Visite Baltimore 10: Howard «Bunny» Colvin.

– Somewheres, back in the dawn of time, this district had itself a civic dilemma of epic proportion. The city council had just passed a law that forbid alcoholic consumption in public places, on the streets and on the corners. But the corner is, and it was, and it always will be the poor man’s lounge. It’s where a man wants to be on a hot summer’s night. It’s cheaper than a bar, catch a nice breeze, you watch the girls go by. But the law is the law. And the Western cops, rolling by, what were they going to do? If they arrested every dude out there tipping back a High Life, there’d be no other time for any other kind of police work. And if they looked the other way, they’d open themselves to all kinds of flaunting, all kinds of disrespect. Now, this is before my time when it happened, but somewhere back in the ’50s or ’60s, there was a small moment of goddamn genius by some nameless smoke hound who comes out the Cut Rate one day and on his way to the corner, he slips that just-bought pint of elderberry into a paper bag. A great moment of civic compromise. That small wrinkled-ass paper bag allowed the corner boys to have their drink in peace, and it gave us permission to go and do police work. The kind of police work that’s worth the effort, that’s worth actually taking a bullet for. Dozerman, he got shot last night trying to buy three vials. Three! There’s never been a paper bag for drugs. Until now.

– I thought I might legalize drugs.

– Bunny: You see that building there? It’s the old Stryker building. It was a funeral parlor. Last stop before the cemetery for west side white folk. Back When there was still some of those around. Right about the time that, uh, Jim Crow was breakin’ up. Back in the early ’60’s. Someboday asked old man Stryker, they said «Stryker, you gon’ change your policy and start buryin’ black folk?» And Stryker said «yeah, on one condition: I can do ‘em all at once.» [Bunny laughs]

Carcetti: That’s sick.

Bunny: But you know somthin’? I had a lot of respect for that man. ‘Cause unlike most folks, I always knew where he stood.

– Bunny Colvin.

Antes de que diga cualquier otra cosa, Bunny es el puto hombre. Es, quizás, el personaje más noble y dedicado a hacer el bien dentro del estamento en el que se encuentra. Y, por ello mismo, no es coincidencia que Bunny sea un reformador social, un tipo dispuesto a apostar todo a las nuevas maneras de hacer las cosas.

Ahora bien, a Bunny lo conocemos ya grande, curtido, a punto de retirarse. No sabemos nada de su pasado ni de su comportamiento antes de la tercera temporada, pero por su carácter, podemos deducir que fue siempre un policía honesto y un gran líder. Porque Bunny, estructuralmente, es un Comandante de distrito, el jefe de toda una sección del Departamento, un jefe, un capo. Lo que implica también que ha tenido que tragar mucha mierda y cuidar muchas posiciones para llegar ahí. Sin embargo, cuando lo conocemos, Bunny es fundamentalmente un policía decente, un tipo de gran corazón, otra persona que a pesar de todo lo que suponemos que ha visto no ha perdido el alma.

Es probablemente esa decencia intrínseca y no la posibilidad del retiro cercano y de tirarse una canita al aire, lo que lo impulsa a poner en marcha su primer gran proyecto de reforma: abrir tres “zonas liberadas” en lugares abandonados y completamente dilapidados de Baltimore (lugares de ladrillos descascarados, de fachadas desmoronadas, de calles sin faroles de luz, cercados por pastos gigantescos, lugares a donde probablemente ni los delincuentes se acerca por el persistente aura de entropía que los rodea) para que allí se concentre todo el comercio de drogas, un lugar donde toda su violencia pueda ser contenida sin dañar al resto de la población. Este sector, que rápidamente hace descender el crimen en el resto del distrito, es bautizado Hamsterdam por parte de sus habitantes y concurrentes.

Es que Bunny es uno de esos tipos que saben que hay una diferencia entre ley y justicia, que la ley existe sobre todo para proteger a los ciudadanos y que, cuando esto no sucede, entonces hay que excederla para que su espíritu se respete. Y es un tipo que, justamente, vemos en su plenitud, en el momento final de su estadía en la fuerza, que está agotado de ver como todas las iniciativas policiales y “el juego de los números” (la manipulación de estadísticas para hacer disminuir los índices de delito) no solo no han logrado hacer descender la criminalidad, sino que incluso han criminalizado y discriminado a aquellos a quienes debían proteger. Es un tipo que está harto de ver como se le mueren policías, como los ciudadanos están cada vez más desvalidos, como han llegado a ver en la policía algo que temer, como la policía ha perdido el contacto con la comunidad.

