Lombroso, Landru & Landrú.
En el siglo XIX, por ejemplo, nos encontramos con el uso instrumental de la fotografía en según que prácticas administrativas privilegiadas y en los discursos profesionalizados de las nuevas ciencias sociales – antropología, criminología, anatomía médica, psiquiatría, salud pública, urbanismo, saneamiento, etcétera- (…) En la terminología de aquellos discursos, las clases trabajadoras, los pueblos colonizados, los criminales, los pobres, los habitantes de infraviviendas, los enfermos o los locos eran designados como los objetos pasivos (…) de conocimiento. Sometidos a una mirada escrutadora, forzados a emitir signos, pero apartados del control del significado, esos grupos eran representados e intencionadamente mostrados como incapaces de hablar, actuar u organizarse a sí mismos. La retórica de la documentación fotográfica en este período (…) es por tanto una retórica de precisión, medición, cálculo y comprobación, que separa sus objetos de conocimiento unos de otros, huye de la apelación emocional y la dramatización y hace depender su posición de reglas y protocolos de carácter técnico (…) Como estrategia de control, su éxito se ha exagerado en exceso; pero como estrategia de representación, sus argumentos y consecuencias permanecen en buen parte vigentes
Cesare Lombroso fue un teórico italiano, pionero en el naciente campo de la criminología. Lombroso creía que los criminales podían ser reconocidos mediante sus deformaciones físicas, que la criminalidad era una forma de imbecilidad hereditaria que se traslucía en los rasgos, en los labios simioides, el cráneo prominente, el ceño hirsuto, la piel rugosa y las uñas largas, el tamaño de las orejas. Impulsado por el fanatismo positivista de mitades a finales del siglo XIX y su manía por medir todo y compilarlo en grandes tratados que demostraban más allá de toda duda que el ser humano era un ser de hábitos regulares, Lombroso tuvo una gran prédica por Europa, justificando los prejuicios largamente arraigados de un continente que finalmente iba a conquistar al mundo.
La teoría de Lombroso estaba profundamente emparentada con esa otra maravillosa pseudociencia del siglo XIX que fue la frenología. La frenología establecía que los rasgos de la mente se encontraban arraigados en el cerebro, en una serie de “órganos” (que podían variar de 27 a 40 dependiendo del teórico) cuya utilización determinaba la manera en que tu cráneo crecía y modificaba las protuberancias de tu cabeza. Entonces, con la ayuda de manos expertamente entrenadas (“Iron Fist: Phrenologyst, a four issue mini-series by Howard Mackie and Ron Lim”) los frenólogos tocaban tu cabeza y determinaban si podías dedicarte a las artes o no, si la maldad anidaba en tu alma o si querías a tus hijos. La frenología tuvo una extensión bastante amplia en Europa entre el 1810 y 1840, momento en que las diferencias entre los frenólogos en cuestiones básicas y el desarrollo de los experimentos neurológicos en animales permitieron un mejor entendimiento del sistema nervioso y el cerebro. Luego resurgiría a finales del siglo XIX, ayudada en parte por la prédica de Lombroso y tendría gran éxito, de entre todos los lugares del mundo, en Bélgica, llegando al extremo de que los enviados de Su Majestad al Congo Belga (y presumiblemente el Tintín pre-iluminado) la utilizarían en los años 30 para determinar la supremacía de los Tutsis sobre los Hutus.
Lombroso, asimismo, se oponía a la escuela criminalística clásica, con ancianas raíces en las teorías políticas de Hobbes y Locke, en su idea fundamental de que existe una sociedad que debe ser sostenida continuamente ya sea por la aquiescencia de sus miembros o por la imposición de una fuerza legítima por el soberano. La teoría criminalística clásica, postulada entre otros por Beccaria y Bentham (y Bentham realizaría una reaparición en la obra de cierto sodomita calvo cuya influencia marca el trabajo de Tagg, cuya cita abre el post), concibe al crimen como algo inherente en un hombre racional que actúa en pos de una lógica de beneficio o detrimento. No hay un determinismo, sino solamente una oportunidad, y por ello se debe generar un código legal que castigue el crimen con la misma severidad con que se cometió. Una especie de código penal ideal, en la línea de la máxima economía racional. Cuerpo versus sociedad, determinismo versus racionalidad.
