Pensé por mucho tiempo que nada iba a destronar del puesto de mejor película adolescente de los 80s a Pretty in Pink pero me equivoqué, Say Anything, la opera prima de Cameron Crowe, es incomparable (y ni hace falta decir que lo mejor que hizo Cameron Crowe). Que alguien me avise si recuerda otra película de este tipo que tenga personajes de verdad como esta y no estereotipos, comic reliefs o vehículos narrativos. El personaje de John Cusack no se parece a ningún otro en el género, es un arquetipo antes que un estereotipo. La historia no es ni esquemática ni predecible, los problemas de los personajes parecen serios y profundos y tratados de la misma manera. Hasta el Rob Gordon de Alta fidelidad palidece en comparación. No saben que contento estoy de haber descubierto finalmente esta película.

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Con Los Angeles Plays Itself entendí finalmente que se supone que es el cine de ensayo y que debería ser un documental. Un autor intentando demostrar a través de una película una tesis para la cual el documental no es simplemente otra forma elegible más de transmitir información, sino que es el único medio verdaderamente apto. Esta obra maestra de Thom Andersen, un tipo que desde el 75 hasta ahora solo hizo tres documentales (los tres sobre cine y los tres excelentes) muestra de que forma el cine a lo largo de toda su historia retrató a Los Angeles y creó una imagen totalmente falsa de la ciudad. Las dos horas y media que dura la película están compuestas de escenas de otras películas sin un solo segundo de montaje propio y la voz en off comentando arriba. El estudio de las películas y sus escenas es agudísimo y se basa en muchos momentos en detalles ínfimos en los que uno jamás pensaría desnudando de a poco, a través de esos datos marginales e instersticios de la narración, el mecanismo a través del cual el cine es capaz es capaz de construir una ficción encima de una ciudad y elevarla al nivel de hiperstición hasta que casi cualquier persona con acceso al cine hollywoodense en el mundo tiene al menos una mínima idea formada sobre una ciudad que realmente no existe. Un ensayo como este no podría haber sido presentado en ningún otro medio ni de ninguna otra manera sin haber perdido muchísimo. Esto es lo que todos los documentales deberían ser y después de verlo la mayoría de los documentales que me habían parecido buenos ahora se ven un poco opacados.

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Después de ver semejante peliculón me quedé con ganas de ver más documentales sobre cine y me vi The Celluloid Closet, sobre las formas en que el cine retrató la homosexualidad a lo largo de la historia. Gran error. Es más o menos todo lo contrario a Los Angeles Plays Itself, pero estuvo bueno verlo porque entendí de repente todo lo que era tan bueno del otro y todo lo que un documental jamás tendría que hacer.

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Cuando veo una película que me gustó mucho después de varios años tengo miedo de que ya no sea lo mismo, que no haya pasado la prueba del tiempo, que me hayan vendido un buzón y recién ahora me avive. A veces aunque solo haya empeorado apenas alcanza para que uno se sienta totalmente decepcionado. Me pasó unas cuantas veces. Por suerte La inmortal de Alain Robbe-Grillet no fue uno de estos casos sino que más bien fue lo contrario. Creo que me gustó todavía más que cuando la vi por primera vez. Esta tiene que ser la película francesa más subestimada de los 60s. Todo el mundo habla de ese cine en esa época, todo el mundo habla de El año pasado en Marienbad, ¿pero cuántos hablan de L’Immortelle? Pero esta opera prima como director de Robbe-Grillet es tan buena como la película que le escribió a Resnais. Lo que Resnais hace con el hotel de L’Année Dernière acá Robbe-Grillet lo hace con toda la ciudad de Estambul. La construye de nuevo con la cámara, la convierte en la ciudad de sueños y leyendas de la que todo el tiempo se habla en la película, en una ciudad que no existe, la convierte en una escenografía montada para la película. Lo único que vi a este nivel es lo que Nicholas Roeg hace en Don’t Look Now (aka Venecia Rojo Shocking) y creo que esto debe ser lo que Sofia Coppolla pensó que estaba haciendo con Tokyo en Lost in Translation. La película no se consigue fácil en internet y creo que no se consigue en absoluto fuera de internet (no está editada en dvd) pero cualquier esfuerzo para conseguirla es ampliamente compensado al verla.