Bunny, con su cuerpo de gigantón, su pelada brillante, su sonrisa sincera y gigante, su cara de tío bueno, es esencialmente uno de esos policías que a veces se ven en los comics y las películas de época, de uniforme y macana patrullando el barrio, hablando con los niños y las ancianas, recto y sonriente pero inflexible con quienes lo merecen.

Su primer intento de reforma social, entonces, es producto del observar este ideal que venera completamente desvalorizado y devaluado. Y el mayor responsable de esto, nos dice The Wire directamente, es la guerra contra las drogas. La guerra contra las drogas, como dice Bunny, arruinó este trabajo. Lo arruinó porque puso el acento en la represión antes que en la protección, porque volvió a todo el mundo un sospechoso, porque transformó al policía en un ejército invasor en su propio país. Porque en definitiva es una guerra que lo único que hace es marginalizar al pobre y perpetuar un ciclo vicioso en el que los nuevos jóvenes solo tienen por futuro y expectativa ingresar en el mundo de la calle y de la droga, para terminar presos o muertos.

Obviamente que este plan no saldrá nada bien, pero por un momento, por una temporada, nos hacen creer que existe una alternativa, una opción para ese mundo de violencia hermética, asfixiante. Y esa salida está personificada en ese negro de maneras pausadas y gran corazón, que cuando llega el momento de la caída, lo acepta como un hombre y se hace cargo individualmente de todas sus consecuencias.

En la siguiente temporada, por consiguiente, la situación de Bunny es muy diferente y se asemeja a la de muchos personajes que a lo largo de la serie intentan desafiar la manera establecida de hacer las cosas: despojado de poder y de acción, degradado y vuelto una parodia de quién alguna vez fue. Afortunadamente, tendrá otra oportunidad de intentar cambiar las cosas, está vez participando de un programa experimental de enseñanza en escuelas secundarias.

Tiene sentido que Bunny tome esta dirección en su vida y en la serie. Como hemos visto, una de sus mayores preocupaciones en su vida es la de proteger a aquellos que no tienen poder, ha absorbido demasiado bien el ideal de su casta. Bunny es de aquellos que creen que el cambio llega modificando el modo de pensar de las próximas generaciones, un clásico liberal (en el sentido izquierdista en que es utilizado por los norteamericanos) que por su extraña condición de policía puede aplicar esas teorías y no perderse en devaneos teóricos. No por nada uno de sus enfrentamientos más amargos será con Carcetti.

El segundo experimento de cambio social de Bunny Colvin tendrá un final igual de agridulce y un desarrollo aún más terrible y descorazonador. Porque si bien Hamsterdam fue un fracaso, al menos ahí Bunny tenía dos cosas que no tendrá aquí: una autoridad indiscutida y una tropa que, para bien o para mal, estaba dispuesta a obedecerlo. En la escuela es nadie, es peor que nadie, porque es justamente una figura de autoridad y aquellos que deben hacerle caso no son policías a los cuales se les ha inculcado la idea de la cadena de mando sino un grupo de mocosos que se encuentran mucho más cerca de la vereda de enfrente a la que estaba parado Colvin en sus días de polizonte.

La cuarta temporada es terrible por el modo en que plantea que las escuelas, como están organizadas, son solo fábricas que reproducen exactamente el sistema sin intentar modificar la vida de ninguno de aquellos niños que están atrapados en él. Es tristísimo ver como esos jóvenes están condenados a la calle, como se los va amoldando para que lo único que quieran sea abandonar esa institución a la que solo le interesan los números y las estadísticas, protegerse de los gobernadores y los inspectores escolares. La escuela está tan obsesionada con la burocracia como la policía, frente a ello el caos cuasi natural de la calle es una forma de liberación.

La homeóstasis del sistema es, además, dolorosamente patente en el durísimo trabajo que hace Colvin, intentando con mucha compasión y tranquilidad y paciencia llegarles a esos chicos que están tan retraídos y encasquetados en sus vidas que les indican que lo mejor a lo que pueden aspirar es a estar muerto de una manera rápida antes de los 30. La mayoría del tiempo es recibido con hostilidad, indiferencia y odio.

Finalmente, el proyecto será cerrado por una confluencia de desinterés por parte del gobierno local, falta de recursos, desconfianza de las autoridades de la escuela. Un complejo mecanismo de pinzas institucional que se cerrará sobre la esperanza de Colvin. Los efímeros avances que Colvin había realizado se desvanecerán en el aire y, en algunos casos, degenerarán en algo peor. Solo rescatará un efímero y personal triunfo de todo el asunto, la “adopción” de uno de los niños de su clase especial, en un desenlace que, en manos menos hábiles hubiese sido un final de película de Hallmark pero que, acá, está resuelto con tal elegancia y caballerosidad, en un mano a mano entre dos hombres con mucha historia (con mayúsculas) sobre sus espaldas, que conocen los códigos de la calle y de la ley, en una de las mejores escenas de la serie.

