Haciendo Trampa
(una serie de apuntes sobre la relación entre la música, su efecto emocional y la instrumentación)
¿Se acuerdan cuando salió “Heartbeats” de The Knife? No, mejor dicho, ¿Se acuerdan cuando se hizo popular en A CAUSA del cover que hizo José González de “Heartbeats”?
Este “caso” (llamémoslo así por ahora) es uno bueno para empezar. ¿Por qué? Bueno, la canción de The Knife aunque quizás suene convencional ahora era rarísima para la época. Es electrónica, pero no es un banger EDM ni intenta serlo. Tiene bastantes pocos elementos. No es exactamente retro de los 80s aunque usa muchos elementos de esa década (y de la siguiente). La voz de Karin Dreijer es super particular, la letra tiene un montón de imágenes extrañas y el estribillo logra ser pegadizo y hermético al mismo tiempo. Y no nos olvidemos de esos coros pseudo-africanos que parecen sacados de una publicidad de jugos Clight que aparecen al final del tema. Es una gran canción, y al mismo tiempo es una canción extraña.
El cover de José González es bueno porque es imposible arruinar semejante tema y menos aún tocándola de esa forma. Matemos a José González y digamos que aunque me gusta su sonido y lo que intenta hacer, los covers que hace son altamente superiores a sus canciones originales, lo cual es algo… bastante terrible. Pero bueno, si tocas la acústica genialmente, podés imitar a Nick Drake para tocar (Drake tenía una técnica muy particular, con afinaciones bien raras y un excelente trabajo de mano derecha), y cantas lindo y bajito, casi cualquier cosa que tocas va a quedar linda. Y si agarrás este tema de estos freaks suecos que se visten de colores y hacen una joya pop hermética y demostrás que “oh! esta canción en realidad es muy bonita!” no va a fallar. Pero un poco me suena a que es demasiado fácil, como que el tipo está de vivo.
Lo mismo – en menor medida – se podría decir de un caso como la versión de “Hurt”, el cover de Johnny Cash de canción original de Nine Inch Nails. Si agarrás el tema más desgarrador, vulnerable y triste de la carrera de Trent Reznor (un tipo que se especializa en el DRAMA y esas cosas) y le ponés una instrumentación solemne (¡piano!), le sacás los efectos y el noise y le ponés una de las voces barítonas más expresivas de la música moderna, y le agregamos el bonus de que el cantante SE ESTA MURIENDO bueno, es imposible que falle. No-hay-forma. Es obviamente una gran versión, seguramente superior a la original, pero lo mismo: FÁCIL.
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En la cultura pop occidental, hay un montón de instrumentos que tienen cierta connotación cultural intrínseca de la cual es sumamente difícil escaparse. Cualquier cosa con piano y violines tiende a ser solemne, importante. Los vientos y bronces son festivos y alegres. Guitarras con distorsión destilan juventud y inmediatez, etc, etc. Por eso me gustan mucho cuando las bandas rompen esas reglas e intentan usar esos instrumentos para lo opuesto de lo que deberían hacer, aunque a veces hacer exactamente lo que tienen que hacer es lo que tiene que ocurrir. Es complejo. De eso se trata este post.
The Magnetic Fields es una banda que siempre se divirtió jugando con la instrumentación y rompiendo esquemas de como debería sonar el pop. Con sus primeros discos, lo-fi hasta el tuétano, grabados con módulos MIDI de dudosa calidad, ukeleles y xilófonos, la música de los Magnetic Fields no sonaba para nada como debería sonar un acompañamiento a las letras desgarradoras de Stephin Merritt. En cada disco pareciera que elige una “paleta” específica y se concentra en ella: discos electrónicos, discos 100% acústicos, discos llenos de acoples y fuzz, etc. Es algo completamente deliberado.
¿Entonces, que debería de opinar sobre la versión de “100,000 Fireflies” de Superchunk?
La banda toma uno de los temás con instrumentación más naïf y con letra más depresiva de la banda y la dan vuelta como una media, convirtiéndolo en cierta forma en lo que tendría que haber sido: Un volcán de desesperación y furia. Porque una cosa es cantar “You won’t not be happy with me / But give me another chance / You won’t be happy anyway” y otra es gritarla en un mar de guitarras distorsionadas. Y nada, que se yo, que funciona, carajo.
