Man Of Kleenex.

superman in the sun

(Cuidado: este post está plagado de spoilers).

En primer lugar, amo a Superman. Este es un amor que es muy difícil de explicar para la inmensa mayoría de personas que nunca leyeron un comic de superhéroes e inclusive para varios de los que han pasado todas sus vidas leyendo, coleccionando y obsesionándose con ellos. Existe ese prejuicio, estúpido, de que Superman es vainilla, aburrido, simplón, un mojigato, un santurrón. Existe esa estúpida comparación con Batman, que se transmite de generación en generación y que posiciona a Batman como la contraparte cool y oscura y peligrosa y violenta que está-bien-que-te-guste. El amor por Superman es difícil de explicar pero creo que puedo ponerlo, de algún modo, así: Superman, para aquellos que nos gustan los superhéroes por lo que potencialmente representan y no por sus elementos estilísticos pasajeros o por sus vicios más comunes, es el ideal platónico de todo aquello que está bien con el género. Es un personaje que corporiza todo lo que es bueno, y decente e inspirador, un personaje que debería darte ganas de ser mejor, de ser un poco como él. Superman tiene esa misma simpleza, esos mismos colores brillantes y ese mismo anacronismo de una época en que se creía en la humanidad y en la hermandad y en que los países avanzan tomados de las manos hacia la iluminación, que el Capitán América, otra creación que toca las mismas fibras morales y que mucha gente encuentra difícil de tragar. La sonrisa de Superman, su capa flotando al viento, su compasión, es quizás lo más cerca que he estado de creer en alguien que puede hacer que todo esté bien.

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Blackest Ops.

Zero Dark Thirty, sobre la cual sigue librándose una embravecida batalla sobre su significado ideológico, es una película mucho más inteligente y mucho más difícil que lo que la crítica parece haber percibido.

Antes que cualquier cosa: Zero Dark Thirty, cinematográficamente hablando, es una gran película. Es una película filmada de una manera cruda, temblorosa, cortante. Los colores y las imágenes transmiten una sensación continua que se divide en concreto y desierto. Es una película que prescinde casi absolutamente de los azules, los verdes, los rojos para concentrarse en los marrones, en los grises y sobre todo en los negros. Es una película filmada con un pulso magistral, con una actitud “cero-mierda-y-florituras”. De una manera militar pero también (sobre todo) mecánica, muscular. Sostiene el suspenso de principio a fin (bueno, quizás le sobran 20 minutos hacia el final, pero se perdona) y Jessica Chastain está muy bien como esa fachada impenetrable que parece no ser afectada por lo que hace y la rodea hasta volverse ella misma un arma.

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Spacemonkeyz vs. Gorillaz.

(ésto salió hace unos meses en Haciendo Cine, ahora, un poquitín editado, acá) 

“Attack The Block” es una película extraordinaria, una joya no tan oculta (ya que las buenas críticas la siguen desde su estreno) que demuestra que no todo está perdido, posmodernizado, vuelvo pornografía de tortura o evocación nostálgica de los 80s en el siempre cruel mundillo del cine de terror y ciencia ficción.

La premisa es simple: un día cae un meteorito con un alien en las inmediaciones de una de esas torres gigantescas, impersonales y terroríficas donde viven las clases menos privilegiadas de las ciudades modernas. El meteorito es recibido por un grupo de adolescentes delincuentes que viven en ese gran monoblock y su ocupante es rápidamente despachado en un acto de violencia sin sentido digna de su edad. El problema se presenta cuando comienzan a llegar sus amigos, mucho más grandes, negros como la tinta, una cruza entre lobos, monos y muppets con dientes brillantes y espantosos.

“Attack The Block” es una película que pareciera encolumnarse en esa tendencia reciente de Hollywood a recuperar todo género y guiño del cine de los 80, coincidente con la llegada a espacios de poder de una generación de cineastas, guionistas y productores que crecieron con esas películas y su sensibilidad. Pero aquello que en una película como “Super 8” es retrogrado, estático, en esta película se revela absolutamente moderno, perfectamente conectado con sus influencias pero sin que ellas lo aplasten y lo vuelvan un objeto de museo o un pastiche.

¿Por qué es eso? Por varios motivos:

1)  La excelente actuación de los niños. El grupo de adolescentes principal es multicultural, habla en un slang que une términos indios, vueltas de frase dignas del mejor grime inglés y mucho, muchísimo humor. Cada uno de los cinco tiene una personalidad muy bien definida, incluso con unos pocos trazos y su mentalidad de banda, su amistad, en definitiva, se siente genuina, como si realmente ellos fuesen lo único en lo que pueden depender. Y eso conmueve.