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Cuando me enteré que el tipo que está dirigiendo la adaptación de Watchmen al cine era el mismo de 300 (el trailer lo menciona como «el visionario director de 300«), película que había logrado evitar hasta ahora, pensé que era una buena idea someterme a la tarea de verla para poder opinar con conocimiento de causa y saber que esperar de la próxima película de que Alan Moore va a sacar su nombre. La puse a bajar y había tanta gente compartiéndola que en apenas un par de horas la estaba viendo. Varias veces me autoflagelé viendo una película que sabía que iba a odiar solo para ver cuán mala podía ser. A veces es divertido, a veces no. Esta vez no. Lo que no podía para de pensar durante todo el tiempo que duró (imdb dice que duró un poco menos de dos horas, yo sé que duró por lo menos tres o cuatro) no era por qué alguien dirigiría eso, ni por qué eso existe, sino qué clase de gente lo mira, que clase de atractivo puede tener para alguien. No lo confundan con ningún tipo de desprecio por el cine mainstream, es simplemente que esta es una de las dos o tres peores cosas que vi en mi vida. Está casi intégramente filmada en cámara lenta y estoy convencido de que el guión está escrito todo en mayúsculas (tal vez el que lo transcribió tenía roto el capslock y todo fue una confusión). Esto es una anti-película. Pareciera que todo está hecho digitalmente al igual que los fondos, la idea de variación del tiempo narrativo del director es filmar en cámara lenta o filmar en cámara rápida, toda la película son escenas de acción interrumpidas por escenas de discursos heroícos donde todos gritan mucho, y lo que parece es realmente eso, que se interrumpen, como si fueran dos películas diferentes intercaladas. Por primera vez realmente no entiendo una película, y no hablo de no entender como cuando uno dice que no entendió una de Lynch, es no entender como cuando uno agarra un libro en un idioma que no sabe ni como se llama, o más bien como debe sentirse uno cuando ve a Cthulhu, algo completamente alien, algo que uno no sabe por qué ni como existe pero no sabe que debería existir, algo de otro mundo. La borré en el mismo instante que terminó y aprendí a tener más cuidado con las películas malas que elijo para ver.

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Hace poco la vi de vuelta y me parece que no hay mucho que explicar sobre esto. Los que la vieron ya lo saben y los que no la vieron debería estar reparando ese error ahora mismo en vez de esperar que diga algo más: La pasión de Juana de Arco es la mejor película de la historia.


Comic Books Are Turning Our Children Into Lousy Capitalists!

Digámoslo mal y pronto: en el último mes, los dos acontecimientos que han sacudido al comic norteamericano han sido políticos en naturaleza. Estamos hablando, claramente, de La Muerte Del Capitán América (porque así le gusta a Marvel que lo digamos, con énfasis y mayúsculas, después de todo es un COMIC SERIO!) y del estreno de “300”.
Ahora bien, obviamente son fenómenos de naturaleza distinta. La muerte del Capi es un evento / historia difícil de encarar: por un lado la manera en que Ed Brubaker, el guionista del Capitán, logro encajar este golpe bajo en la historia que venia contando es admirable y demuestra que al menos el tipo que esta al frente de todo esto es un escritor con talento y que tiene cierto plan en la cabeza. Por otro lado, todo el revuelo mediático y la atención que ha depositado Marvel en ella la vuelve un evento que produce cierto escozor y rechazo. ¿Por qué? En primer lugar, porque es muy difícil que no veamos al Capi volver entre los vivos en los próximos años. Si hay algo en lo que los comics de superhéroes no se destacan, es en las consecuencias duraderas de la muerte. Y mucho menos de un personaje tan importante como el Capitán. La insistencia de Marvel para que creamos que esta muerte es definitiva e importante es irritante porque nos piden que desechemos todo nuestro conocimiento del género y sus reglas. Las reglas pueden ser malas o podemos no estar de acuerdo con ellas pero cualquier lector medianamente regular de comics de superhéroes sabe que la posibilidad de que un personaje retorne de la muerte es directamente proporcional a su popularidad. Y estamos hablando del condenado Capitán América, por dios!.
De cualquier modo, la estrategia de Marvel esta muy a tono con su discurso publico en los últimos años, en el cual afirman cosas que luego son negadas de una manera categórica (a los pocos meses) con una expresión de indignación y la frase “nosotros NUNCA dijimos eso”. Básicamente, nos toman por idiotas.
Pero, por otro lado, produce un cierto rechazo porque, a raíz del revuelo generado en los medios “serios”, Marvel nos quiere vender este sucio acontecimiento como una parábola política en la cual el Capitán es un especie de abanderado de las libertades individuales, cuyo asesinato es una consecuencia de su postura libertaria (aunque el autor intelectual sea un ex científico nazi con el cráneo deformado, rojo y a la vista). Y, en general, los comics de superhéroes nunca han sido buenos en el tema de las metáforas políticas. En general la política se revela problemática, demasiado sutil, apegada a los grises y los tonos intermedios, a la hora de transferirla con cierta fidelidad a los códigos y las improbabilidades del genero, causando que esta sea o aguada y simplificada para que funcione en un mundo donde los tipos vuelan en calzas o que el mensaje político se vuelva demasiado pesado y todo termine como una lección en solemnidad y aburrimiento.