Este triunfo solo demostrará que Bunny cambia el sistema a un nivel microscópico, conclusión cuyo corolario es que termina expulsado de todas las instituciones a las que perteneció. Es sorprendente que todo su periplo, sin embargo, no lo vuelva un hombre derrotado y amargado, sino que siga siendo el mismo tipo optimista e, incluso, que todo su arco nos parezca tener un final feliz. Es que en The Wire, las pequeñas y casi insignificantes victorias son las únicas posibles y tenemos que agradecer y estar felices por lo poco que vamos a obtener.


Visite Baltimore 09: Shakima «Kima» Greggs.

How complex a code can it be if these knuckleheads are usin’ it? Then again, what does it say about us if we can’t break it?

How come they know you’re police when they hook up with you. And they know you’re police when they move in. And they know you’re police when they decide to start a family with you. And all that shit is just fine until one day it ain’t no more. One day, it’s ‘You should have a regular job.’ and ‘You need to be home at five o’clock’.

Stand around some shiny shit and get paid. Work murders and starve. What kinda shit is that?

Millenium been n’ gone and we still fucking around with Smith Corona.

– Kima Greggs

Si hay algo donde The Wire quizás hace agua es en el territorio de las protagonistas femeninas. No es que no las haya (Ronnie, Beadie, Snoop son buenos ejemplos) sino que la mayoría de ellas no tienen grandes arcos dentro de la macro-historia de The Wire e incluso, por momentos, parecen accesorios de los hombres. Diría que esto es así porque los mundos que cubre The Wire son eminentemente masculinos (la policía, la droga, el puerto) pero luego recuerdo que en realidad su tema es la ciudad moderna y llegó a la conclusión que las explicaciones posibles son dos: o los autores (todos hombres), a pesar de toda su buena voluntad, no lograron quitarse las anteojeras frente a la femeneidad, o simplemente el mundo es mucho más machista y desigual de lo que nos mentimos que es.

De entre todos los personajes femeninos, sin embargo, hay 3 que sobresalen: Ronnie, Kima y Snoop. Ronnie por momentos se pierde y desdibuja (y, por otro lado, si hay algo que recordamos es a ella en relación con, ya sea McNulty o Daniels) y Snoop, si bien encantadora, es mucho menos compleja que Kima, que para mí es la gran estrella femenina de la serie.

Kima es uno de esos personajes impredecibles y multifacéticos que tiene The Wire en cantidad. Una policía lesbiana que no soporta a los imbéciles (pero que es mentora de varios de ellos a lo largo de la serie), con una relación establecida que la empuja a la maternidad, aunque no está completamente convencida del asunto. Bardera y borracha pero fiel. Con una ética y una disciplina de trabajo puramente femeninas (esa encanto de las mujeres obsesivas, trabajadoras, preocupadas por el detalle, fastidiosas).

Dentro de la estructura de la serie, Kima es el reflejo de Bodie en la policía: un soldado con código que no está dispuesta a cruzar ciertas líneas, líneas que se impone pero también forman parte de su imagen ideal de lo que la policía debería ser. La diferencia con Bodie es que Kima tiene una estructura que la protege y la ampara continuamente. De hecho, Kima es uno de los escasos personajes de la ley que corre un riesgo real en toda la serie (en la primera temporada le disparan en un confuso trabajo de infiltración). En The Wire quienes sufren y mueren no son los policías sino la gente verdaderamente desprotegida: calle o civiles. Ese disparo es uno de los arcos dramáticos (en el sentido de OH THE DRAMA) más altos de la primera temporada. Un momento en que The Wire se aproxima un poco a la emocionalidad de una serie tradicional pero que es insuflado de una realidad y grosor muy superior mediante la enorme escena entre Jimmy McNulty y el mayor William Rawls en la que este último lo putea y lo exonera de culpa al mismo tiempo, y también mediante la transmisión muy real de la solidaridad de estamento, de esa angustia y violencia tan extraña (para alguien que nunca ha sido policía, supongo) producto de saberse parte de un grupo que está en la línea de la muerte.

Luego de este incidente, y de la primera temporada como un todo, Kima sufre una mcnultización a lo largo de la segunda y la tercera temporada, aceptando los consejos del irlandés y precipitándose en las buenas y viejas maneras del precinto oeste. El desencadenante del cambio es algo que a la vez define y espanta a Kima: su condición maternal. Kima es una de las grandes profesoras y, en líneas generales, protectoras de la serie. En primer lugar, con los insondablemente cabeza hueca de Herc y Carver, y sus concepciones bastante imbéciles (pero no por eso menos reales) del trabajo policial, que tendrán destinos opuestos a lo largo de la serie. Uno de ellos absorberá la ética y el espíritu de Kima, el otro no. Con Bubs tiene una relación casi fraterna y, de todos los agentes de la ley que tratan con él, es la única que demuestra un interés sincero, un atisbo de ayuda a un desclasado. De hecho, es el contacto que hace que Bubs comience a trabajar con la Major Crimes Unit.