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Hablemos de otro camaleón de la música, el querido por casi todos Beck Hansen. El tipo medio dio vuelta la música a comienzos de los 90s siendo el primero en hacer algo brillante y sencillo: Utilizar las técnicas del hip hop, el sampleo, el apropiamiento de música ajena para crear su propio universo raro, joven, y divertido. Antes de que existiese Beck, nada sonaba como él. Toda su discografía mantenía cierta sensación de ‘desparpajo’ y liviandad..
(so.. much.. Strings)
… hasta que se separó de su mujer y hizo ese bodoque que es el Sea Change. Y claro, la crítica se mojó en los pantalones con un Beck TRISTE COMO LA MIERDA haciendo sus baladas REPLETAS DE ARREGLOS DE CUERDAS SOFISTICADOS. Porque a la tristeza tenés que pintarla de esa forma. Obvio que hay temas que me gustan mucho de ese disco (“¿A quien querés engañar, Eze?”) porque soy un gordo épico que cualquier cosa majestuosa le puede, pero ¿No hubiera sido más interesante que hubiese mantenido la instrumentación del Midnight Vultures, o del Odelay, para expresar lo mismo?
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Dos de mis proyectos favoritos musicales son Spoon y Smog (y también todo lo que hizo Bill Callahan con su propio nombre) y en ambos se puede notar como muchas veces intentan ‘zafar’ de ciertos clichés musicales. Si Spoon usa cuerdas, se esfuerza porque sean samples de Mellotron (antiguo sampler de los 60s que suena extremadamente lo-fi) o arreglos extremadamente procesados. El uso del piano es parco y sencillo, más roots del primer rock n’ roll que otra cosa. Intentan meter sintes raros que no evocan a ningún género electrónico particular siempre que pueden. Los discos de Smog y Callahan tienen en común lo mismo que hace Merritt y es que en cada álbum se plantea cierta banda y paleta de colores y sonidos, y se mantiene con eso durante todo el disco. Entonces tenés discos con guitarras distorsionadas, piano y libertad total de mano de Jim O’ Rourke («Knock Knock»), discos a criolla, batería, y violín («A River Ain’t Too Much To Love«), discos hermosamente orquestados («Woke on a Whaleheart«), y psicodelia pura con percusión y guitarra llena de efectos (sus últimos dos discos). Will Oldham es otro hijo de puta que de repente saca un disco de covers de bluegrass de todos sus temas, o se va de gira solamente con una autoharpa. En todos estos hay algo que es siempre estar jugando con los recursos, cierto rasgo lúdico, una curiosidad constante para seguir viendo ‘que se puede hacer’.
(en el capítulo de Song Exploder de esta canción, Jim Eno – baterista de la banda – cuenta que cuando la hicieron intentaron imaginarse como la produciría Dr. Dre y de ahí arrancaron)
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Hoy en día vivimos un momento particular ya que la tecnología nos permite (gracias a la magia de los samples, galerías de samples, y lo barato que es conseguir equipamiento de grabación) poder jugar mucho más con los instrumentos y con como queremos sonar. Hace tan poco como 20 años esto no era una opción, y uno grababa como podía y le permitía su presupuesto y recursos. Ahora hasta el músico más emergente puede buscar cierto sonido, sonoridad, y lograr con solo una computadora algo ultra denso y épico a lo Arcade Fire o algo super íntimo y mínimo. Está todo en el pincel de cada uno.
Incluso la facilidad para poder grabar ahora hace que cuando uno intenta sonar de cierta forma más rugosa se vuelva algo mucho más desafiante. Hoy en día, intentar sonar como los primeros discos de Guided by Voices implica un esfuerzo monumental y adquisición de equipamiento muy específico (y de mierda) para lograrlo. Recuerdo haber hablado con Pau sobre la grabación del primer disco de su banda punk Jesús Negro y Los Putos, donde me comentaba que intentaron grabarlo de la forma más desprolija posible pero que de cualquier forma suena mucho mejor de lo que él quería. Que llega un punto en que lo “lo-fi” tenés que falsearlo, distorsionando, ecualizando y destruyendo pistas en la post-producción. El mercado de software para audio está plagado de plug-ins que imitan grabadores de cinta, ecualizadores vintage y compresores que distorsionan y alteran la señal, dándole ‘colores’ particulares que no se lograrían de otra forma. Y en general tienen razón: Todo pasado por ahí suena más lindo.
