Adiós A Todo Eso.
(Por supuesto que el post está lleno de spoilers.)
Ayer terminó Mad Men, una de las grandes, grandes series de la reconversión de la televisión hacia un medio “elevado” que puede contar “historias complejas”. La realidad es que, a pesar de lo que digan los fanáticos de las series de televisión (nada más absurdo que “un fanático de las series”, así en abstracto) las realmente grandiosas son un puñado. Me refiero a aquellas cuya estructura dramática y sus personajes se sostienen de principio a fin y que, más importante, construyen un universo posicionado de forma perfecta y equilibrada entre el mundo que están intentando retratar y las obsesiones de su creador. Digo, son series que plantean un fresco histórico-social profundamente estilizado y que dicen algo no solo del período histórico en el cual están situadas sino también de las líneas de fuerza que conectan a sus héroes y villanos a su medio y entre sí. Mad Men es incluso peculiar en ese conjunto por el hecho de que es una serie que no recurre a muchas de las estrategias empleadas por otras para generar tensión. Es una serie que no tiene violencia. Es una serie donde la muerte cumple un rol muy diferente al de un cambio de velocidades dramático e introducción de un shock radical. Es una serie que no está preocupada con la “marginalidad” y los sectores oscuros de la contemporaneidad. Es una serie teñida de anhedonia, hedonismo, melancolía y nostalgia. Es una serie preciosa y conmovedora y acá nos preguntamos porque nos produce ese efecto.