La Única Serie Que Pudo Hacer Que Me Guste el Ballet.
Hace muchas lunas, cuando todavía era un joven que no había experimentado la dureza de este mundo, había una serie que me atrapaba sin saberlo bien por qué. Trataba sobre una familia disfuncional compuesta por una madre soltera, su hija híper inteligente y sus abuelos formales y llenos de manías. Bah, en realidad si sabía porque me gustaba, sin percibirlo del todo (recuerden que era una época pre-entronización de las series como LA forma de ocio semanal y anual de nuestra era): porque estaba condenadamente bien escrita, porque se solazaba en tirar referencias culturales que yo entendía sin que fuesen mero namedropping, sino que procedían de forma orgánica de los personajes y las situaciones en las que se veían inmersos. Siempre, siempre, voy a recordar cuando el noviecito rebelde de la chica en cuestión la llevaba a “la ciudad” para revolver disquerías de vinilos y mostrarle discos de los Pixies. También lo mostraban leyendo “Please Kill Me”, la historia oral del punk que yo todavía no leí pero que en aquel momento me pasé días buscando en Internet en la forma de un pdf.
La serie, obviamente, era Gilmore Girls y hasta hoy pienso que era una extraña y hermosa anomalía en el mundo de la televisión. La gran mayoría de eso tiene que ver con un solo nombre: Amy Sherman-Palladino. No sé mucho de Amy, pero supongo que es una copada; solo una persona encantadora, optimista y simpática puede producir los personajes y los diálogos que ella produce. Sus marcas de estilo son, como lo mencioné, en primer lugar su orgánica referencia cultural, en segundo lugar sus personajes que hablan como si fuesen ametralladoras que escupen 50 palabras por minuto y en tercer lugar su preocupación constante por la femineidad en sus diferentes formatos. Voy a ser exagerado y decir que, a pesar de la proliferación de series sobre chicas, sus problemas sexuales, sus aspiraciones profesionales y sus traumas, ninguna le llega a los talones a una verdadera genia como Palladino a la hora de transmitir lo que significa crecer mujer en este mundo.
Y lo más interesante es que no tuvo que irse a HBO o AMC o esperar que las doradas mieles de la respetabilidad se posasen sobre ella a la hora de realizar una serie en serio. No, lo hizo desde el corazón de la ballena, desde The CW o ABC, siempre amontonada junto con un montón de series mediocres sobre una abogada que se muda a Louisiana o un grupo de jóvenes tontos y sus enredos amorosos, siempre en bloques familiares. Quizás por eso el nombre de Sherman-Palladino nunca es mencionado al lado de gente como David Simon o Matthew Weiner (y yo creo, firmemente, que debería estarlo). Si, es verdad, sus series son familiares y no hay nada realmente escabroso en ellas, pero también creo que eso es una decisión consciente de su parte y un elemento importante en su estilo relacionado con los contextos que elige, siempre pueblitos chiquitos donde todo el mundo es muy piola. Pero dentro de ese género (series familiares con tintes de romance) es un estadio superior del mismo, análogo a como The Wire es un estadio superior de las series policiales o como The Sopranos es un estadio superior de las series de gangsters (¡y también de las series familiares!).
Gilmore Girls terminaría sin el involucramiento de su creadora en su última temporada, algo que también grafica muy bien la marginación de Sherman-Palladino del olimpo de los showrunners. Luego ella pasaría muchos años intentando vender una nueva serie, tiempo interrumpido por un abortivo proyecto con Parker Posey que no pasó de los tres capítulos. Finalmente el año pasado retornó a la televisión, con una nueva serie que tiene similitudes y diferencias con su gran hit, pero que tiene en común sobre todas las cosas ser muy buena.
La serie es Bunheads y cuenta la historia de Michelle, una bailarina de Las Vegas cuya carrera está bastante estancada y un día, borracha, termina casándose con Hubbel, un pretendiente cuarentón que la busca a la salida de su show hace varios meses. Cuando se despierta, la está llevando a Paradise, el pequeño pueblito donde vive con su madre, en una casa que es un palacio kitsch decorado con infinidad de estatuitas, cuadros, flores de plástico y otros elementos cachivacheros. Una vez ahí, descubre que la señora (cuyo nombre es Fanny y que está interpretada por una magnífica, como siempre, Kelly Bishop) tiene una academia de baile y comienza a asentarse y llevarse bien con ella hasta que un accidente mata a su nuevo esposo y la deja varada en un lugar que no conoce, con una suegra que desconfía de ella y dueña de la mitad de la propiedad. Hey, no es un spoiler, todo sucede en el primer capítulo.
El setup, en principio, es bastante similar a Gilmore Girls: pueblo pequeño, autoridad matriarcal intimidatoria, joven alocada y sin perspectivas de futuro que se ve lanzada a una posición de responsabilidad y una curiosa ausencia masculina excepto como potenciales intereses amorosos (y ahí está también la maravilla de Sherman-Palladino: en Bunheads son los hombres los que son objetos distantes y a menudo poco desarrollados que solamente se ponen en marcha en función de las protagonistas femeninas, es una serie que probablemente desaprobaría un Test de Bechdel negativo).
