Construyendo historias de edificios
En Jimmy Corrigan había algo que impedía que empatice totalmente con los personajes: la tristeza, tan opresiva y perenne, se me hacía muy lejana a mi propia experiencia. Podía simpatizar con el gordito silencioso, podía apreciar estéticamente la preciosa recreación de la Exposición Universal de Chicago, y envidiar la elegante manera en que Chris Ware revela, casi al pasar, la dimensión trágica de la relación entre Jimmy y la hija adoptiva de su padre, familia suya sin saberlo, en un giro faulkneriano perfecto. Pero todo esto visto desde la perspectiva del entomólogo que estudia una colonia de hormigas a través de un cristal, sin haber sentido nunca lo que siente una hormiga. La desesperación de Corrigan, su completa incapacidad para relacionarse con los demás, lo volvían, para mí, bueno, una caricatura, un personaje.
En Building Stories, en cambio, todo es empatía. La tristeza sigue ahí, pero resuena con mayor verdad, toca más cerca. La protagonista, una florista-estudiante de arte-escritora amateur-madre-ama de casa, es odiosa y egoísta. Su monologo interior enumera una y otra vez las maneras en que el mundo le ha fallado, y en como todos están equivocados todo el tiempo, y en lo mal que se siente un minuto, y en lo feliz en que es el siguiente. Su gran trauma es el miedo de no ser querida y de no saber muy bien qué hacer con su vida, y de en realidad no hacer nada con ella. Tiene opiniones sobre todo y todos, y pasa todo el día – al menos en los cómics más cercanos en el tiempo – desconectada del mundo real, refugiada en el éter del Internet. La protagonista es, francamente, insoportable. Y me recuerda mucho a mí.
(Vamos, no es que yo sea insoportable, soy tan encantador como el que más; pero a veces lo soy, como todos. Y a veces mis obsesiones y manías me ganan, y entonces soy exactamente igual a una florista coja que escribe cuentos en los que los protagonistas son un edificio o una abeja.)
O quizás sea Ware el que ha conseguido que lo crea así. En alguno de los catorce capítulos del cómic, la protagonista, indecisa sobre sus lecturas de verano, dice “¿Por qué todos los grandes libros deben ser sobre criminales y pervertidos? ¿No puedo encontrar uno que se trate de gente normal viviendo su vida diaria?”, en una referencia bastante evidente a la obra que estamos leyendo. Aquí es donde Ware canaliza la influencia directa de su escritor favorito, James Joyce (1), responsable de uno de los más grandes cambios de contenido en la historia de la novela. A partir de Ulysses, los escritores se permiten usar personajes pedestres como héroes (2) . Sus victorias, como la mayoría de las nuestras, son esos pequeños triunfos moderados que hacen la vida soportable – en el caso de la florista, la sonrisa franca de su hija un día de sol en el jardín. Porque, para muchos, es eso lo que nos espera en la vida, y no una gran victoria, ni una epifanía. Y aún así, ¡cuánto vale la pena!
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(1) Aquí, y en la experimentación formal de cada capítulo, que es presentado en una estructura diferente, que responde a la necesidad funcional de la historia. Así, al igual que Joyce reflejaba la hipocresía de un personaje narrándolo a la manera de una sátira de Junius, las 14 piezas intercambiables de Ware son un reflejo de la necesidad de la protagonista de armar las piezas de su propia narrativa.
(2) Más bien, antihéroes, aunque usar la palabra ahora te haga pensar en asesinos de televisión.
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