Pero esta tendencia no es suficiente a la hora de encontrarse ante un hijo propio. Kima da un giro hacía lo opuesto que le proponen. Despunta ese rasgo obsesivo que dice que ella solo quiere ser policía. Algo de esa aspiración se encuentra en la raíz de su relación e identificación con McNulty.

Sin embargo, en uno de esos momentos en los que The Wire reconoce sus propias falsedades acerca de la realidad que quiere retratar (en este caso: Rogue Cop McNulty), Kima no está destinada a ser McNulty 2. Tiene una configuración psíquica diferente, más responsable, más caritativa, menos egoísta, más recta, con una concepción del trabajo policial que excede largamente su propia importancia. Es una mujer de pocas palabras, que, como hemos dicho, no soporta a los imbéciles, ¿Por qué se transformaría en uno?

Por ello, para la temporada final, Kima es uno de los pocos personajes que está en paz con sí misma y su lugar en la vida o, por lo menos, lo está intentando. Y esto se refleja en dos hechos y escenas puntuales donde se observa su compromiso con su propio futuro y su posición como agente de la ley. Por un lado, el momento en que decide ser la voz de la conciencia del Departamento de Policía en general y la División Homicidio en particular y revelar la movida más arriesgada del tándem McNulty – Freamon. Con la suficiente honestidad para que semejante actitud no despierte ningun rencor.

El segundo momento involucra a Kima y su hijo adoptivo, mirando por la ventana a una Baltimore oscurísima y helada, lo sostiene en sus rodillas, él tiene una cara de sapito asustado, ella parece estar ahí pero alerta simultáneamente, pescando rastros en la noche. Miran por la ventana, decía y Kima dice: “Goodnight moon, goodnight stars, goodning po po’s, goodnight fiends, goodnight hoppers, goodnight hustlers, goodnight scammers, goodnight to everybody, goodnight to one and all”.


Visite Baltimore 08: Reginald «Bubbles» Cousins.

(Here be spoilers. Beware)

– How y’all do what y’all do every day and not wanna get high?

– Ain’t no rules for dope fiends.

– Bubbles: This pay how much?
Kima: Let’s treat it like a real job. Say $5 an hour, $30 on a day, max.
Bubbles: That’s less than minimum wage.
McNulty: But there’s no withholding, Bubs. It’s tax-free.

– Ain’t no shame in holding onto grief, as long as you make room for other things.

– Bubbles.

Todo el mundo ama a Bubs. Es difícil no hacerlo cuando es uno de los personajes con más corazón e inocencia de todo la serie, cuando se pasa gran parte de ella siendo una víctima, un outcast, un pobre tipo que se merece una mejor vida.

Bubbles es un adicto a la heroína flacucho y petiso, con cara y pelo de insecto, que conoce a todo el mundo en la calle y “trabaja” como informante de la policía. El tipo es un guiñapo sucio que vive tirado bajo un puente o en casas abandonadas, que se reúne con los peores desperdicios a inyectarse y babear, con jeringas sucias y llenas de sangre coagulada, y sin embargo no hay nada enteramente desagradable ni denso en su persona. Porque al mismo tiempo es inteligente, rápido, con conocimiento y practicidad y se las ha ingeniado para sobrevivir sin matar ni cagar a nadie, inclusive enseñando a jóvenes callejeros sin experiencia a bancársela en las calles y a procurarse los mejores medios para mantener su propia adicción. De algún modo, en medio de toda la mugre, no se perdió a sí mismo ni se transformó en una mala persona.

Por eso es que todo el mundo quiere a Bubs, porque cuando ves The Wire y aparece uno está automáticamente de su lado. Pero la tragedia de Bubs es que así como todos lo quieren, nadie puede ni quiere ayudarlo a salir de su circunstancia social. Bubs es, como representante de los drogadictos y los homeless, el eslabón más bajo que vamos a conocer en la serie, un desclasado y marginado real, que no tiene ningún tipo de red o estructura de contención, y los policías con los que negocia (McNulty, Bunk, Kima) solo pueden tenerle lástima y tirarle unos mangos, nunca sacarlo de su situación. Todos estan atrapados en sus obligaciones hacia la institución que sirven, y esas obligaciones pueden ser insoportables, pero siempre serán mejores que no tener ningún tipo de apoyo en el cual recaer.