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(Landru en le Petit Journal)
Henri Désiré Landru fue un criminal francés de la Primera Guerra Mundial. Su modus operandi consistía en citar mujeres a través de avisos clasificados, haciéndose pasar por un viudo de buena posición, seducirlas durante un tiempo, llevarlas a su villa en París y luego (una vez que le habían dado acceso a sus bienes, ya que Landru vivía de vender muebles usados) matarlas y quemarlas en su horno. Así mató a 11 víctimas entre 1914 y 1919. Finalmente apresado luego de la búsqueda de la hermana de una de sus víctimas, la policía encontró detallados libros donde anotaba las falsas identidades con las cuales contactaba a sus víctimas y cartas de amor. La investigación duró dos años, en los cuales, cada vez que Landru era interrogado negaba por completo cualquier tipo de involucramiento en algún crimen de esa naturaleza. “Sin cuerpos no hay crimen” era su razonamiento. Según los testimonios, Landru tenía una personalidad avasalladora, bordeando en lo caballeresco (“No puedo hablar de lo que sucedió entre Mme. Cuchet y yo sin la autorización de la dama” fue una de sus muchas respuestas) y con un gran sentido del humor. Finalmente fue llevado a juicio en noviembre de 1921 (el mismo mes en que se fundaron el Partido Fascista Nacional en Italia y el Partido Comunista Español) y luego de 25 días de testimonios se lo encontró culpable y se lo condenó a muerte. Tres meses después, el 23 de Febrero de 1922, el mismo estado que 30 años antes lo había nombrado sargento de sus fuerzas armadas lo decapitó haciendo uso de la guillotina, ese invento limpio y seguro de la revolución que le había dado origen.
Pero antes de morir le entregó a uno de sus abogados un dibujo, realizado por él mismo, de la cocina de su casa que incluía el horno donde quemaba a sus víctimas luego de descuartizarlas. El dibujo se mantuvo inédito hasta 1967. En el reverso, escrito en lápiz, decía “Ce n’est pas le mur derrière lequel il se passe quelque chose, mais bien la cuisinière dans laquelle on a brûlé quelque chose” que traducido sería algo así como (perdonen mi francés rudimentario) “No es el muro detrás del que sucede una cosa, sino la cocina en la que se quema alguna cosa”.
(El dibujo del propio Landru)
(En 1993 Landru aparecería sano y salvo en un“Especial de Invierno” del Dr. Strange, como el propietario de una tienda de cráneos. Lo cual convierte a Stephen Strange no solo en propietario de esclavos orientales sino también en amigo de famosos asesinos seriales.)
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Landrú es Juan Carlos Colombres, humorista gráfico y caricaturista argentino activo entre mitades de la década del 40 y principios del 2000. En sus primeros años de carrera firmaba con su nombre hasta que publica, en el 45, su primer dibujo político. En él se ve a un gordito que escribe MUERA PERÓN en un muro. Ante la llegada de un policía continua la escritura con trazo tembloroso (el mismo trazo tembloroso que caracterizó a Landrú toda su carrera) hasta convertirlo en un MUERA PERONBORINI. Entonces “intuyendo cierto peligro firmé ese dibujo con las iniciales J.C., y empecé a sentir la necesidad de encontrar un seudónimo. Trabajaba en la administración pública y se venían tiempos difíciles… Fue entonces cuando el hijo de Lino Palacio me dijo que si yo usara barba sería igualito al asesino francés Landru, de modo que decidí adoptarlo como seudónimo, castellanizándolo con un acento en la u.” (Landrú por Landrú, Apuntes para una autobiografía).
