Éste es mi evangelio
Está complicado decir algo nuevo sobre Yeezus a esta altura, y apenas pasaron tres semanas desde que el disco se filtró. Hay un consenso general de que la música está a la altura de lo hecho previamente, y que las letras opacan esos logros, con lo que básicamente coincido; y cada reseña viene con su propia interpretación de la psiquis de Kanye West, además de un repaso más o menos exhaustivo de su carrera musical y escandalosa. Estas convenciones son evidencia fundamental para analizar la obra de un tipo que no distingue al personaje artístico del de su vida privada, por lo que no pienso evitarlas. Vamos a diseccionar las partes con una pregunta en común, a ponerlas en contexto y señalar algunos aspectos no leídos en otros lados.
Música. La parte menos discutida de Yeezus, llega a confirmar la sensación de ascenso de un sonido más agresivo, directo y distorsionado en el Hip-Hop. Enmarcarlo en ese proceso es aceptable, pero emparejarlo con otros ejemplos puede ser insultante: las diferencias son mucho más claras en lo lírico y estético, pero mientras los sonidos de Death Grips y Killer Mike consiguen la coherencia natural de un trabajo de grupo reducido, a lo largo de varios discos (Zack Hill y Andy Morin en el primer caso, El-P en los últimos proyectos del segundo), Kanye cae con un par de ideas a un estudio lleno de productores de distintas edades y orígenes, contratados para presentar distintos bocetos de las canciones al otro día del encargo, y termina dándose el lujo de poner a Rick Rubin a laburar a cuatro manos para achicar el disco en dos semanas, grabando las letras de la mitad de las canciones en dos horas y tres días antes de la fecha de entrega.
El minimalismo, las reminiscencias industriales, la baja fidelidad: todo inducido y carísimo. Como Daft Punk con su vuelta/partido homenaje, Yeezy delega su renovación sonora en toda la gente que su inspiración exija y su billetera permita. La curaduría de invitados resulta efectiva y resalta su capacidad de encontrar virtudes desconocidas en los artistas que apadrina (Kid Cudi, Lupe Fiasco), y en otros establecidos por sus propios medios (Nicki Minaj y Rick Ross en My Beautiful Dark Twisted Fantasy, Justin Vernon desde entonces), como también de dejar chocho a Rubin encontrando intenciones compartidas para facilitar un trabajo urgente, y mancomunar a otros nombres de experiencia con pendejos sub-25. Su cráneo de productor provoca los relatos más sorprendentes de situaciones en el estudio, que hablan de un hombre enfocado, racional y serio, lejos de la imagen que pinta el resto de sus facetas. Es esa gimnasia, además, la que lo distingue de íconos Pop sometidos a influencias más bien lópezrreguistas por parte de sus productores, en la desesperación propia o ajena de subirse al bondi de un sonido actual. Es cierto que Yeezus se integra a una movida en progreso, fortalecida por la aparición del Dubstep, la música Trap y la EDM más intensa, pero lo hace desde una visión particular, compuesta por las musas multimedia de Kanye y su interés por llegar al sonido a través de sus orígenes noventosos.
Si MBDTF retrataba las atrocidades burguesas en la vida y mente de West como si fueran escenas del Saló de Pasolini, con menos modales Yeezus remite más bien a Irreversible, o Dogville si se tiene en cuenta la carga política. Le correspondía, como innovador, drenar por algún lado la combinación perfecta que el disco de 2010 hacía de muchas herramientas de sus discos anteriores en búsqueda de nuevos elementos. Aunque puedan encontrarse raíces de la saturación sintetizada de Yeezus en momentos de 808s & Heartbreak, o el tercer cuarto de MBDTF, éstas venían dentro de conceptos a los que el nuevo disco desobedece seguido: beats y estructuras. Es desconcertante revisar qué bases son aptas para ser cortadas y transformadas en un nuevo tema, qué canciones no se interrumpen con interludios disímiles o mutan agresivamente a otras melodías, descuajeringando las posibilidades de estrofas y estribillos; o discernir exactamente en qué momentos Ye canta o rappea, nociones que por supuesto se funden entre sí desde 808s. Death Grips es una referencia rápida en los ataques espontáneos de cambios melódicos, pero «I Am a God», «New Slaves» y «Hold My Liquor» se transforman completamente en otras canciones, como versiones sin vaselina de los epílogos noir en canciones de MF DOOM o las suites cósmicas de Shabazz Palaces.
Letras. El convaleciente Lou Reed tuvo los mayores huevos a la hora de cantar algunas justas acerca de las contradicciones sobre las que cae continuamente Kanye. Yeezus es efectivamente el disco más político de su carrera, de la manera en que puede ser político el discurso de un snob forrado en guita que vive intentando demostrar la autenticidad callejera que nunca tuvo, ni necesitó. Antes de derrapar en la misoginia, apunta con el índice prácticamente desde la vereda que él mismo criticaba en los skits de The College Dropout y Late Registration, cuando satirizaba las críticas que recibía por ornamentar su sonido, o andar bien vestido. Mirando hacia atrás no es una novedad: en el discurso completo de su berrinche en el teletón por Katrina reconocía que se alejó del televisor y hasta anduvo de compras para despejarse un poco antes de hacer una donación a las víctimas. Su postura respalda una lucha actual y necesaria, pero su enfoque es el de una doña Rosa. Tampoco es posible absolverlo alegando una evolución de sus ideas, cuando el onanismo de lo material surge en canciones del mismo Yeezus, «I Am a God» naciendo no como agresión a otro rapper, o a una figura política, sino a un diseñador de modas por un problema de contrato.
