Esta nota de Rolling Stone sobre la actualidad de Billy Corgan publicada hace un tiempo atrás es menos interesante por sí misma o por el insoportable personaje que retrata que como diágnostico y clausura de varios de los mitos de los noventas. Corgan aparece como un personaje ridículo y vergonzoso, auto-paródico. Llora sobre el lugar que se merece en la historia del rock y que no se lo reconocen, habla sobre sus creencias espirituales new-agers y el libro sobre espiritualidad que está escribiendo, parece un loco paranoíco cuando habla del fin del mundo y el 2012, comenta sobre sus relaciones con Sasha Grey, Tila Tequila y Jessica Simpson, le saca el cuero obscenamente a sus ex-compañeros de banda y demuestra constantemente tener una imagen distorsionadísima de sí mismo que nadie en todo el mundo comparte. Pero lo mejor de la nota no es ninguna de las payasadas de Corgan sino la única intervención del baterista Jimmy Chamberlin, que se bancó al pelado infame durante todos los 90s (¿alguien se sorprende que se haya vuelto adicto a la heroína?) y que fue el único miembro original que se sumó a la reunión reciente de Smashing Pumpkins hasta que Corgan lo echó, y que da en unas pocas líneas una explicación lúcida y contundente de su punto de vista:

«En el medio de la última gira, Billy decía que era culpa del agente, después que era culpa de la banda, después que era culpa de los fans. (…) En el gran esquema de las cosas realmente ya no mueve mucho la aguja. Es un par de discos de oro y un poco de plata. ¿A quién le importa? Tengo mujer e hijos, soy completamente feliz. La música es una parte tan pequeña de la vida de la gente hoy en día. La gente ya no se sienta a mirar las tapas de los discos y pensar en Kurt y en Billy como en los noventas. Odié tanto a los noventas»