2) La dirección es impecable. Joe Cornish, director debutante, se nota que hizo la tarea. La película se divide en dos tipos de escenas: aquellas ominosas en las cuales la niebla, las luces y la estructura general del edificio transmiten continuamente la sensación de que un monstruo puede saltar de cualquier lado; y las interminables escenas de persecución, que toman gran parte de la película, adolescentes corriendo en bicicleta por pasillos exteriores, saltando de contenedor en contenedor, todo el tiempo en movimiento. Cornish toma al edificio como un ser vivo, cuyos pasillos ya estaban repletos de monstruos.

3) La lucha de poder que estructura toda la película. Cuando vemos a los niños por primera vez, le roban a una pobre enfermera (que luego será coprotagonista) que habita en su bloque. Al final de la película ella los está defendiendo. A lo largo de todo el film, los chicos y ella corren de los monstruos pero también de los gangsters que dominan el bloque y venden droga, de la policía y de sus propios padres. La película transmite muy bien la sensación de que la invasión es lo menos amenazador, que en realidad, incluso, es buena para la vida de sus protagonistas, porque desencaja el balance de poder del bloque que, de otra manera, hubiese marcado sus vidas para siempre. De alguna manera, esos aliens son libertad.

4) La música. Es genial. Una especie de mezcla entre las bandas de sonido que John Carpenter (cuya influencia sobrevuela todo) con su minimalismo tecno y sus cadencias electrónicas que van progresivamente volviéndose más oscuras; y la música que escuchan los pendejos: grime, dubstep, hip hop. El resultado es algo a la vez energético y oscuro, urbano y espacial.

5) El abandono del espacio que generalmente es territorio de estos encuentros alien-niño, el pequeño pueblito norteamericano, a favor de la ciudad y sobre todo de los bloques de edificios. Ese pequeño gesto ya es un signo de que, vamos, nadie vive en los pequeños pueblitos norteamericanos, y si un director quiere contar algo que llegue a su potencial audiencia, es tiempo de que comience a actualizar sus espacios.

Es, en definitiva, una película actual que como toda gran película de ciencia ficción está inextrincablemente enlazada con el presente, con lo real, con las injusticias y los deseos de un puñado de infelices a los que una invasión extraterrestre solo les puede cambiar la vida para mejor.


The Avengers: Before and After The Fact.

(Esto escribí sobre los Avengers para la revista Haciendo Cine, antes de siquiera verla)

En un principio parecía una grandiosa idea: una franquicia de películas de superhéroes que conduzca, finalmente, a un gran espectáculo conjunto, la primera de un super equipo armada en tiempo real, a la manera de los comics ¡El primer cross-over cinematográfico a gran escala!

Era una destilación de un viejo precepto del comic de superhéroes, tan antiguo como la Segunda Guerra Mundial: si tenés uno y es exitoso, 6 o 7 en un mismo grupo serán exitosos exponencialmente. Coincidía con un viento favorable en los grandes estudios a las trilogías, películas conectadas por elementos temáticos, grandes sagas. Y, además, representaba la aparición de Marvel Comics como productor de sus propias películas, un sueño largamente anhelado dentro de la compañía, su salto al gran rodeo, una empresa de entretenimientos completa, y no solo una pequeña e intrascendente editorial.

Y, aparentemente, la apuesta ha pagado bastante bien. No solamente han tenido éxitos desde Iron Man 1 sino que los ingresos de las películas permitieron sanear las finanzas de Marvel Comics lo suficiente (plagada por una bancarrota incurrida en el año 1996 cuando intentó apoderarse del mercado de comics norteamericano comprando su propia distribuidora solo para que todo se derrumbe a su alrededor) como para volverla una manzana muy apetitosa para Disney, quién compró la editorial y todo su universo en el 2009 por 4 billones de dólares. Lo único que aún desea es rescindir los contratos que tiene con Sony, Paramount y Fox para recuperar sus últimos personajes (los Fantastic Four, X-Men, Spider-Man) y producir películas de la casa con ellos.