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Vuelvo a los Magnetic Fields, y al volver me alejo un poco del punto inicial: Recuerdo en una entrevista a Merritt donde cuenta un detalle fascinante sobre el trabajo de estudio de ABBA: Al parecer cuando hacían una canción, la probaban tocándola en diferentes géneros (más rápida, más lenta, balada con piano, folklorica, versión calipso, etc) hasta encontrar la ‘adecuada’ para la misma. También recuerdo ese video de los Rolling Stones grabando «Sympathy for the Devil«, y podemos escuchar una versión con acústicas, para pasar a una toma super blusera hasta que al final dan con la composición final con bongos y percusión. Y es posible imaginar que un montón de bandas se hubieran quedado con la primera o segunda versión, y no con la última como hicieron los Stones.
Hay bandas que hacen eso en vivo, y me parece de lo mejor que puede hacerse en un show. Travesti solía agarrar algún tema de su catálogo y desconstruirlo por completo, a otro tempo, con otro ritmo, solo con los acordes y la melodía intacta (y a veces ni eso). Es algo que a veces veo en algunos shows de Mueran Humanos, donde he escuchado versiones de temas que no se parecen en nada a lo que han tocado antes, versiones que nunca más vuelvo a escuchar. Es considerar la canción como un puzzle a descifrar, que nunca se resuelve de todo.
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El cambio de instrumentación que antes se veía en la prensa como un ‘cambio dramático’ en la carrera de un artista ya no lo es tanto. No creo que hoy en día una banda sea capaz de sacar un “Kid A” y sorprender a todo el mundo. La carrera de Taylor Swift es un degradé donde se va alejando del country y volviéndose cada vez más y más pop y no creo que nadie hoy en día este prendiendo fuego discos de ella, aunque cuando dentro de 3 discos saque un álbum de trap todo podrido a lo mejor pasa. Cada vez es más difícil alienar al público porque el público cada vez esta más preparado para CUALQUIER cosa, y eso me parece excelente.
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Por eso no hay nada más triste que un nuevo disco de – por tirar casi cualquier ejemplo – The Cure, donde cada pieza está colocada para sonar como un disco de The Cure, con los arreglos que tienen que tener, todo armado impecablemente para que sea.. bueno, igual a lo que era antes o a esa idea darks en la que se convirtió The Cure ahora, porque no es que van a sonar como sus primerísimos discos hoy en día. Eso es lo que me parece más aburrido del mundo: una banda que hace covers de si misma. Pero está claro que en esos grupos el proceso artístico ya murió hace décadas y lo único importante es hacer un producto que los fans quieren para juntar unos pesos.
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En fin, me gustaría tener algún concepto fantástico para cerrar todas estas ideas, pero no lo tengo. Son temas que me interesa pensar y buscarle la vueltas, particularmente cuando me doy cuenta que me contradigo tanto en mis propias opiniones y lo que me en principio me parecería “mal” en términos estéticos es lo que me termina gustando más. Así que bueno, termino con “Girls in Their Summer Clothes” de Bruce Springsteen, porque es el mejor tema de Magnetic Fields que hizo alguien que no sea Merritt, y porque Springsteen es un capo manipulando todos los clichés posibles (vientos, coros, palmas, solos ardientes de guitarras) y me compra con absolutamente todo lo que haga. Así que acá va.
Mirando Canciones
Cuando pienso en escribir sobre canciones, la primera persona que se me viene a la mente, mi modelo platónico, es Benito. Durante años mantuvo vivos dos blogs (Fuck you Tiger y Dragon Lieder) en los que habló de política y de cultura en general, pero sobre todo de música.
