Reunión En La Cumbre.

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Siempre creí que los eventos comiqueros eran ocasiones importantes. Colarse en la medianoche en unas jornadas de comic y anime oscuras y de dudosa reputación en Tucumán para poder ver hentai. Esperar para escuchar a Gaiman en un auditorio lleno de gente que se quejaba de la traducción y observar el horrible Neverwhere. Perseguir a Frank Quitely en una Crack Bang Boom. Con el paso de los años, además, pienso que, lejos de la actitud de niño deslumbrado revolviendo las bateas llenas de comics de mi infancia, lo más divertido de estos momentos es conocer gente nueva. Que es una de las mejores cosas del mundo. Un evento es un espacio mental muy especial, donde la euforia y el cansancio de estar metido en el mismo lugar mucho tiempo generan una especie de camaradería de barco en llamas.

Muchas veces, por supuesto, esto no es lo que sucede. Una convención se transforma en un galpón polvoriento y discusiones antiquísimas, en estatuas y muñequitos y figuritas y películas grabadas en dvd proyectadas en pantallas mugrosas, todo amontonado en una versión del infierno.

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Lo cual me trae a Comicopolis, lugar donde estuve metido estos últimos cuatro días preso de una alegría inmensa. Es difícil comenzar a hablar de semejante evento sin caer en el entusiasmo desmedido o la sensiblería. Es algo impresionante como continúa creciendo desde su primera edición y sigue superando las expectativas de todos aquellos que tenemos que ver con esto del comic.

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