Y ahora nos enfrentamos con el producto final de aquello que se presenta como una movida novedosa y creativa pero que, a fin de cuentas, se parece mucho más a la sinergia corporativa. Porque si bien las películas de Marvel Studios (y The Avengers en particular) intentan decirnos que son el pico máximo de la épica superheroica en el cine, en realidad son películas de cartón: aburridas, formulaicas, con los guiones con menos alma que se han visto en mucho tiempo, actuaciones que parecen extraídas con tirabuzón, efectos especiales más bien berretas y muy poco corazón. Iron Man 1 tiene cierta chispa, que rápidamente se pierde cuando Robert Downey Jr. se vuelve un monigote de sí mismo. Pero tanto Captain America (en donde ni el gran Chris Evans logra arrancarnos una sonrisa) como Thor son dos tristes y vacías cáscaras cuyo único objetivo es colocar a sus personajes en una posición en la cual puedan ser utilizados por esa gran esperanza blanca del cine de masas que se supone será Avengers. Hacía mucho tiempo que no sufríamos tanto viendo películas tan mecánicas (y eso que estamos acostumbrados a ver blockbusters), que estaban tan lejos de ese estallido de color e imaginación en el cual estaban inspiradas.

El hecho de que frente a Avengers esté Joss Whedon no es ningún motivo de confianza. Whedon pertenece, junto con Kevin Williamson y J.J. Abrams, a esa generación de productores de televisión fantástica de gran aceptación entre los fans pero cuyas ideas pueden ser descriptas, caritativamente, como derivativas. Mercanchifles sin verdadera imaginación cuyas única gracia parece enmarcarse en darle un giro a ciertas formas y géneros con los personajes más superficiales que pueden inventar. Joss Whedon, además, se caracteriza por sus continuos fracasos de público, por sus series abortadas (luego de Buffy) siempre tempranamente y por ser un guionista de comics bastante mediocre. No malo, pero lento, anclado en una sensibilidad telenovelesca profundamente ochentosa (en cuanto a tiempos de comic: su influencia principal, diríamos, es Chris Claremont en los X-Men), comida confortable que llena pero no deslumbra.

Los trailers, además, muestran una película con un CGI bastante triste y con unos villanos inclasificables. De toda la riquísima galería de villanos de los Avengers han elegido a Loki, bastante racional, pero un Loki, como todo en esta franquicia, descremado, que no irradia amenaza ni la suprema manipulación que lo caracteriza. Sobre sus secuaces, poco se sabe, en un momento se supuso que iban a ser los skrulls, raza de aliens cambiaformas, pero ello ha sido negado tanto por Marvel como por Whedon. La falta absoluta de detalles, más el hecho de que el director dice que los skrulls serían demasiado complicados de realizar en una película con siete estrellas, indican probablemente otro villano genérico, una raza de seres sin carisma ni forma ni historia, bastante apropiada.

El resultado es que lo que debería ser un gran evento para un fanático del comic como el que escribe, se ha reducido a un completo anticlímax. La película menos esperada en la historia de las películas de superhéroes. Como cuando viene tu estrella de rock favorita pero ya está vieja, acabada y toca el 70% de su set de sus tres últimos y peores discos. Quizás la calidad de la película sea excelente, el corazón esté ahí y nos callen la boca, pero el track record de Marvel Studios no permite ser muy optimista.

El cine, durante años, buscó la manera de trasladar los superhéroes al celuloide de una manera creíble. Esa obra maestra que es el Superman de Donner lo decía en el poster: “creerás que un hombre puede volar”. Durante años el costo y la calidad de los efectos especiales lo hicieron imposible o ridículo. Pero una vez que la tecnología estuvo a la altura, se reveló la contracara de un mundo sin filmes de superhéroes: la fábrica de hacer chorizos. Si hay algo que han demostrado los intentos más exitosos de trasladarlos al cine es que alguna visión más allá de lo comercial tiene que existir, sino los clichés en los cuales están acurrucados, la mecanicidad de muchas de sus historias queda a la luz. El comic, como el cine, no es solo el ordenado pasaje de un estado a a un estado b (mejor conocido como narrativa) sino también estilo. Lamentablemente, todo indica que la tagline del poster de los Avengers debería ser: “creerás que un superhéroe puede realizar un informe de ingresos del segundo trimestre del año fiscal impecable”.

(Y esto es lo que escribí después de verla el domingo)

The Avengers no es una mala película. Está bien. Es, y ésta es la palabra que mejor la describe, adecuada.

No es tan mala como las anteriores películas de Marvel Studios, lo cual tampoco es una tarea muy complicada. Tiene un poco más de corazón, se nota que Whedon entiende básicamente a los personajes y el concepto “Avengers” está bien transmitido. El secreto es el siguiente: Whedon es, como mucho, un tipo que sabe imitar estilos de cosas pasadas con un ligero giro moderno, sus creaciones siempre son pastiches que (supuestamente) se salvan por su utilización y construcción de personajes. En el comic, éste mismo tipo de estilo es totalmente flaco, aburrido y previsible. No podés hacer unos X-Men de Claremont de segunda cuando estás siguiendo a New X-Men de Morrison. Es conservador, es previsible, es poco arriesgado. Pero en una película, la primera gran confrontación con el público masivo, un acercamiento que signifique un retorno a las raíces y que transmita el concepto principal es muy adecuado. Por ello ésta película está a años luz de los aburridísimos, insoportables, comics de Joss Whedon.