Bubbles es una de esas piezas de cruda realidad que The Wire inserta por encima del lenguaje televisivo. No hay salvación mágica para los hobos simpáticos e inteligentes. Lo que hay es más indiferencia.

El trayecto de Bubs por la serie es irregular y diverso. Siempre parece estar a punto de rescatarse pero al final nunca lo hace. La tentación es más fuerte que él continuamente y, por añadidura, la vida border que lleva es la única que conoce y sabe vivir. Y The Wire nos deja claro continuamente que su salvación sólo depende de sí mismo. Luego cae, pasa por momentos de confianza en sí mismo y momentos de desolación, de tristeza absoluta. Roba caños y metales, monta un negocio de expendio callejero en un carro de súper, es golpeado por dealers y matones, se babea y está totalmente insensibilizado con gente desconocida, es arrestado, le vende información a la policía, es defraudado por ciertos agentes de esta fuerza y, finalmente, consigue casi el único final completamente feliz de la serie. Ese final es uno de los momentos en que The Wire se acerca a una serie “normal”, pero hemos visto a Bubs sufrir y luchar tanto (la quinta temporada es un periplo terrible que ilustra el modo en que Bubs aprende a dejar atrás, con dolorosa y desesperante complicación, su culpa y angustia y soledad frente al mundo) que ese final nos parece totalmente merecido, ganado.

Bubs es, además, uno de los tantos maestros que tiene la serie. Suele tomar jóvenes bajo su ala, como junk buddies y porque cualquier empresa es mejor de a dos y, también, joder, porque quiere cuidarlos y, dentro de sus magras posibilidades, protegerlos de la vida que él mismo experimentó. El problema es que Bubs no puede ofrecerles ningún tipo de protección real y es incluso más débil que ellos. Es un vano intento de su parte de formar algún tipo de unión dentro del sector social para el cual comunidad es anatema y que está más desprotegido y atomizado de todos.

Bubbles, como todos los personajes de The Wire, no tiene “origen secreto”, no hay un capítulo donde se nos explique cómo llegó a donde está. Los personajes de The Wire existen, sencillamente, mientras están en la pantalla, no importa su pasado y no hay una explicación misteriosa, traumática y psicológica para su comportamiento. Sin embargo, siempre hay pistas, detalles del trasfondo que indican que esos hombres y mujeres tuvieron una vida antes de llegar a la serie. Las visitas tardías de McNulty a sus hijos, la aparición de un tío comatoso de Avon, la abuela de Omar. Siempre son personas concretas que corporizan el hecho de que esos personajes vienen de algún lado. En el caso de Bubbles, esas personas y nombres no son entidades, son susurros. Una sugerencia de un hijo y una ex esposa, un suspiro de una hermana eternamente enojada con él. Esto causa que la condición de Bubs tenga algo de fantasmático, de espectral. Es un hombre que ha caído tan bajo que no tiene lazos con el mundo “oficial” de más allá de la calle. Es por ello, también, que no existen soluciones mágicas a su predicamento: frente a una persona que es casi una no-entidad, un conjunto de rasgos sin anclaje social, la respuesta más común y esperable de los otros personajes de la serie es ignorarlo. Porque, en el fondo, es casi como si no estuviese ahí. Si hasta el hecho de que su “nombre oficial” sea su apodo de la calle denota su espectralidad. La tragedia está en que nosotros, espectadores, no podemos evitar empatizar y rogar por un desenlace feliz. Esa falta de origen, por otro lado, señala que no hay nada de extraordinario en él y que cualquiera que tome algunas decisiones desafortunadas puede caer por el agujero del conejo.

Bubbles es conmovedor porque corporiza una imagen que vemos todos los días en cualquier gran ciudad, un tipo durmiendo en la calle, con ropa sucia y costras de mugre en la piel, con barba repleta de tierra, tirado en un colchón comido por las pulgas o en un cartón, una imagen que despierta una fugaz mezcla de mórbida curiosidad con lástima, que son luego barridas por una ola de indiferencia; y rellena esa imagen con rasgos, pensamientos, historias y personalidad, transformando lo que vemos comúnmente como un número en un personaje extraordinario que debería hacernos sentir un poquito más culpables cada vez que nos ponemos los visores anti-homeless.


Visite Baltimore 07: Tommy Carcetti / Clay Davis.

– SHIEEEEEEEEEEEEEEEET!

