Dios Del Manga.

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Estuve leyendo Fénix de Osamu Tezuka, mi primer Tezuka y tremebunda introducción al sujeto, ya que es la serie que él consideraba más personal y querida dentro de toda su obra. Escrita, dibujada y serializada a lo largo de dos décadas (de 1967 a 1988) Fénix comprende doce historias, la mitad situadas en un pasado ficcionalizado de Japón, la otra mitad en diversos puntos de su futuro, permitiendo a Tezuka solazarse en la ciencia ficción espectacular y en aventuras históricas de gran crudeza, dos de sus especialidades. Tezuka la describía como «el trabajo de su vida» y sinceramente se siente como ello, incluso desde su principio, de donde procede la secuencia que elegí para el post. Fénix es una meditación sobre la violencia y el retorno circular de lo mismo, sobre la incapacidad del ser humano para cambiar y responder a los avatares de la historia con algo que no sea el desprecio al otro, sobre el deseo de consagración artística y la desesperación por trascender en el tiempo que nos mueve en esta tierra. Es una historia, por momentos, terriblemente triste y sin compromisos, cuyas sagas a menudo terminan de manera negativa para todos los involucrados, pero que sin embargo oculta cierto optimismo por las cosas que nos permiten elevarnos fuera de todo lo doloroso del mundo. En el fondo el gran mensaje del comic es la muerte, que todos nos vamos a morir y que la vida eterna (el famoso Fénix, que todos quieren cazar y nadie logra) no existe para nadie, pero que quizás, solamente quizás, podemos ser recordados por nuestro arte. Se nota que la preocupación neurótica de Tezuka, quién a esa altura ya era considerado uno de los más grandes, giraba alrededor de su legado cuando comenzó a escribirla.

Como tal cosa, es un comic que está repleto de reflexiones sobre la creación artística, el lugar de donde proceden las obras, la aplicación de la energía y la furia en el arte, la manera en que la historia es escrita, narrada y distorsionada y la representación de todos estos procesos. Sin ir más lejos, la sexta historia («Resurrección») trata sobre un joven que muere y es rescatado por la ciencia del ¡futuro!, reemplazando su cerebro con una computadora de alta complejidad, causando que a partir de ese momento los humanos le parezcan una especie de masa informe mineral y abstracta y las máquinas, fábricas y aparatos inorgánicos le parezcan hermosas mujeres, bellos campos y paisajes de ensueño. Pero por supuesto que todo está dibujado por Tezuka, lo cual produce la hermosa incongruencia que nosotros, observadores imparciales de la historieta, estamos viéndolo todo a la manera de su protagonista y no de la forma «objetiva» que debería ser presentada ante nuestros ojos, que al fin y al cabo no están afectados por las modificaciones cerebrales del mismo.

La selección que resalto aquí destaca varios de los elementos de extrema maestría que emplea Tezuka para demostrar su inmensa plasticidad para con el manejo de todas las modulaciones del comic. Nagi, el jovencito, es el último sobreviviente de su aldea, que fue asaltada por el ejército de la reina Himiko, a mando de Sarutahiko, un general feudal del país de Yamatai, país ancestral del antiguo Japón. Allí, comienza a entrenarlo para que se vuelva un gran arquero, como él.

1) En primer lugar, las páginas demuestran la manera en que Tezuka continuamente borronea los límites entre lo cómico, lo trágico, lo violento y la farsa. Los lobos son presentados simultáneamente como una amenaza y como una pandilla de animales cómicos y la violencia que es desatada en su contra, su asesinato, es también mostrado en toda su innecesaria crudeza. Esto es algo que el autor realiza de forma continua, a menudo de un cuadrito a otro, o de un personaje a otro. Algunos personajes tienen detalles cómicos en su cara y sus gestos que aparecen de forma continua y que no atentan contra el pathos de los momentos más tristes de la historieta. Además, Tezuka es un caricaturista genial, que estira y deforma las facetas de sus personajes de forma insospechada y siempre creativa.

2) Pero, además (y recuerden que esto viene del primer volumen, una historia donde Tezuka todavía estaba buscando el tono de la serie y donde metía continuas referencias a series y autores contemporáneos del manga japonés) acá se nota la habilidad casi innata del mangaka para pasar de un estilo a otro como quién cambia de pantalones. La tercer y cuarta página lo muestran jugando con distintos estilos de representación. Por un lado está el estilo «cinematográfico» que en realidad, para Tezuka, parece caracterizarse por el plano detalle y el sostenimiento de la tensión a través del enfoque y los cortes rápidos. Es curioso este último detalle, que al considerar la edición como parte fundamental del proceso cinematográfico (y después de todo, los comics son edición permanente entre una escena y otra y allí quizás radica su cercanía al cine más evidente) es bastante preciso y cercano de una cierta concepción de lo que es el cine. En contraposición, una representación al estilo kabuki, teatral, se caracteriza por lo exagerado de sus gestos y rasgos y pone en primer lugar la materialidad de los actores antes que los elementos técnicos de montaje.

3) Y a la vez parecería haber un cierto mensaje político en todo esto. El último cuadrito donde los lobos se quejan de que tienen hambre les concede una entidad y una empatía que son rápidamente aniquiladas por los protagonistas, retrayéndolos a su posición de enemigos caricaturescos. La práctica de mejorar continuamente tus habilidades para llegar a ser el mejor a la que se somete Nagi bajo el auspicio de Sarutahiko (quién también es uno de los dioses japoneses más prominentes a quién Tezuka decide representar como un humano) es el pilar fundamental del shonen, pero aquí Tezuka lo descarta casi inmediatamente para arrojar la vida de Nagi al caos nuevamente y desarticular la idea de que el perfeccionamiento obsesivo de la técnica puede triunfar sobre el caos de la vida y establecer sus propias convenciones narrativas. De alguna manera Tezuka parecería estar diciéndonos que el comic puede ser mucho más de lo que estamos acostumbrados y que el destino y la suerte se pueden torcer en un instante, abandonando los clichés y los lugares comunes. Y lo demuestra casi de forma natural mezclando estilos y tonos en una práctica que está teñida de la búsqueda continua del mejoramiento de su trazo, en su negativa a abandonarse a los laureles ya conquistados, en una curiosidad rampante.

Tremenda obra para comenzar a leer a Tezuka.


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