Pero es una película realizada por un buen soldado, por un tipo sin vuelo. Creo que ese es el pecado de la película: no tiene imaginación. Un resumen de su argumento iría algo así:

1. Algo muy malo pasa y Nick Fury llama a los Avengers.

2. Escenitas donde nos presentan a los personajes.

3. Presentación de la base de los Avengers, una mezcla entre un Helicarrier y un Triskellion. Lugar donde se van a pasar 2/3 de la película. ¿Hubo alguna vez un grupo de superhéroes que se pase tanto tiempo en su base de operaciones? ¡Siempre están huyendo a salvar el mundo o escapando de que la destruyan! Yo me imagino la Mansión de los Avengers en estado continuo de abandono.

4. Salen a hacer un par de mandados que solamente sirven para demostrar que a) Iron Man es impulsivo b) Thor habla raro c) El Capitán América manda.

5. Larguísimas e insoportables escenas dentro de una base que es otra puta fantasía militar del cine de Hollywood de los 00s, donde hablan, se pelean, se sacan cosas en cara, para terminar con un montón de pasillos y escenarios indistinguibles unos de otro (el gran problema del cine de acción de los últimos 20 años: todas sus instalaciones militares, industriales, todas sus ciudades, se ven exactamente igual) totalmente destruidos y los héroes dispersados.

6. Un sacrificio TOTALMENTE ABSURDO de un personaje QUE A NADIE LE IMPORTA para unirlos en su lucha.

7. Una larga escena de lucha en New York contra los Aliens Mas Genéricos Del Mundo.

8. Fin y la promesa de más aventuras.

En definitiva, los escenarios, los enemigos, el estilo, la creación que debería fluir desbocada en esta, que es, en definitiva, LA PRIMERA PELÍCULA DE UN SUPERGRUPO, está ahí reducido a un montón de tipitos en motocicletas que vuelan y un par de ballenas gigantes (mediocre fuerza invasora  si tiene como objetivo conquistar toda la tierra). Y en un montón de pasillos indistintos de bases militares.

Después, hay elementos que están bien. El Hulk (o, más bien, el Banner) de Ruffalo es muy bueno, la mejor interpretación de Banner hasta el momento en el cine. Chris Evans es un genio y merece mejores películas. Scarlett tiene mucho protagonismo pero sin embargo bien aprovechado, destacando lo que hace a Black Widow interesante y diferente. Thor y Hawkeye son dos ceros a la izquierda. El Tony Stark de Robert Downey Jr. ya es insoportable más allá de todo lo insoportable. Las interacciones entre ellos están bien llevadas, supongo que Whedon tiene un buen director de actores.

Es un 6. Nada más que eso. Está hecha con dignidad y respeto. Aburre en cantidades moderadas. No tiene una brizna del estilo y la superficie y el encanto que hace que un comic como los Avengers sea tan fabuloso. Pero tampoco se sumerge en las profundidades de la autoparodia, del cancherismo y de la mediocridad involuntaria. Es una película whedoniana, ni fu ni fa, ni muy muy ni tan tan, middle of the road absoluto. Tanto, que ni siquiera me produce el odio suficiente como para destruirla.


This is not a film

Panahi

La historia es más o menos así: Jafar Panahí – uno de los más importantes directores del cine iraní – está desde el 2010 en arresto domiciliario y con una prohibición legal para dirigir o escribir películas durante 20 años. En esta situación el director decide hacer una película en un acto que es parte delirio, parte statement político, parte quien-sabe-qué, dentro de su propia casa y con los mínimos recursos que puede tener. El resultado es This is not a film, una película que ya seguramente pasó a la historia por la forma en que se logró sacar de Irán para presentarse en Cannes: En un pendrive oculto adentro de una torta.

No soy el gran experto de cine iraní ni nada por el estilo, pero se sabe que a los directores de este país le gusta mucho el meta-cine o cine-adentro-del-cine, el uso de la cámara como objeto que rompe una escena y  romper la cuarta pared y jugar con el espectador y su percepción de la película. Sin pensar mucho, tenemos la trilogía de Kiarostami, que está estructurada más o menos así:
¿Donde está la casa de mi amigo? (1987) – la historia de un niño de un pueblo que intenta devolverle los deberes que se llevo por accidente a un compañero de clase
Y la vida continúa (1992) – un director de cine y su hijo van a buscar a los actores de la primera película, luego de un terremoto donde murieron miles de personas.
A través de los olivos (1994) – que se basa en eventos durante la filmación de “Y la vida continúa”, una pareja de no-actores que participan de la película, y donde uno se enamora del otro.