A medida que la temporada avanza, sin embargo, aparecen cosas ligeramente diferentes. En especial, por un lado, la relación que se teje entre Michelle y Fanny, mucho más amable que la que se daba entre Lorelai y Emily Gilmore. Muy rápido se vuelven socias y amigas, unidas por una perdida común. En segundo lugar, en la relación que se da entre Michelle y las niñas que tiene a su cargo en la clase de baile. Estas son cuatro, todas muy encantadoras y sutilmente diferentes, en una operación que parece astillar lo que antes había sido solo uno en Rory, y la relación que construyen con Michelle no está mediada por la maternidad, sino por una situación de mentor-alumno mucho más variada y sutil. Las decepciones y los logros no son los mismos y esto ilumina una arista de Michelle realmente interesante: es una mina que ya está grande, que ya está de vuelta y que probablemente no tenga la posibilidad de construir una familia. Su última chance se perdió con Hubbel y en ese sentido se vuelve simétrica con su suegra, quién también es una persona que ya no cuenta con familiares de sangre existentes.
Pero, más allá de todo esto, una de las cosas más diferentes con respecto a GG son, como debía ser en una serie sobre una academia de ballet, las escenas de baile. Estas están todas coreografiadas de una manera elegante pero no vistosa e insoportable, están filmadas de tal modo que los movimientos y las maneras de realizarlos (y la música elegida) forman parte de la historia, son temáticamente relevantes pero no son un enorme signo de admiración insoportable cuya única función es decir “hey, ahora podemos filmar escenas de canto y baile COMO UN VIDEOCLIP”. O sea, básicamente, rechazan por completo la estética de esa porquería infernal llamada “Glee” y sus sucesores aún más mediocres. Mi favorita probablemente sea ésta versión de “Istambul (Not Constantinople)” bailada por Sasha, la conflictiva, flaquísima y talentosa alumna-que-parece-tener-un-futuro-en-el-ballet, pero todas son buenas y alternan muy bien entre música compuesta para la serie, clásicos pop y música más “tradicional” de ballet. Y lo interesante es que, en general, avanzan la historia de una manera sutil e inteligente que no te distrae ni de la historia ni del baile que estás viendo. Una vez más: ¡Gracias a Dios no es Glee!
“Bunheads”, finalmente, es una serie que trata, de forma curiosa, sobre bajar tus expectativas. Michelle comienza a vivir en el pueblo luego de una fallida carrera en el baile que, como máximo, la llevó a ser una bailarina de segunda en un show de las Vegas. Y gran parte de la primera temporada trata sobre como ella acepta ese lugar que, a primera vista, parece ser un garrón. Es el reverso de la historia de fantasía sobre triunfar en una gran ciudad, ésta trata sobre como encontrar la felicidad en un pueblo pequeño. Y desliza que, quizás, la gran vida de la descarnada competencia artística no da nada y solo hace que te deslomes trabajando para finalmente terminar solo. En ese sentido, la relación de Michelle con sus alumnas nunca pasa por el lado de la ambición desmedida, sino más bien de un perfeccionamiento amable de sus habilidades y de la ubicación de ella como una figura maternal absurda, contradictoria e irresponsable. Como una buena profesora, bah. Las chicas, por su parte, no parecen desear la fama, excepto Sasha, talentosa y muchas veces insoportable y el personaje más solitario de la serie.
Por supuesto que el mundo que Sherman-Palladino construye es sumamente amable, Paradise es un lugar ejemplar sin una persona mala y sin el frecuente aburrimiento que forma parte de la mayoría de las representaciones de pueblitos chicos en la ficción norteamericana, pero ello forma parte de su estilo y de su gracia. ¿No es acaso un poco revolucionario que una serie nos proponga ser mejores personas y vivir dentro de nuestras capacidades de la mejor manera posible? ¿No va en contra de esa loca carrera hacía la significancia que el 99% de las veces deriva en la nada que se nos mete en la cabeza desde chicos y que nos hace infelices? A mi el mundo de Sherman-Palladino me pone de buen humor, me levanta el animo y me parece un gran lugar donde vivir, cubierto de inteligencia, y les recomiendo que vean la primera temporada de Bunheads y recen por una resurrección de segunda temporada.
Comparto ese gusto por GG y Bunheads del que hablás, que parece medio inexplicable al principio, casi como un placer culposo, engancharse con una serie tan «liviana», para toda la familia y con todas protagonistas femeninas. Hasta que te das cuenta que es realmente adictiva y por buenas razones, es inteligente y muy humana, tiene «el corazón en el lugar correcto» y no cae en facilismos ni golpes bajos, dejándote esa linda sensación que comentás al final.
Creo que ambas series logran revivir el espiritu del cine clásico de Hollywood (ambas tienen mucho de screwball comedies y Bunheads encima le agrega el musical) y adaptarlo a nuestros tiempos. Tengo la sensación de que esa suerte de encantamiento que nos genera es el mismo que generarían esas comedias romanticas del 30′-40′ en las generaciones anteriores a las nuestras, películas que nosotros podemos disfrutar pero sin llegar a conectar del todo porque sentimos que transcurren en un mundo que nos es un tanto extraño. Y las referencias culturales, si bien son variadas, delatan el amor de la creadora por ese tipo de arte.
En fin, muy buena reseña y mis rezos desde aquí por la 2da temporada.