Reed también apunta con algo de razón a la crítica más urgente que se hizo a las letras del disco, hipotetizando sobre si éstas propusieran bombardear el Vaticano. Esto es fundamental de ser planteado a la hora de escribir más think pieces sobre las violaciones morales, principalmente de nociones de género y sexualidad, en las letras de Hip-Hop: en primer lugar, aceptar el hecho de que estas transgresiones del arte pueden ir hacia lugares no aceptables por gente justificadamente celosa de las libertades individuales a las que las letras satirizan. Son incomparables desde lo ético las letras homofóbicas de Tyler, The Creator o misóginas de West con las blasfemias religiosas de León Ferrari o políticas de los Sex Pistols, pero esencialmente todo se compone de un mínimo porcentaje de trolling. Y ese trolling, en segundo lugar, se alimenta de un ego al que algunas críticas negativas terminan alimentando (en el caso del Hip-Hop, dando lugar a algunas palabras hacia los críticos en el siguiente disco). Este costado de la cuestión está más caldeado en los Estados Unidos, donde bloggers blancos y treintañeros se mueven entre la omisión de los temas éticos y políticos del disco, una admiración morbosa por Kanye parecida a la que acá se tiene por los exabruptos de Ricardo Iorio y una actitud más superada que pretende que una persona blanca no se declare en contra de la misoginia del Hip-Hop (o de Yeezus específicamente) por no provenir del núcleo social de dicha cultura, como cierto rapper sobre el que estoy escribiendo ahora mismo.
De todos modos, si en vez de querer sacarle salsa agridulce de la argolla a una asiática Kanye hubiera dicho que no toquen al Famatina, las letras en Yeezus habrían sido igual de pajeras, haraganas y bobas: si sus versos nunca fueron demasiado creativos bajo tiempos de producción normales, lo que hizo en dos patadas antes de salir en un avión a Milán es tan berreta como puede suponerse. De hecho, ese crecimiento sorprendente de la imbecilidad en sus letras da a entender algo que en el apartado musical descarté completamente: el intento a lo Madonna de no perder el impacto, a cualquier instancia artística. ¿Acaso está intentando unirse a la tónica de las letras de Odd Future, Chief Keef, Rick Ross o Lil Wayne? ¿Es capaz de intentar eso un tipo cuya situación social y económica es cada vez más parecida a la de Jay-Z? Temía que pensara en forzar un personaje necesitado de la apreciación “auténtica” que desdeñaba en sus primeros discos, cuando reseñé Cruel Summer de G.O.O.D. Music el año pasado.
Lugar en la historia. Yeezus podría considerarse como el primer disco post-Kanye. Si bien MBDTF oficiaba de cierre protocolar para todos los defectos de Yeezy, con las admisiones y disculpas correspondientes, la previa de Yeezus rompió con un patrón en los lanzamientos anteriores. Hasta la actualidad cada álbum funcionaba como un ajuste de cuentas con los co-protagonistas de la controversia de turno: College y Registration respecto a las discográficas y los estereotipos que no le permitieron a West arrancar su carrera como artista principal, Graduation frente a la acusación pública a Bush, 808s para exorcizar una separación y la muerte de su madre y Dark Fantasy contra Taylor, Barack, South Park y cualquier otro oponente conseguido en 6 años de discografía. El pequeñísimo marketing de Yeezus, mientras tanto, no tiene siquiera grandes escándalos a cargo de la megalomanía de Kanye, más allá del reality show con su novia, y declaraciones de grandeza y obsesión sexual en entrevistas, completamente insípidas al cabo de casi una década de repetirse. Que West rompa ese momento neutral para presentar una versión falopa de su exaltación es seguramente el aspecto más desafiante de Yeezus, pero en los hechos termina siendo una movida cobarde, ridícula y poco honesta con él mismo. Discos como Tha Carter III surgieron de la reunión de equipos galácticos de productores para sostener la monotonía picantona de un MC limitado, pero Kanye jamás dependió de la alineación astronómica que requería la cumbre de un artista como Lil Wayne.
Todo esto no excluye a Yeezus (un álbum no tan fallido, como de una excelencia boicoteada) de formar parte de una discografía fundamental: la huella inobjetable de Kanye dejó de pertenecerle únicamente al Hip-Hop al momento de Graduation. Es propiedad del Pop como conjunción de tendencias disímiles y caprichosas, impuestas y respetuosamente obedecidas por años en distintos géneros musicales, en las botitas con chupines de hace unos años y los discos de Rap cargados en smartphones de porteñas posmodernas que pueden ir escandalosamente teñidas a sus trabajos. No inventa ni hace vanguardia sobre el Hip-Hop; más bien deja volar su sensibilidad infantil para hacer collages de Arte con A mayúscula y masturbaciones psicológicas y literales. Quizá varios de sus contemporáneos y antecedentes inmediatos hayan sido mejores creando manifiestos genéricos sobre sonidos asfixiantes, incurriendo en la Electrónica europea, exprimiendo el zeitgeist de los sampleos o incorporando al Auto-Tune como instrumento. Sólo Kanye se va a dormir todas las noches pudiendo proponerle un trío a la Kardashian, y sabiendo que cuando le plazca puede ir a un estudio a Hawaii a decidir qué será de la música urbana por los próximos 5 años, o hasta que saque otro disco.
No quiero que suene como que te estoy chupando las medias porque escribimos los dos en el mismo blog, pero: Excelente, Culiao.
un microcosmos de lo que hace a Kanye West Kanye West que encima se da el lujo de clarificar muchas posiciones de artistas periféricos (a él) en la esfera del rap moderno. no sabía TANTO y ahora sé más, el mejor tipo de post.
Muchas gracias, Amadeo. Es cierto que escribís muy parecido a un tucumano que también se llama Amadeo y maneja este blog, pero la gente va a saber diferenciar.