El gusto de Benito es omnívoro: desde noise japonés o metal escandinavo hasta folk latinoamericano, todo es apreciado, medido y procesado. Y es justo esta manera de procesarlo lo que me interesa tanto de su escritura: Benito liga cada canción íntimamente con su vida y sus recuerdos. Ninguno de estos recuerdos es demasiado particular por sí mismo: un paseo en la playa, alguna conversación de bar, una mujer que preferiríamos que no se haya ido. Son cosas que nos pasan a todos. Pero el contrapunto entre esos recuerdos y las canciones de las que habla es el que hace que todo cambie, que las cosas triviales se vuelvan especiales.
Benito, a veces, hablaba de las historias detrás de las canciones. O de las canciones como historias. Las letras son frases de personajes, o descripciones de estados de ánimo. Las letras dicen algo. Al fin y al cabo estamos hablando de canciones.
Benito es también Tüssi Dematteis, cantante de La Hermana Menor. Reflejando sus gustos, la música de LHM es, por decir lo menos, ecléctica: bossa-nova, noise, punk, rock, folk. Todo vale.
Pero lo que me importa en este caso no es tanto el sonido de las canciones, sino lo que dicen. Creo, podría aseverarlo, que las letras de LHM son las mejores que se han escrito en el rock latinoamericano en la última década. O tal vez desde siempre.
Las canciones que más me gustan de Dematteis, las que mejor le salen, tienen, siempre, temas muy adultos: hablan de personajes moviéndose de un lado a otro, pero casi nunca avanzando, como si algo los mantuviera pegados a un pasado que aún duele, pero al que también es imposible no recordar con cariño, como algo que fueron, y que tal vez aún quisieran ser, pero que nunca es posible.
Y las canciones funcionan siempre, o casi siempre, con una perfección de relojería. O más bien como un reloj que tiene, en el centro mismo de sus engranajes, una bomba a punto de estallar.
Canarios (Canarios)
La historia es simple: el cantante y una mujer cruzan el Río de la Plata, desde Montevideo hacia Buenos Aires. No se sabe si es que están relacionados de alguna manera, si es que son viejas llamas el uno para el otro, o si son solamente amigos.
Pero cada uno de los detalles de la letra, nimios en principio, son los que hacen que el viaje sea especial, como todo viaje, como toda vida, nimia en principio. Valentina es toda luz mientras fuma mirando el río, mientras cumple con uno de los mayores actos de caridad que una mujer puede cumplir: dejar que alguien la admire.
Luego, el narrador la mira mientras duerme, y toda la ternura que puede generarte alguien que quieres al dormir solo se refleja en una caricia sobre un tatuaje.
Ex (Canarios)
De nuevo, la anécdota detrás de la canción (una pareja de amigos que van, en un día soleado, a visitar un río o un lago que solían frecuentar en su niñez) es de una sencillez tal que es posible dejarla pasar de largo sin prestarle atención, y escuchar la canción solo como melodía y arreglos y ritmo.
Pero luego escuchas la respuesta de Isabel cuando le preguntan por su antigua novia, y todo tiene sentido, y todo el día cambia.
Atravesando el pueblo en plena siesta
el ruido del motor parece un insecto enloquecido
pero debajo del zumbido
la escucho murmurar
«que triste es definirse como ex»
Memorial en el cerro (Todos estos cables rojos)
Otra vez dos personas pasando una tarde muerta, otra vez son los detalles chiquitos los que hacen una atmósfera que es también un escenario, pero que es, sobre todo, un preámbulo para una de las estrofas más desoladoras que he leído:
Decís que hay gente que extrañás
y que hay gente que te gusta.
Y que hay gente que te quiere,
y no sabés por qué.
Antonio 92 (Ex)
Aquí, como en las demás canciones de esta selección, ya todo ha pasado, o aún está por pasar. O más bien ya se sabe que nada va a pasar, que toda la historia es más bien una anécdota, de las que quedan casi como un pie de página.
Aunque hay novelas hechas de pie de página.
Luego clavó una tachuela en medio de mi retrato
y no es contigo el problema, el problema soy yo
pasáme una dorixina, pasáme de largo
“Antonio dice que todo está mucho mejor”