De Panahí tenemos El Espejo, la historia de una niña que intenta volver sola a su casa después de la escuela. En el medio de la película, la niña se enoja, mira a la cámara, decide que no quiere actuar más, y se intenta ir sola a su casa, convirtiendose en el propio personaje que estaba actuando. Nunca se puede establecer si lo que ocurre es planificado o fue pura casualidad.

This is not a film es la pelicula más meta-cine posible, una obra que es al mismo tiempo su propio making-off, un obvio statement contra la censura, un pantallazo sobre lo que es la vida en Teherán, una película sobre la necesidad casi física de crear, y quien sabe qué más. Y también juguetea con los límites de qué es una película, por lo tanto también trata de la mismísima definición de este arte. Todo esto puede sonar muy pretencioso para una película muy simple: Un hombre encerrado en su casa, acompañado por un amigo con una cámara, intentando contar una historia. Durante el transcurso del film, aquello que “desean” narrar va cambiando, y con esto, la obra misma, al igual que pasaba un poco en ese delirio que era Adaptation de Charlie Kaufman. Panahi comienza documentando su vida de prisión domiciliaria, para luego intentar “narrar” el guión de la película que no pudo filmar. Se arma un improvisadísimo stage – una alfombra y cinta adhesiva – y luego de unas escenas descubre que esa forma de narrar no sirve para nada: “¿Para qué filmar una película sí se puede simplemente contarla?”. A continuación le muestra a su amigo-camarógrafo algunas escenas de películas anteriores de él, demostrando en escenas cómo los actores también “dirigen” la película, y a veces la escenografía también forma una parte fundamental de la narrativa.

Me pareció interesantísimo ver la cabeza de Panahí, cómo está siempre en “modo Pelicula = ON” y cada vez que filma o lo ves enfrente a la cámara se nota que su cabeza va a mil kilómetros por hora y esta procesando un montón de ideas de cómo se vería too lo que ocurre a través del lente. También cuando él va intentando “contar” su guión podemos ver como tiene planificado todo obsesivamente, cada movimiento de cámara, cada personaje mínimo que se mueve de un lado a otro, todo esta fríamente calculado para lograr el efecto deseado. También son muy curiosas – y es EXCELENTE que Jafar haya decidido dejar estas partes en la película – las escenas donde se dedica a mostrar en patanlla DVDs con escenas de sus propias películas. Durante esas partes se pone a contar los detalles de porque tal escena está buena y porqué funciona, saliéndole el ego de artista por todos los poros, el director enamorado de su propia obra, sin ningún tipo de filtro.

La película lográ su coherencia total gracias a su última escena – tratando de no spoilear – donde panahí al fin encuentra algo valioso para filmar, en una escena increíble con cámara en mano que dura como 15 minutos sin ningun corte y donde la casualidad logra un montón de situaciones buenísimas.

Al igual que en “El Espejo”, a veces es un poco difícil darse cuenta de cuando pudo haber sido ya planificado o no. A mi al menos me dieron dudas con la aparición de esa Iguana enorme, mascota de la hija de Panahi, que durante todo el film se pasa dando vueltas, colgándose de las paredes y rompiendo las bolas en general. Seguramente el director haya elegido filmarla justo cuando tenía ese animal en la casa, quien sabe.  Quizás eso no importa tanto, y la película es tan jodidamente ingeniosa que incluso cuando es aburrida o falla, funciona como un Statement: ¿Qué querías, que se haga una película con pila de acción y vueltas y estructura perfecta ENCERRADO EN MI CASA? No flaco, así no se puede.

Y así y todo el film tiene bastante sentido del humor, un sentido del humor rarísimo por supuesto, con situaciones simpáticas con la Iguana, con un perro insoportable, y algunos chistes con referencia a todo el cine-dentro-del-cine en el cual se encuentra la película. Incluso en los créditos finales, donde reza “agradecimientos a:” nos encontramos con un montón de suspensivos. Un humor bastante oscuro, considerando que puede ser la última obra de Panahi que se pueda ver en mucho tiempo. Y nunca olvidemos que haber creado esta película de por si  fue es un delirio, y un riesgo importante real tanto panahí como para su camarógrafo, que en un momento le pide a Panahí que lo filme, explicando:
“Así queda una imagen mía, en el caso de que me arresten a mi también”.