– Let me tell you something: my neck of the woods, it’s a jungle out there. Everybody living hand to mouth, improvisin’, hustlin’, makin’ do with as little as you can imagine. Man, that tv show, Survivor? Man, they want some good contestants, they need to come around west side. Folks I know, we’ll do great on that show, practice every day of our lives. (…)
Let me tell you somethin’ brother, I don’t how they do it out in Rowland Park, maybe prosecutor Obonda can enlight me on that, but my world is strictly cash and carry and I am Clay Davis. My people need me and they know where to find me. Let me tell you brother, I step up the dough, hit the corner of Mojo and Pennsylvania, you better believe my pockets are bulging, but by the time I get to Robert Street (gets up, turns pockets inside out, empty).
(…)
And if a jury of my peers, you all, deem it right and true for me to walk out of here upright and justified, I’m not gonna lie to you, I am gonna do the same damn thing tomorrow, and the day after that and the day after that until they got me laid out at Marchs’ Funeral Home and truck me off to Mount Albert.

– Clay Davis.

– Yummy, my first bowl of shit.

– It’s Baltimore…..no one lives forever.

– I still wake up white in a city that ain’t.

– Tommy Carcetti.

Tommy Carcetti es el joven concejal, blanquísimo y jovencísimo en una ciudad mayoritariamente negra y cayéndose a pedazos, que se propone ser alcalde y cambiar las cosas. Clay Davis es el senador por el estado de Maryland con cara de pimp de los setenta, empapado por la corrupción. Carcetti se cree el salvador de la ciudad, el hombre providencial que viene a hacer una gestión honesta y recta. Clay Davis es el político más sucio y oscuro del Atlántico Norte, el tipo con la lengua más plateada del mundo. Sin embargo, son uno y lo mismo en el infinito y cambiante mundo de la política de The Wire. Son dos caras de la misma moneda porque ambos pertenecen a la misma maquinaria política y, en última instancia, su única función es perpetuarla.

The Wire probablemente se pone en evidencia en cuanto a donde están sus simpatías porque desde el principio Clay Davis nos cae mejor que Carcetti. Carcetti parece un muchacho progre con culpa, un tipo preocupado e interesado, pero también un espantajo, un figurón sin demasiadas ideas sobre política. Davies, en cambio, pertenece a una estirpe de políticos que, si bien no son eficientes ni probos, al menos son efectivos como seres preocupados por su supervivencia, y nos caen bien por su inimputabilidad, su completa falta de escrúpulos y su habilidad para moverse en ese territorio de hienas. Es un político corrupto, un demagogo, un charlatán, pero fascinante en su conocimiento de las maniobras políticas necesarias para ser a la vez un hábil cobrador de diezmos y estafas y un héroe de la gente y del pueblo. Es notorio que sea casi el único personaje de The Wire con catch-phrase, con muletilla, algo que hace que sea mucho más querible y recordable.

Quizás la diferencia está dada porque Clay Davis es un gran actor, un tipo que ha aprendido que la política es sobre todo gestos y ademanes y sonrisas y apretones de manos y de dinero. Que mientras sepas hacer circular este precioso bien entre unas cuantas manos selectas, entonces no hace falta, realmente, lograr nada en el mundo “real” de la política. Mientras tanto, Carcetti es un político que está aprendiendo a actuar, cuyo traje le queda, aún, muy grande. Lo notamos en sus discursos de indignación más actuada que sentida, en sus caras duras, en su falsa moral impoluta. Su reticencia a jugar el juego político con toda la furia (o sea, con un grado de corrupción, de prebenda y de prepotencia, de PODER) en el fondo lo hacen parecer como un niño, un idealista, un inocentón sin la dosis de manipulación, labia y bilis para triunfar realmente en la práctica más peligrosa de todas.

En términos de su posición estructural, entonces, Clay Davies es casi, casi, un agente libre, solo que perfectamente congraciado con la estructura. Llegó allí gracias a ella y continua allí gracias a ella, pero en el seno de la bestia hace solo lo que quiere y ambiciona. Es un perfecto egoísta que ha entendido que la estructura es más útil si se la aprovecha que en su contra. Lo que Davis ilustra es que en el juego de la política no importa realmente lo que haces, si no tu valor simbólico, tu capital. En realidad, la política es el intercambio de lo inexistente, y el valor último y máximo son tus seguidores. Por eso es que Davis puede “apoyar” a Clarence Royce, el alcalde saliente, cuando Carcetti va por su puesto, solo apareciendo y agitando un poco las manos. Por eso es que, cuando se le viene el juicio político encima y todos lo abandonan, su único poder es su imagen y lo despliega con suprema habilidad. Por eso es que jamás lo vemos inaugurando algo, ni impulsando ninguna ley, solo conspirando y tejemanejando en las sombras. La política es un organismo (como todos en The Wire) al solo le interesa su propia preservación y Davis le sirve porque es el corpúsculo que permite que subsista la creencia en ella, la fe en el hombre providencial, en el político que está un escalón por encima del resto de la población pero tiene la capacidad de cambiar sus vidas.