El caso de 300 ilustra lo opuesto: la lectura obligadamente ideológica de un comic de la forma más superficial posible. Las tesis son dos: en primer lugar, que es un comic pro-imperialismo norteamericano, con su fábula de un rey belicoso de occidente contra un imperio oriental; en segundo lugar que los espartanos son presentados como heterosexuales contra los homosexuales persas.
Este tipo de lecturas son las que yo llamo “la epidemia Mattelart”. Recordemos: en los años 60 y 70, cuando lo que hoy se llaman “estudios culturales” estaban en su infancia y no se podía ni soñar con estudiar los comics desde una perspectiva académica, las primeras salvas las dispararon dos libros cuya influencia nefasta dictaminó la manera en que se iban a analizar los comics durante años (en especial en Latinoamérica): uno es el conocidísimo “Apocalípticos e Integrados” de Eco, con su lectura de Superman como icono del status quo y el otro es el un tanto menos conocido “Para Leer Al Pato Donald” de Armand Mattelart y Ariel Dorfman, que intentaba descubrir en el palmípedo los tentáculos de la dominación imperialista (existió un tercero, mucho mas interesante y con una visión de los comics menos prejuiciosa: “La historieta en el mundo moderno” de Oscar Masotta, pero como suele pasar en estos casos, es la línea a la que menos pelota se le dio).
Durante años su estela iba a impregnar la manera en que se analizaba a los comics y productos culturales norteamericanos: de la manera mas ideológicamente reduccionista posible, sin tener en cuenta la lógica propia del medio y su funcionamiento interno, sus propias contradicciones e ignorando gran parte de su evolución posterior a 1970. La relación entre comics y política es muchísimo mas complicada que la simple “causa – efecto” y no se puede obviar la existencia de un lenguaje propio en los comics que adapta, rechaza y reestructura muchas de las influencias externas.
Y ese es el tipo de lectura craso que se le impone a “300”. Lectura que además deforma el significado del evento original y que impone una anulación tanto de los deseos del propio Miller al concebir su obra como de la distancia que existe desde el momento que fue publicada. Es cierto que en los últimos años (mas precisamente después del 9/11) Miller se esta volviendo una especie de derechista caricaturesco y salvaje y que sus trabajos adquieren un tinte cada vez mas en tono con el individualismo fascista y el militarismo norteamericano, pero “300” es una obra de un periodo anterior y responde mas a las obsesiones constantes del loco Miller que a una ideología explicita. Nuestro hombre siempre estuvo obsesionado con la masculinidad, con el honor, la violencia estilizada y el tono seco y duro de los pulps y “300” es una de las obras que mejor canaliza esas fijaciones. La anécdota ya es brillante, pero a Miller le interesa tan poco la precisión histórica como la propaganda. Lo que él busca es la aventura, el drama, la exageración de las pasiones hasta el absurdo. Al menos en esta etapa, es una especie de individualista romántico, al que le interesa Leonidas más porque iría hacia la muerte solo y NO porque puede guiar a 300 hombres a la muerte.
Y sobre la homosexualidad…bueno, en el comic es algo mas bien implícito o que denota un toque de exotismo en los orientales, pero, por favor!, la camaradería, orgullo viril y vestimenta de los espartanos es mucho mas homo erótica que la coloración o modales de los orientales!. Solo anotemos que la obsesión de Miller por lo macho se esta volviendo cada vez más una marca de estilo ineludible en sus obras, que lo hace risible y que por momentos remite a la imagen de “rugbista que se coge travestis”.
Bueno, en definitiva, la reproducción de lugares comunes, análisis prejuiciosos y visiones ridículamente simplificadas por gente que no entiende de lo que esta hablando también es una deformación profesional y no por eso impide vender diarios o libros y publicitarse como una gran eminencia en el campo de los estudios culturales.