Luego de la década peronista, fundó la revista Tía Vicenta, que durante casi 10 años fue la revista más popular de sátira política en Argentina. En ella la identificación del autor con el seudónimo sería tal que todas las fotos que apareciesen “de” Landrú serían en realidad fotos del asesino, con su tradicional barba de enanito, fotos que por otro lado procedían de la colección personal del dibujante, quién era un archivista fascinado con todo lo anacrónico. Hasta el día de hoy me cuesta acostumbrarme a sus fotos reales, en las que aparece lampiño y sonriente. Asimismo, comenzaría a dibujarse como una representación del seductor parisino, con barba y sombrero. Por otro lado, la imagen de Don Juan de Landru seguramente le gustaba a Landrú, quién en su revista patentó expresiones tales como Villa Cariño y quién era un afamado y regular concurrente a boites y discos, fanático de la cumbia, el cha cha cha y el twist (a mitades de los 60 intentó abrir una boite en San Telmo, proyecto que parecería que no llegó a nada). Incluso uno de sus personajes, Jacinto W. El Reblan es un viejito verde que todo el tiempo quiere apio y ostras y bailar con negras pulposas.
Ahora bien, dentro de Tía Vicenta, Landrú se dedicará esporádicamente, a lo largo de sus 9 años de historia, a realizar análisis lombrosianos de las principales figuras de la política del momento. En ellos, realiza la operación tradicional de la caricatura (exponer en la piel aquello que se supone oculto) de una manera metódica y extensiva. Cada político muestra en la cara su ideología, una ideología oculta que de alguna manera los maneja como si fuesen títeres, como si detrás de sus ojos tuviesen otros seres humanos que mueven sus órganos cerebrales. Es una operación de revelación que tiene algo de vindicativo, de furia del ciudadano descargándose en la cara, y no es casualidad que tanto Frondizi como Gómez y Onganía ellos tengan el ceño fruncido y la cara enojada, mientras que Castro parece un vociferante y Guido tiene cara de pobrecito. El único que sonríe es Alsogaray, como si ocultase una gran broma privada a costa de la audiencia. En este tratar a los políticos como criminales, la actitud y la furia no es tan diferente de la famosa turba iracunda.
Frondizi entonces tiene “depuestismo encubierto” (depuestismo = peronismo, una manera de referirse a su pacto con Perón), Gómez, su vicepresidente, acusado de conspirar en su contra con el ejército sufre de “complotismo crónico”, Fidel Castro oculta en su diente de oro “su oculto anhelo de convertirse en capitalista” y la mitad de los rasgos de José María Guido (presidente débil encumbrado luego del golpe a Frondizi) son síntomas del pánico a algún militar.
Una excepción y una ausencia. Onganía aparece representado como un dechado de virtudes, en un momento de mucho poder político personal luego de haber resuelto la salida institucional al golpe de Frondizi. La caracterización positiva es un juego con el anuncio de ser un número dirigido por El Generalísimo, pero al mismo tiempo porta una ironía adivinatoria macabra: Onganía cerraría la revista 3 años después.
El ausente es Illia. Arturo el bueno. El presidente del 23%. El que, cuenta la leyenda, fue derrocado por los dibujos y textos que lo describían como lento, inepto, provinciano, anciano, aburrido, cansino y de miras cortas. La tortuga. Quizás su figura no aparece porque no encontré la revista donde se publicó. Quizás no aparece porque, a pesar de su imagen negativa, algo que nunca se le cuestiono fue su honestidad. Quizás era demasiado poco importante como para incitar una respuesta de esa magnitud. Quizás sencillamente se olvidaron de él.
También falta uno con cara manchada y sonrisa prominente, pero en esa época a ese no se lo encontraba en todo el país.
me encantó!!!
hay algun link donde pueda ver las fotos en tamaño mas grande?? la de castro casi no pude leerla :(
click derecho sobre la imagen, «copiar url de imagen» pegar en otra ventana y se te va a abrir la imagen a un tamaño bastante grande :)
opción 2: click derecho sobre la imagen —> abrir enlace en una pestaña nueva y te la abre al tamaño original.
estúpido visor de blogger nuevo.