El pop japonés es un género fascinante en el que lamentablemente nunca nos sumergimos y por eso no tuvo hasta ahora ni un pequeño lugar en este blog y creo que ya es hora de empezar a revertir esa situación. Supongo que para muchos escuchar pop japonés supone superar un montón de prejuicios (no para mi porque creo que a esta altura ya perdí todo prejuicio, vergüenza o criterio sobre mis gustos musicales) y aún si no es ese el caso introducirse a un género tan vasto y con una cantidad tan grande de artistas cuya historia no tiene puntos de contacto con la música que escuchamos usualmente es quedar como un verdadero turco en la neblina y posiblemente dar media vuelta y emprender la retirada velozmente. En ese caso lo mejor tal vez sea entrar desde occidente y hacer la transición gradual y para los que quieran intentarlo, este disco es mi recomendación personal. Es doblemente occidental porque, primero, las cinco canciones que canta Kahimi Karie en este disco fueron compuestas por Nick Currie (AKA Momus), y segundo, porque Kahimi Karie es uno de los máximos exponentes de shibuya-kei, el género más occidental del pop japonés y el que más llegó hasta acá con artistas como Cornelius, Cibo Matto y Pizzicato Five (banda que cada vez que intenté escuchar fracasé irremediablemente y siguen sin gustarme). Bueno, basta de boludeces, al disco.

Kahimi Karie – I Am a Kitten: Kahimi Karie Sings Momus in Paris

1. I Am a Kitten: no engañaría a nadie si dijera que no llegué a Kahimi Karie a través de Momus. De hecho todos los temas de este EP los escuché antes en las versiones de Momus incluidas en su disco 20 Vodka Jellies. En su papel de Serge Gainsbourg posmoderno Nick Currie se dedicó a componer hits para varias cantantes femeninas de shibuya-kei, el género más influenciado por Gainsbourg en la actualidad, y fue su trabajo con Kahimi el que mejor frutos dio. Siguiendo bien el ejemplo de su maestro, aprovechó su imagen inocente y su agudísima voz susurrante para hacerle cantar canciones que eran todo lo opuesto a la inocencia del estereotipo de cantante pop japonesa. El EP abre con el title track y con Kahimi cantando en francés desde el lugar de una gatita que añora ser un ser humano desde que vio a su dueño desnudo. La canción es, como las cuatro canciones que le siguen, íntima y mínima, susurrante e insinuante. Y cuanto menos incómodo es escuchar esta canción cantada por Kahimi y no por Momus.

2. Vogue Bambini: un tema raro sobre beber dry martini mientras lee Vogue Bambini (la edición de Vogue de moda infantil) y desear fervorosamente tener un bebé para vestir con la ropa de Vivienne Westwood que aparece en la revista. La canción más up-tempo del disco, bastante arriba y con coros de Momus. Tal vez la canción que más me gusta del EP

3. Giaponesse a Roma: a esto se debe referir la gente cuando habla de globalización. Una cantante japonesa grabando en París una canción compuesta por un escocés en italiano sobre pasear por Roma en una Vespa. El tema tonto e inocente del disco, pero aún así uno de los más lindos.

4. Nikon 2: ahora sí. Lo mejor para el final. Rienda suelta a la sordidez en el tema más gainsbourgiano del disco con Kahimi cantando en francés como le saca fotos a un gigoló. Creo que en realidad el uso la palabra «gigoló» está equivocado y quiere referirse a un fiolo y no a un prostituto, sobre todo viendo que dice cosas como «Trouver… ton photo Nu avec ta pute» («Sacarte una foto desnudo con tu puta») o «Toi le gigolo/ Entrainant les filles/ Dans ton lavabo/ Toi tu prends les risques/ Je prends des photos» («Vos, el gigoló, entrenás a las jóvenes en tu lavabo. Vos tomás los riesgos, yo tomo las fotos»). Gainsbourg sigue vivo en el pop japonés. Seguro que él nunca se imaginó semejante destino.

5. The Poisoners: Como dije, se guardaron todo para el final. Esta debe ser la canción más alegremente perversa que escuché. En la voz de Nick Currie no sería la gran cosa porque es el tema más Momus del disco, pero en la voz de Kahimi es algo completamente diferente. Escuchar esa voz encantadora sin ironía cantando sobre como envenenó chocolates suizos con estricnina y pidió seis millones para dejar de hacerlo y ahora vive feliz y millonaria en las Filipinas es genial. Recuerda a Brigitte Bardot cantando junto a Gainsbourg en el papel de Bonnie y las risas juguetonas del final me remiten directamente a las de France Gall en «Pauvre Lola» o una versión aún más perversa de las de Jane Birkin en «En Melody». La mejor letra del disco por lejos con un personaje que no siente ningún remordimiento por las muertes que causó, y en caso de sentirse culpable se consuela con la idea de su hijo por nacer («New life made possible by strychnine. Born into a world of cyanide«) y dice que prefiere ser un envenenadora que una esclava y una perdedora. Mientras se sigue riendo.