Si Clay Davis demuestra que el hombre, el político, realmente no necesita de la política concreta para existir, Carcetti demuestra que la política realmente no necesita al hombre. O sea, Carcetti es un “corazón sangrante” con el ego grande que siente, en principio, que la única manera de tener éxito y cambiar las cosas es tener más poder, que escalando la cadena de mando podrá tener más libertad, postular y hacer aprobar mejores propuestas, implementar verdadero cambio. Pero siempre sentimos que hay algo en su postura que no es completamente sincero, que en gran medida está diseñada para aplacar su ego y su complejo de salvador exacerbado. Quizás en esta dicotomía de su carácter se encuentra el motivo por el cual me parece uno de los personajes, en cuanto a emotividad, menos atractivos de la serie. Es estructuralmente importante, pero no recuerdo un momento en que su personalidad me haya conmovido. Es importante porque una vez que Carcetti logra su objetivo primario, se da cuenta de que sigue teniendo alguien a quién responder: el Gobernador de Maryland, y que la política es una estructura de cajas chinas en donde nunca vas a estar en la cima de la montaña y todo gira alrededor del compromiso. Entonces tiene que comenzar a pensar en postularse para gobernador. Carcetti nunca realizará un cambio real porque está atrapado dentro de ese sistema que le hace correr cual hámster en una rueda con un objetivo cada vez más lejano. El hecho de que se deje atrapar demuestra que tampoco tiene la voluntad de cambio: no será un ladrón pero tampoco puede escapar a la lógica del sistema y en lo primero en lo que piensa es en huir hacia adelante.

Lo que The Wire parece decirnos con estos personajes es que la política ha perdido la capacidad para ayudarnos y mejorar nuestras vidas, que solo se preocupa por sí misma y funciona como una vía excelente para el enriquecimiento de aquellos más inescrupulosos, como una perfecta extensión del capitalismo desbocado que penetra en todos los orbes sociales.

Ambos hombres tienen talento para la política, ese curioso sector de la actividad humana (y The Wire cree que para triunfar en la política si hay que tener un talento especial) que consiste en venderse a uno mismo y ser el mejor negociador frente a una multiplicidad de seres humanos. Seguramente ambos sigan siendo políticos a largo plazo, pero uno de ellos terminara decepcionado o con una percepción falsa de su propia importancia, vanagloriándose de los mínimos triunfos que logró, mientras que el otro probablemente termine sus días como un gordo y feliz millonario, al que intentaron juzgar miles de veces pero nunca lograron atrapar. No es difícil saber quién es quién.


Visite Baltimore 06: Bodie Broadus.

Bodie: He’s a cold motherfucker.
Poot: It’s a cold world Bodie.
Bodie: Thought you said it was getting warmer.
Poot: The world goin’ one way, people another yo’

I feel old. I been out there since I was 13. I ain’t never fucked up a count, never stole off a package, never did some shit that I wasn’t told to do. I been straight up. But what come back? Hmm? You’d think if I get jammed up on some shit they’d be like, «A’ight, yeah. Bodie been there. Bodie hang tough. We got his pay lawyer. We got a bail.» They want me to stand with them, right? But where the fuck they at when they supposed to be standing by us? I mean, when shit goes bad and there’s hell to pay, where they at? This game is rigged, man. We like the little bitches on a chessboard.

– Bodie Broadus.

Bodie es uno de esos personajes que The Wire al principio te muestra con distancia y hasta desprecio y que, con el correr de los episodios y las temporadas, finalmente se revela como uno de los más encantadores y sinceros, como uno de los pobres seres de la serie a quién más cariño le tomás.

Bodie es un vendedor de droga de poca monta en la organización de Avon y Stringer. Cuando lo conocemos, está metido en The Projects, esos bloques gigantescos de edificios que los dos capos han luchado tanto por conseguir, moles que parecen pedazos de madera en descomposición ahuecados por las hormigas, llenas de gente, ropa, cartón, colchones, bolsas de plástico y droga. Bajo la mirada atenta de D’Angelo Barksdale, el sobrino de Avon, eternamente sentados en el destartalado sillón rojo que es su base de operaciones, Bodie aprende en todas las materias que tienen que ver con el tráfico de drogas: a quién vendérsela, a quién no, como cuidar a tus soldados, como descubrir quién te está engañando o hablando con la pasma, de qué manera dividir el excedente, como evitar terminar tras las rejas.

