía que usar un Ford.

4) Ligeramente revanchista nota que demuestra que las verduras tienen sentimientos y pensamientos como cualquier hijo de vecino. O sea: guarda vegetarianos, no son moralmente superiores a mi! Igual es simpático.

5) Los muchachos de Mindless Ones se han sumergido en una tarea maravillosa. Ya reconocidos por sus magníficos y superiores «Rogue’s Review» (donde toman un villano pisoteado y piensan MUCHO en él hasta que encuentran aquello que lo conduce a la gloria) ahora se han metido con una tarea demencial y hermosa: criticar cada uno de los villanos de Batman en orden alfabético. Van por la C. Parte 1, 2, 3, 4, 5.

6) Esta encantadora niña-lobo, que se dedica a cazar animalitos, embalsamarlos y guardar sus osamentas por su hogar,encontró el cadáver del perro del vecino y se dedicó a darle el tratamiento diferencial para unirlo a su colección. Pero aparentemente es muy buena y sensible.

7) Los mejores escenarios apocalípticos, para que sientan que la oficina es un lugar bueno y hermoso y que el mundo debería continuar por muchos años más. O no.