Bodie es un aprendiz rápido y voluntarioso y pronto esta escapándose de institutos correccionales sin tirar ni una piña, sin levantar ni una sospecha. Y a medida que avanza la temporada, uno nota que a Bodie le van dando cada vez mayores responsabilidades hasta que hacia el final, bajo las ordenes de Stringer, comete el peor acto atroz y traicionero: el asesinato de uno de sus mejores amigos, compañero de sillón, quién estaba hablando con la policía (porque en The Wire uno siempre “habla” con la policía, la transgresión más atroz dentro del mundo de la droga, que garantiza la muerte, está tipificada con una palabra vulgar e intrascendente). Ante este acto abyecto, el jovencito con cara de avispado, contestaciones rápidas y miradas desconfiadas y compradoras, se transforma en un pobre matón de poca monta, sin códigos.

Pero, por suerte, la serie sigue y Bodie sigue en ella y, a medida, que lo observamos en el cambiante negocio de Avon, nos damos cuenta de que nuestra primera impresión es correcta y que Bodie, antes que un matón sin corazón, es un joven inteligente y leal, quizás demasiado leal, que sabe que el mundo de la calle es el único posible para él pero que se mueve por el mismo con los códigos y las reglas de la vieja escuela, con la idea de que tu pandilla es el único sucedáneo para la familia real y todas las otras estructuras sociales que terminan decepcionándote.

Porque a medida que avanza la serie y la estructura de poder Barksdale se va derrumbando notamos que Bodie nunca ascenderá, que siempre será un mero soldado, un peón en el gran juego del poder, pero también nos damos cuenta de que no es un asesino. No realmente. Creo que nunca mata a nadie más en toda la serie, su único otro tiroteo un ejercicio de ineptitud que demuestra que contraproducente es poner en manos de jóvenes la violencia del tráfico de drogas. Durante la segunda y tercera temporada (junto con su amigo de toda la vida Poot, más interesado en las mujeres que en el negocio) es casi un comic relief o un amable pensador de la calle, un soldado al que le encargan tareas absurdas o que se queda filosofando en la esquina, bajo el sol abrasador o el frio nevado, con su hoodie, sentado en las escalinatas de esas casas que antes eran símbolos de clase media y ahora son el refugio de los vendedores.

Pero al mismo tiempo, imperceptiblemente, notamos a un tipo cuyo mundo se va haciendo cada vez más pequeño y a quien lo va cercando una callada desesperación al notar que un modo de vida, al que entregó todo, va llegando a su fin.

Por algo el mejor momento, el más tranquilo de Bodie es en Hamsterdam, el experimento en legalización controlado de drogas de Bunny Colvin. Porque es esencialmente un buen tipo al que le gustaría seguir haciendo eso que hace (o sea, vender droga) pero sin la violencia, sin la lucha continua, solo un trabajo que te permite no hacer nada todo el día y disfrutar del sol y el viento en la cara.

Son las condiciones cambiantes de este negocio, la aparición brutal de Marlo en escena, lo que hace que Bodie se vea tan disminuido, tan triste, tan acorralado en la cuarta temporada. Los matones de Marlo lo ningunean, le van eliminando los amigos, lo tratan como a un pelotudo de cuarta (lo cual, en cierta manera y sin el amparo de la organización Barksdale, es). Una vez un amigo me dijo: “La cuarta temporada es una maravilla, hay tanta violencia y uno se la pasa en la escuela”. Si algo impregna a ésta es una sensación muy palpable de “dread”, de “todo esto va a terminar muy mal”, de que ahora los psicópatas están controlando el juego.

A lo largo de ésta temporada Bodie abandona progresivamente su lugar de bufón para pasar a ser una especie de coro griego, inexpugnablemente mezclado en la acción, pero también distanciado en espíritu y relegado a los márgenes. Abandonado por sus antiguos jefes, con todo su sistema de soporte hecho trizas, sus colaboradores desaparecidos a diestra y siniestra, por motivos ridículos y minúsculos, que exacerban el instinto predador y la cualidad tiburonesca del negocio de la droga, observa como el sistema gansteril que antes se suponía que lo cuidaba ahora carcome y destruye (o, en realidad, favorece a nuevas figuras y lo condena por pertenecer al pasado, el negocio de la droga es incapaz de evolución porque es incapaz de concatenar generaciones, cada una destruye a la anterior).

Bodie es un hombre leal, inteligente e instruido en los códigos de la calle que, sin embargo, termina siendo un organismo extraño dentro del mismo ambiente que lo ayudó a desarrollarse, del único en el que logro ser algo bueno, algo decente. The Wire, a pesar de todo esto, le provee de una última dignidad, una última victoria, en su escena final. Pero es una victoria amarga, nimia, pírrica hasta el extremo del llano.